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Nacho González Ucelay
San Roque de Riomiera
Jueves, 10 de septiembre 2020, 07:14
Los núcleos rurales han sido este verano el motor financiero de la industria turística de Cantabria, que, acosada por la pandemia, decidió dejar la ... ciudad y hacerse fuerte entre valles y montañas arrastrando a su clientela hacia un destino libre de coronavirus. Aquel fue su mensaje. Y caló. Tanto, que extraño es el pueblo que no ha mejorado sus ingresos con respecto al estío anterior. «Ha venido una barbaridad de gente», asegura una hostelera. Parece ser que la suficiente como para despertar a la bestia, que hoy hace un par de semanas se plantó en el centro del pueblo y dejó a 16 vecinos contagiados. El alcalde es uno de ellos.
Bañado por el río Miera, aunque por sus tradiciones aceptado como la tercera villa pasiega, el municipio de San Roque de Riomiera es desde hace quince días un auténtico pueblo fantasma. Septiembre se ha llevado de allí a sus numerosísimos visitantes dejando en la retaguardia a una joven pareja de madrileños buscando algo de información en la tarima de la oficina de Turismo. Y el coronavirus ha encerrado en sus casas a la mayoría de su población censada, 356 habitantes, que no se atreve ni a asomarse a la plaza del pueblo.
«El que no ha cogido el covid ha cogido miedo», dice José Antonio Abascal, el único edil socialista de una corporación mayoritariamente popular.
Se ha acercado un momento hasta el Ayuntamiento, que permanece cerrado al público aunque sigue atendiendo a sus vecinos por vía telemática, por vía telefónica y hasta por vía aérea. Lanzando los documentos a través de una ventana.
Dice Abascal a los pies del consistorio que esta «es la más gorda que ha pasado aquí nunca» y que, hasta donde él cree saber, «los 16 contagiados son vecinos del pueblo».
Según el edil, que sospecha que el número de infectados es mayor al que se ha dado a conocer, «está claro que alguien lo ha traído de fuera y lo ha dispersado por el municipio», porque, hasta la misma aparición del brote, San Roque de Riomiera era uno de los pocos enclaves de la región donde el virus no había conseguido adentrarse.
Quién es el paciente cero no se sabe. Por dónde lo expandió, parece ser que sí.
En la recta final del verano, el jueves día 28 de agosto, la propietaria del bar restaurante Casa Vicente, Natalia Castillo, comenzó a sentirse mal.
«Tenía dolor de cabeza y fiebre. Yo pensé que era sinusitis, pero cuando llamé a mi médico para que me diera un antibiótico me dijo que mis síntomas eran compatibles con el coronavirus y que iba a solicitar una prueba para confirmarlo», dice la mujer, que se quedó de piedra escuchando hablar a su doctor.
Sin siquiera esperar a los resultados del test, Natalia decidió bajar la persiana de su negocio, marcharse directa para su casa, una vivienda ubicada en Merilla en la que lleva dos semanas encerrada junto a su actual pareja, y aguardar allí la confirmación del positivo en covid, que conoció el domingo.
Preocupada por su entorno, por sus vecinos y sus clientes, la empresaria decidió entonces poner a todos al tanto de la noticia a través de sus redes sociales y su teléfono móvil.
'Lamentamos comunicar el resultado positivo en la prueba covid-19 a la que fue sometido el titular de este restaurante, notificado el día 30 de agosto de 2020, lo que se hace público conocimiento para que aquellos amigos y clientes que hayan estado en contacto con el citado establecimiento lo pongan en conocimiento de la autoridad sanitaria a los efectos oportunos' decía ese aviso, en el que Natalia reiteraba su preocupación 'por el perjuicio que se haya podido irrigar ante este inesperado imprevisto'.
Alertados por el aviso, los vecinos que acostumbran a hacer una parada en el establecimiento de Natalia corrieron al médico, que, en los días sucesivos, recogió de las pruebas practicadas hasta 16 positivos.
«Todos los casos conocidos son vecinos de aquí, de San Roque, pero no descarte la posibilidad de que haya otros afectados», advierte José Antonio Abascal refiriéndose a la alta cantidad de turistas que por esas fechas pudieron haber entrado a consumir en el establecimiento de Natalia. «Bueno, en ese o en otros, porque no está nada claro que el virus haya entrado sólo por ahí», matiza el concejal.
Recluida en un paraje singular, lo cual no deja de ser un acicate a la hora de pasar tan mal trago, la empresaria, que solo ha salido de su casa para desplazar se hasta el Hospital de Liencres, donde este mismo miércoles se sometió a la segunda prueba del covid, ha tenido estos días de cuarentena tiempo más que de sobra para reflexionar sobre lo sucedido y programar su ansiada vuelta al trabajo.
«Tal y como estaban las cosas, no tenían que haber abierto las comunidades autónomas, porque ha venido demasiada gente», dice y repite la empresaria apoyada en el balcón de su casa. «Aquí hay cabañas que no se alquilaban nunca y que este verano sin embargo se han alquilado. Y los bares y restaurantes hemos trabajado aquí como hacía mucho tiempo que no lo hacíamos», asegura Natalia, que, de otro lado, admite un cierto relajamiento de los propios vecinos del pueblo. «Nos hemos confiado demasiado. Pensábamos que el coronavirus no iba a llegar hasta aquí... Y mire lo que nos ha ocurrido», se lamenta la hostelera, pendiente del resultado de su último test porque de ello depende su salud y la próxima apertura de su negocio previa desinfección.
«A ver si tengo suerte, doy negativo y puedo salir de casa ya», confía Natalia un poco asqueada de la situación.
Cuando salga, verá un panorama muy distinto al que ella dejó. Porque en tan solo dos semanas, San Roque de Riomiera ha pasado de ser un municipio de interior en plena explosión turística y totalmente ajeno a la pandemia a ser una localidad sin visitantes en la que sus vecinos apenas salen de sus casas para nada y si lo hacen procuran guardar la distancia por temor a contagiarse. Una cuarentena voluntaria que esperan no se alargue en el tiempo porque, tras el vendaval turístico que han soportado este estío, en cierto modo todos tienen ganas de volver ya a sus rutinas, a sus huertos, a sus ganados, lejos del ruido, lejos del bullicio y lejos del coronavirus.
A finales del mes de marzo, con la pandemia desbocada, este periódico publicó un reportaje en el que tuvieron cabida las voces de distintos vecinos de varios municipios que expresaron su parecer sobre la situación.
Uno de ellos fue Javier Pérez, un joven ganadero de Calseca (Ruesga) que dio su opinión sobre la vecina localidad de San Roque de Riomiera. «Estamos teniendo demasiado turismo, gente que viene de otras partes a las cabañas. Yo voy a dar de comer a las vacas y me encuentro una pareja de Madrid, otra de Bilbao... Así, desde luego, no se contiene el virus», advirtió.
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