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josé javier gómez arroyo
Miércoles, 1 de enero 2020, 17:06
A lo largo de la historia los pasiegos se han caracterizado por ejercer una emigración temporal cuyos beneficios siempre revertían en su propia explotación ganadera y su particular territorio, aunque hubo otros que, lejos de volver a la tierra de donde partieron, se instalaron ... definitivamente en los lugares de destino con la esperanza de alcanzar una mejor vida y que, en numerosos casos de triunfo, han colaborado a acrecentar el mito de esta estirpe como emprendedora en la sociedad española y extranjera. Este fue el caso de Francisco Gómez Cobo, nacido el 5 de marzo de 1888 en el barrio de Viaña de Vega de Pas y donde siempre se le conoció por el apelativo de 'Docecientos' por la pobre escuela que se llevó, valiente muchacho que con tan solo catorce años hubo de salir en busca de una aventura que, con los años y mucho esfuerzo, le haría ser propietario de la más grande y potente industria panadera en Francia y que, con la humildad que siempre le caracterizó, sostuvo sobre su pecho las más meritorias medallas y recompensas sociales en forma de homenajes, premios y distinciones; y entre ellas la que es estimada como la más importante condecoración que se pueda otorgar en el país galo: la Legión de Honor.
Fue con apenas 13 ó 14 años cuando Francisco se embarcó en la venta de barquillos en las playas del Sardinero de Santander y en Vizcaya después, una de esas arraigadas profesiones que, al igual que como heladeros, los pasiegos ostentan desde hace más de un siglo. Repitió en los sucesivos años alcanzando con la venta de barquillos el vecino país francés, hasta que en 1909 se arriesgó a comprar una pequeña fábrica de obleas en la ciudad de Roubaix, mitad al contado y el otro medio fiado, que así lo hace el pasiego. De ahí pasó a ampliar su negocio en Bruselas y en Montreuil, hasta crear la empresa madre en París y que en 1938 era ya la tercera fábrica más grande de obleas y galletas por volumen de tonelaje en Francia. En 1939 creó otra en Avignon con el propósito de descentralizar toda la producción, pues justo entonces empezaba la II Guerra Mundial y no podía arriesgarse a perderlo todo de un golpe.
Este segundo conflicto significó un auténtico desastre para Europa por la escasez de alimentos, de material para la industria y por el sistema de racionamiento para la población civil, pero Francisco Gómez Cobo, acostumbrado a las penurias económicas, no se amilanó en absoluto por ello y en la consecución de cupos evitó siempre caer en el lúgubre mercado negro, más al contrario supo con inteligencia y moralidad comportarse y distribuir esas asignaciones entre los más necesitados de su propia clientela, con lo que consiguió que esta le siguiera siendo fiel: «Era, por otra parte, fácil para quién como él estaba acostumbrado. Consistía simplemente en portarse decentemente. En ser un hombre honrado» (Semanario El Español, junio de 1956, hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España) En su expansión creará en 1947 una nueva factoría en Toulouse, con un contingente inicial de cincuenta obreros y que tuvo la particularidad de ser la primera fábrica de Europa de pan biscotel.
El éxito del pasiego era ya imparable. En 1957 poseía dos fábricas en Toulouse, una en Avignón y otra en París y para sus hijos había creado una quinta en Madrid que trabajaba en jornada intensiva. Sólo de las fábricas que poseía en Francia salían siete mil toneladas de pan anuales en moderno proceso automatizado y con rendimiento de veinticuatro horas diarias, siendo en esa época las que más producción tenían en Francia. En ese mismo año la valoración de sus empresas alcanza los 430 millones de francos, con la particularidad de que tanto las factorías como la maquinaria eran también de su propiedad. Su labor económica y social, pues creó también un sistema de crédito privado para beneficio de sus propios obreros, dio lugar entonces a que el gobierno francés le concediese la noble distinción de Caballero de la Legión de Honor, el más alto rango a donde podía llegar en su ya patria gala y recompensa de la que se hizo eco también la prensa española: «El gobierno francés ha concedido la Legión de Honor al español don Francisco Gómez Cobo, natural de la Vega de Pas (Santander), creador de la más importante industria galletera y panadera de Francia. El señor Gómez Cobo, que tiene sesenta y nueve años, emigró a la edad de catorce para emplearse como modesto aprendiz. Pero gracias a sus excepcionales cualidades de inteligencia y laboriosidad ha llegado a ser propietario de las cinco factorías de aquel ramo más importantes del país y es un adelantado de los sistemas de producción, racionalización del trabajo y retribución laboral». (Diario ABC 9 de mayo de 1957.) Tan sólo tres días después el columnista Diego Plata escribiría un artículo en el que, bajo el acertado título de 'El Caballero del pan', del que nos hemos servido para abalar su reputación también en este, hizo una pequeña semblanza de su vida y obra.
Francisco Gómez Cobo, presidente y director general del grupo Gómez-Basquaise-Paré, presidente del Consejo de Administración de Industrias Selectas del Trigo y Caballero de la Legión de Honor Francesa, fallecería en la clínica de la Concepción de la ciudad de Madrid el 1 de enero de 1972, desapareciendo con él la figura de un pasiego más que supo crearse, no exento de sufrimiento y tesón, a sí mismo y con independencia, pues como también sostenía el periodista Antolín Esperón: «El pasiego no se baja a servir de cochero o lacayo como el asturiano, ni mozo de cordel, como el gallego, ni tampoco de criado doméstico en mayor o menor escala, como lo hacen los paisanos de otras provincias. Procura, ya permaneciendo en sus hogares, ya alejándose de ellos, vivir libre y dueño de sí, no reconociendo ningún amo». (Antolín Esperón, 'El pasiego', Semanario Pintoresco Español, 1851).
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