Los clínex, un invento pasiego
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Conde-Pelayo padeció una grave infección de nariz que atribuyó al contagio por pañuelos de telaJosé Javier Gómez Arroyo
vega de Pas
Domingo, 4 de agosto 2019, 15:22
Fue uno de esos pasiegos que hicieron historia en la vida, o quizá debiéramos decir en diferentes vidas, pues destacó en ciencias tan dispares como matemáticas, metafísica, astronomía, ingeniería, medicina, política, lingüística... Descendiente directo de una de las familias más importantes del conjunto de las ... tres villas que conforman esta estirpe, don Juan José Conde-Pelayo (Vega de Pas 1847-Portugalete 1922) estaba además dotado de una asombrosa capacidad retentiva que despertó gran interés entre la comunidad científica de la época, reflejada en la recitación de largos discursos políticos que, con escucharlos una sola vez, era suficiente para almacenarlos en su cabeza, o plasmado también en el prodigio memorístico que supuso su obra 'El Pitágoras o libro de cuentas ajustadas', tratado por el que buena parte de Europa se rigió en la conversión de pesos y medidas hasta la invención de las calculadoras en los años 50 del siglo pasado.
Prácticamente toda su existencia transcurrió en Portugalete, donde su madre emigró junto a él con un pequeño negocio de telas y procuró la educación necesaria para iniciarse en los diferentes campos en que destacó. Conocido en esta villa marinera vasca como 'el médico de los pobres', por cobrar a quienes podían pagar y con ello sufragar la sanidad de los más desfavorecidos, el semblante de su vida está recogido en el pequeño recorrido del libro 'Pasiegos emprendedores, su huella en la historia' y en el que se indica su labor como profesor de matemáticas en la universidad Central de Madrid y en la que poco después obtendría la cátedra de Metafísica, además de ejercer como secretario particular del que fuera presidente de la I República española don Nicolás Salmerón y ser uno de los primeros estudiosos y defensores de la lengua internacional conocida como Esperanto.
Entre todas estas sabidurías fue quizá la medicina y la cirugía las que le hicieron popular entre las diferentes clases sociales de las entonces provincias vascongadas. Para las más acomodadas, por el prestigio que como médico tenia para su salud y entre las almas menos pudientes por lo mismo y por su humanidad, pues no pasó factura alguna a quien no podía pagarle. En 1884 fue nombrado médico cirujano de la sanidad marítima del puerto de Bilbao y, obsesionado con los microbios, nunca usaba pañuelos de tela sino de papel de seda que encargaba en la Papelera Española, teniendo por costumbre dejar sobre las mesitas de sus pacientes y para obligado uso un pequeño montoncito de hojas recortadas y previamente desinfectadas en el horno de su casa y así, cuando alguien visitaba a un enfermo y veía los papelitos recortados al lado de la cama, era normal imaginar que su médico era don Juan José Conde-Pelayo. Esta pertinaz costumbre le supuso ser salvado en 1917 de un rosario de torturas cuando se creyó posible consolidar una nueva república en España, pues por sus ideas políticas fue detenido en compañía de su yerno José Tejada y obligados ambos a recorrer la distancia entre Portugalete y Bilbao andando, para terminar encerrados en una escuela con función de cárcel. Acorde al testimonio de Félix González Cintora, presidente que fue de la Agrupación Republicana portugaluja y que presenció la escena, sabemos que un coronel del ejército pasó por el improvisado calabozo y vio a un anciano postrado en una cama con el montoncito de papeles de seda sobre la mesita, identificando con ello a nuestro protagonista: ¿Está ahí el doctor Conde-Pelayo?, le preguntó al vigilante, cuando este le contestó que sí el militar se indignó diciendo que era una vergüenza tener a un hombre así en aquellas condiciones, ordenando de inmediato a los centinelas que le evacuasen a un hospital. Curiosamente años atrás el reputado doctor pasiego había salvado la vida de un niño de ocho años desahuciado por varios de sus colegas médicos, casualmente sobrino de este coronel, dejando como de costumbre en la mesita del pequeño una pila de papeles de seda desinfectados como tarjeta de visita y que sirvieron a este oficial para percatarse de su identidad.
Muchos años después la multinacional Kimberly-Clark usaría el término registrado Kleenex en 1930, pronunciado clínex en todo el mundo independientemente de la marca que posean, para identificar una serie de pañuelos desinfectados y desechables que se han hecho populares en su uso contra el resfriado común o la rinitis alérgica, pasando así la marca a ser de uso común, algo parecido a lo que ocurre cuando pedimos 'casera' en vez de gaseosa. Aunque, volviendo otra vez la vista hacia el pasado, nos encontramos en el Boletín de la Industria y el Comercio del Papel de 15 de septiembre de 1908 una curiosa referencia que dice: «Hemos afirmado que el papel chino empleado para moquero, toalla, servilleta, etcétera, tiene que abrirse campo. Pues bien, una prueba de que no estábamos equivocados al hacer tal afirmación son las varias cartas que el doctor Conde-Pelayo, patrocinador y ejecutor de la idea, ha recibido alentándole en la empresa y pidiéndole datos. Entre dichas cartas merece mencionarse la de Vicente Ibarra, peluquero establecido en Barcelona, calle Aviñó, quien proyecta realizar los servicios de su establecimiento con papel de esta clase. Esto demuestra que la publicidad es la que hace prosélitos. Y si en círculo de acción tan reducido se han obtenido ventajas, ¿qué no se lograría realizando la propaganda en una esfera más amplia?» (Archivo prensa histórica)
Por si esta reseña fuera poco para hacer merecedor al médico pasiego de la idea original de este popular producto que son los clínex, añadiremos las palabras que al respecto recordaba el mismísimo Indalecio Prieto, titular de diversas carteras ministeriales durante la Segunda República y presidente del Partido Socialista Obrero Español durante el exilio, quien al ensalzar precisamente la recitación de los variados discursos políticos que el doctor pasiego se sabía de memoria añadió: «Cuando se le seca la boca, bebe un sorbo de agua y se seca los labios con una cuartilla de papel de las que lleva para este cometido y para sonarse las narices, forma con ella una bolita y luego de usarla la arroja al suelo. Conde-Pelayo se ha adelantado en más de medio siglo a inventar los higiénicos Kleenex». (Nota al margen del libro Portugalete en el recuerdo: los Conde-Pelayo.) Así que cuando nos sonemos las napias con estos célebres pañuelos de papel desechables, debemos saber y agradecer que si por ello no llenamos de microbios los bolsillos... es gracias también a un pasiego.
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