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José javier gómez arroyo
Vega de Pas
Miércoles, 27 de octubre 2021, 19:40
Aunque ella misma confesó que el tracateo durante el recorrido en tren desde Palencia a Santander era capaz de quebrantar los huesos a cualquiera, ignoró la tortura cuando, asomada a la ventanilla, quedó impresionada al visitar por primera vez en el verano de 1894 la ... tierruca de Pereda, contemplando y haciendo notar en los posteriores apuntes sobre su vital experiencia la profusión y variedad de flores campestres que el paisaje Montañés la ofrecía y, deleitándose «…en la frondosidad de los repuestos valles y en la caprichosa aparición de los ríos, destrenzados sobre lajas enormes…», nuestra protagonista de hoy, por fuerza hubo de experimentar también sensaciones y recuerdos de su adorada Galicia. Relajada ya y huésped en el balneario de Ontaneda, pudo en este valle de Toranzo e inmediato al mundo de los pasiegos, gozar de sus aguas termales y admirar la noble y bella arquitectura de esta localidad y, más si cabe, la de su vecina Alceda y que señorea el antiguo Camino Real que, por el puerto de montaña de El Escudo, ha ejercido siempre de cordón umbilical entre la costa cántabra y la meseta de Castilla.
Al cumplirse en este presente 2021 los cien años de la muerte de la autora de Los pazos de Ulloa, Cantabria se une a los homenajes otorgados a esta cabal defensora de los derechos de la mujer, como se agregan los pasiegos valorando la visita que hizo durante ese periplo por La Montaña al corazón de las tres villas pasiegas que representa Vega de Pas; y noble dama que, por su curtido prestigio y amistad, fue invitada por el doctor Madrazo a su recién estrenada casa en el complejo que albergaba también su gran obra, el hospital que habría de ser modelo en toda la nación española: «Pas me reserva algo inédito y extraordinario de veras; solo que no es en el terreno de los tradicional y típico, sino en otro casi yermo en España: el de las conquistas científicas de nuestra edad. Como aquel que sale a cazar codornices y encuentra nidos de águila, encuentro aquí, en vez de aldeanos pintorescos, el Sanatorio de Madrazo». (Artículo Desde la montaña III: No hay pasiegas. El Sanatorio. Emilia Pardo Bazán, El Atlántico, 29 de agosto de 1894).
Nuestra erudita escritora, consciente en sus anotaciones del derroche de formas plásticas que ofrecía siempre el oír hablar del mundo pasiego, se mostraba igualmente creyente de ese mito de grandeza y expresaba: «Nos deslumbra el rojo fuerte de las sartas de coral; nos ciega el azul de las cuentas de vidrio y el relucir de las arracadas de filigrana pendientes de rollizas orejas; nos recrean los tonos gallos de pecheras y justillos, la majeza de las amplias sayas de ruedo galoneadas y del pañuelo de seda que cubre la trenza dura de la pasiega beldad…». Pero, en su vena reivindicativa del feminismo, la condesa de Pardo Bazán se encontró realmente con poco menos de lo que, tras apenas un siglo desde su desaparición terrenal, se toparía hoy en día, esto es, con mujeres ocupadas en el trabajo cotidiano, el cuidado de la familia y las labores domésticas y así, sutilmente, narraba en su artículo cómo encontró a una mujer carente de «…justillo, ni albanega, ni filigranas, ni corales, ni veros azules, ni coloraos, como diría Sancho Panza. Únicamente una mujeruca, entrada en años, con sayas de ruedos verdes, pasa abrumada bajo la pesadumbre de un repleto cuévano, ese apéndice o prolongación de la mujer pasiega, donde todo lo guarda y acarrea…». Aunque, en justa contraposición, también descubrió una equilibrada figura masculina:«Madrazo es un creyente, y en ocasiones parece un iluminado. Su rostro se transforma; su estatura crece; sus verdes ojos gatunos, los ojos peculiares de estas comarcas, diríase que desprenden fosfórica luz. Transmite su convicción, porque la posee. Habla más para sí mismo que para los que le escuchan; no emplea frases altisonantes ni misteriosas; se expresa con lisura, pero con una vehemencia y una seguridad que persuaden y hasta hacen provecho moralmente…».
Años después aún rememoraría doña Emilia su visita a Vega de Pas y al sanatorio, como denota este retrato postal de la escritora dirigida al doctor Madrazo el 10 de mayo de 1903 y que se encuentra en el fondo fotográfico dedicado al prestigioso cirujano en el Centro de Documentación de la Imagen de Santander (CDIS) del Ayuntamiento de Santander, cariñoso recuerdo de la grata impresión que le causó la obra de Madrazo y de un vaporoso encuentro en aquella villa pasiega con las obstruidas tuberías en la presencia de estereotipos y roles de género que han marcado siempre las desigualdades entre hombres y mujeres en la población rural, por lo cual hemos de reconocer que, tanto ella como el insigne cirujano, demostraron ser arterias de oxigenación en los corazones que bombean la justa igualdad y la consecución de obras provechosas para la humanidad.
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