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La cabaña pasiega está de moda por la pandemia. Municipios como San Roque de Riomiera, Miera, Selaya o Vega de Pas lo han notado ya este verano, en mayor o menor medida, con la venta de cabañas y lo que ello conlleva en forma de permisos de obra o rehabilitación. El motivo ha sido el repunte significativo en la adquisición de estas construcciones típicas en el territorio pasiego, bien para segunda residencia o para habilitar cómo negocio turístico. En Cantabria hay censadas más de diez mil cabañales de este tipo y aún existen muchas sin rehabilitar y en peligro de extinción.
Catorce cabañas en Vega de Pas, otras quince o veinte en Selaya, unas treinta en San Roque de Riomiera y cinco en Miera. Son datos aproximados, un goteo continuo de la venta de este tipo de edificación rural que se ha puesto de moda desde este verano. No sólo porque los establecimientos turísticos ya abiertos antes del covid «han estado llenos», sino porque particulares, empresarios de hostelería o incluso grupos de inversión han puesto la vista en ellas como una oportunidad de futuro, tanto como primera o segunda vivienda, como para montar un negocio hostelero ahora que la España despoblada de paisajes verdes y tranquilos está más en boga por el virus y el miedo patológico a que nos vuelvan a encerrar por cualquier otro bicho.
«Tuvimos un parón por la crisis económica y la venta de cabañas se ralentizó, pero este año después del verano se está notando muchísimo la compra y los permisos para la rehabilitación; no cabe duda de que después del confinamiento se ha vendido mucho más», explicaba Juan Carlos García Diego, el alcalde de Vega de Pas. En esta capital pasiega se han vendido ya 14 cabañas tras el verano, es decir, en un corto periodo de tiempo. Esto ha llevado incluso al Consistorio a estar más alerta para controlar los trabajos de rehabilitación que se están haciendo de las cabañas y que se ajusten a las buenas prácticas para conservar este patrimonio local del que presumen.
«Hemos tenido ya una reunión con los constructores de la zona para recordarles y pedirles que hay que conservar la naturaleza de la cabaña, porque es nuestro patrimonio y nuestra cultura», matizaba el regidor pasiego. «Casi todas las semanas se vende una cabaña», apostillaba, y eso ha provocado que el Consistorio se active para una correcta protección de este bien local.
En Selaya, el municipio con más cabañales por metro cuadrado (1.135), de las cuales unas 800 siguen en uso agropecuario, también se ha notado la venta. De hecho, este territorio es seguramente el que cuenta con más cabañas reconvertidas a uso turístico. « La Ley de Cantabria 3/2012 aquí marcó un punto de inflexión», explica el alcalde de Selaya, Cándido Manuel Cobo. «Hasta entonces no se podía tocar ni una ventana y esa legislación fue un respiro para las cabañas», insiste. Cobo calcula que, en la actualidad, Selaya tiene un censo de «unas 35» edificaciones de este tipo, si no son alguna más, destinadas a la hospedaje rural.
Con el objetivo de proteger la esencia arquitectónica del cabañal pasiego o evitar su ruina, la Comisión Regional de Ordenación del Territorio y Urbanismo (Crotu) aprobó definitivamente en la primavera de 2019 una Guía de Buenas Prácticas para la intervención en el patrimonio arquitectónico del Pas, el Miera y el Asón. Se trata de una especie de manual a tener en cuenta a la hora de rehabilitar una de estas edificaciones cuyos orígenes se vinculan a la costumbre ganadera de la trashumancia, que se remonta a la Edad Media. El documento trata de subsanar la ausencia de norma para proteger este tipo de patrimonio, pero algunos sectores abogan por que se redacte algún día el Plan Especial de Protección de la Cabaña Pasiega, que daría un marco jurídico más completo y acorde a la hora de rehabilitar estas edificaciones como vivienda.
No obstante, tras pasar ya un año de su aprobación los alcaldes pasiegos consultados sí que contemplan esta guía como una herramienta útil para poder conservar su patrimonio. El ámbito de aplicación de esta norma abarca 13 municipios que forman parte del territorio pasiego: las tres villas tradicionales San Pedro del Romeral, San Roque y Vega de Pas, y otros diez municipios, Arredondo, Liérganes, Luena, Miera, Ruesga, Santa María de Cayón, Saro, Selaya, Soba y Villacarriedo.
