![Autoescuela de un zagal](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202211/15/media/cortadas/Josechu%20de%20La%20Vega%20Artiach.-RCHjiAsjmMW2xSWNk206XcL-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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José Javier Gómez Arroyo
Vega de Pas
Martes, 15 de noviembre 2022, 12:18
Cuenta la historia que fue el Gran Duque Federico I de Baden quien firmó el primer carnet de conducir del que se tiene constancia en el automovilismo, una especie de autorización administrativa concedida al ingeniero alemán Karl Benz y quien también había sido pionero en la fabricación de un vehículo impulsado por motor de combustión interna en 1885: «De hecho, los habitantes del Gran Ducado de Baden, estaban hasta las narices de los ruidos y humos que expulsaba aquel automóvil con el que Karl Benz y su esposa se paseaban por las calles de Mannheim para fastidio de sus vecinos.» (Josep Camós. Motorpasión, 6 de diciembre de 2018). En España, tras la llegada de los primeros vehículos a motor a finales del siglo XIX, esta regularización de los conductores vino de la mano de la reina regente María Cristina y en forma de decreto el 17 de diciembre de 1900, dando orden de matricular cada vehículo y obtener, por parte de sus conductores, la correspondiente autorización que debía ser emitida por el gobernador de cada provincia.
Conscientes de que por aquellos años en los Montes de Pas no había ni tan siquiera carreteras dignas por las que transitar con estos artilugios, seguramente llamaría mucho la atención el solo hecho de ver alguno zigzagueando entre las vacas, como cautivador fue a su vez el automóvil que el prestigioso ingeniero pasiego Guzmán de la Vega exhibía en Vega de Pas por los años veinte y que, junto al coche que el Dr. Madrazo había comprado al cura don Manuel Ruiz Cagigas para su apostólica movilidad, formaban parte de los pocos armatostes motorizados que circulaban entonces por estos parajes pasiegos. Como curiosidad que contaban los ancianos del lugar, se dio la circunstancia de que al volante fueron en ocasiones vistos a dos entonces imberbes zagales conduciéndolos, a Antonio Gómez Ruiz con el eclesiástico artefacto y llevando al cura por las tres villas pasiegas en misión evangelizadora, y al hijo pequeño de don Guzmán, José María de la Vega Artiach y más conocido como Josechu, pilotando aquel elegante “haiga” de su padre. Y quién sabe si por aquel destino que vino rodado , Antonio Gómez acabaría siendo chófer de la empresa de camiones “Los Abascales” de la vecina localidad de Selaya, mientras que nuestro protagonista en esta crónica acabó como Ayudante del Cuerpo de Ingenieros Industriales y con el beneplácito ya legal de poder adiestrar y conceder licencia para conducir: "Todavía siguen llamando ingenieros a los examinadores de tráfico, como en los tiempos en que los que concedían el documento de conducir eran los peritos de Obras Públicas, por cierto, sabios. Recuerdo a don José María de la Vega Artiach o a don Mario Campos, el segundo más hueso que el primero, pero los dos excelentes personas y profesionales que formaron muy buenos conductores". (Artículo: Tráfico lo pone duro. El Día, Tenerife, 15 de agosto de 2009).
Josechu de la Vega, de quien curiosamente encontramos referencia de su compuesta mocedad en el diario El Cantábrico de 22 de julio de 1922 y donde se le referenciaba “…con su clavel rojo en la solapa y con ganas de buscar novia…”, era un joven bien parecido y de buena familia, como seguramente se le describiría en sus tiempos. Acostumbrado a pasar largas temporadas en la villa de Vega de Pas, donde nació su padre, nuestro protagonista obtuvo por oposición la plaza de Ayudante Industrial en 1934, siendo destinado años después a la delegación de industria de Santa Cruz de Tenerife y donde fundó familia con su esposa, la aristócrata rusa Elena Lvovna Grossoul-Tolstói Panomareff, sobrina nieta del célebre autor de “Ana Karenina”.
Recordado por su simpatía, ingenio y benevolencia para con su profesión, Josechu fue el perito industrial que enseñó y concedió licencia de conducir a buen número de pasiegos en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. En numerosas ocasiones, por supuesto eran otros tiempos, este permiso lo concedía por el simple hecho de que supieran encender el motor del vehículo y corretear apenas unos metros, aunque mucho más misericordioso fue con el párroco don Manuel, quien por fin se había lanzado a obtener la preceptiva autorización para conducir y en su examen estampó el viejo auto contra una pared. Josechu, impertérrito, se apeó del vehículo y le dijo al cura: “Padre, yo el carnet se lo doy, pero prométame que la próxima vez que monte le da la extremaunción al coche”. A partir de entonces se tuvo constancia de que aquel ministro de Dios que fue don Manuel condujo a sus ovejas descarriadas, pero nunca más un automóvil.
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