En el caso de Selaya también se ha notado la venta de estos bienes inmuebles por el efecto covid. «Sí es verdad que ha habido más movimiento, sobre todo tras la cuarentena y hemos notado que hay mucha gente interesada en ellas», afirma. En Selaya los técnicos municipales vigilan que se cumpla el código de la Guía de Buenas Prácticas para la rehabilitación de la cabaña pasiega aprobada el pasado año por la Crotu.
Pero si hay un municipio que se ha beneficiado de la pandemia, si es que se puede expresar así, ha sido el de San Roque de Riomiera. Allí su alcalde, Antonio Fernández, explica que sólo en estos meses ha contado «treinta o más», muchas para un territorio enfermo de despoblación. El número, que es el doble de las otras villas pasiegas, se puede explicar porque se han vendido varias a los mismos propietarios y se destinarán para uso hostelero más que residencial.
Otros territorios como Miera, que tradicionalmente tienen menos tirón que el de las tres villas pasiegas, también han notado un interés creciente en la adquisición de este tipo de construcciones agrarias. «Aquí sí es verdad que se han vendido cinco este año y una casa», señala su alcalde, Tarsicio Gómez. En el caso del territorio meracho eso no es lo habitual en otros años sin pandemia, con lo cual el aumento se debe también al efecto llamada de la era covid. El hecho de que Miera no se aproveche más del tirón de la pandemia no está en que sus paisajes no sean tan bellos o más incluso que los pasiegos, sino en que los servicios esenciales (buenas comunicaciones por tierra y redes) escasean. «Tenemos unas infraestructuras tercermundistas», critica el regidor. No obstante «cinco cabañas para Miera, son muchas», valora.
Otro de los municipios en el que ha crecido el interés por la cabaña pasiega aunque «sólo se ha vendido una», es en San Pedro de Romeral. A pesar de ser una de las tres villas pasiegas por excelencia allí aún no se ha notado la moda posconfinamiento que sí es ya más que evidente en La Vega o San Roque. «Hemos notado que hay más interés y la gente pregunta mucho, hay además varias en venta», apunta la regidora Azucena Escudero, a quien también le preocupa –si llega el caso de que se contagie la venta allí como ocurre en el resto de territorios– que las rehabilitaciones se hagan acorde con la cultura y el patrimonio pasiego. Desde el lado empresarial o turístico, hace muchos años ya que se fundó la Asociación de Propietarios de la Cabaña Pasiega que, hoy en día, apenas tiene actividad, pero que movilizó e impulsó hace más de una década el cambio de legislación para poder devolver la vida a las cabañas, ya que su futuro era incierto al no poder ser reformadas como vivienda, una vez que el campo y la ganadería trashumante moría. Con el cambio en la legislación «pasamos de cero a total», expresa Fidel Sainz, el presidente de la Asociación, un colectivo que aún existe como herramienta, pero que ahora está desactivada porque «el objetivo que buscábamos se consiguió».
Su propósito y el de otros muchos que lo acompañaron en aquel viaje era dar una segunda vida a las cabañas y rehabilitarlas para el turismo. «Hace 21 años muchos lo hacían ya (habilitarlas para casa rural), pero estaban ilegales, no se podía», incide. Las cabañas estaban en manos de las familias y no se podía hacer nada en ellas.
Con la Ley 2012 y el posterior decreto de 2014 la cosa cambió. En su caso, cuentan con varias de estas construcciones como alojamiento rural y la pandemia les ha venido bien, pero sólo «durante el verano» ya que «ha sido un boom», reconoce. No obstante, el cierre perimetral de la región ha conseguido ahora el efecto contrario en este sector y ahora están vacíos. Respecto al repunte en la venta de cabañas pasiegas, Sainz teme que la moda termine «rompiendo el mercado», es decir que haya más plazas hoteleras de las que realmente se demanden.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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