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Al estallar la crisis de la construcción, a comienzos del nuevo milenio, a Óscar Villegas no le quedó más remedio que reciclarse: dejó de trabajar en la empresa de su mujer, ingeniera de Telecomunicaciones, y montó unos puntos de comida rápida en Benidorm –salchichas envueltas en masa de crepe y espirales de patata–, en los parques de Terra Mítica, Aqualandia y Mundomar. Empezaba la temporada en marzo y la terminaba en Halloween, y su mujer (con su ordenador) y sus cuatro hijos –entonces muy pequeños–, que se quedaban en Puente Viesgo, pasaban con él julio y agosto. También veraneaba por allí Rafael Lombilla, el anterior alcalde, que, por aquello de ser paisano, siempre le hacía una visita para charlar y tomar una cerveza. Un día le dijo que pensaba dejarlo, y que por qué no se animaba, que había que renovar el equipo que estaba al frente del Ayuntamiento. Durante tres años le dijo que no, y al cuarto, después de hablarlo en familia, y de imaginarse viviendo otra vez en casa, accedió. Habría que preguntar a los chavales si se les hizo duro renunciar a subirse en todas las atracciones.
Todo este preámbulo sirve para explicar que al alcalde más votado de la región –con pleno de once concejales de once posibles, y del PRC–, no fue la ambición política lo que le puso al frente del Gobierno de su pueblo: a él lo fueron a buscar.
¿Será posible dar con la clave de su éxito siendo su sombra durante un día? Para que no haya falsas expectativas ya advertimos, antes de que suene el despertador de Villegas, que su jornada, aunque movida, transcurre sin grandes emociones.
Óscar –vamos a tomarnos confianzas y a llamarlo por su nombre–, salta de la cama a las siete. Su mujer, Margarita, está de viaje por asuntos de negocios, así que él se encarga, con ayuda de los hijos, de preparar el desayuno, muy sano. Daniel y Mateo son mellizos y tienen 14 años; Claudia, 17, y falta Adrián, de 19, que está estudiando Informática en el extranjero y debe de ser un fenómeno. Se le ve apañado: organiza, recoge y limpia rápido. Además, se le da bien la cocina, y ha hecho unos cuantos cursos en el aula de Jesús Sánchez, del Cenador de Amós.
Se sientan todos juntos a la mesa. El panadero ya les ha dejado a la puerta el pan tierno. Los chavales se preparan un bocadillo y salen para ir al instituto, a Torrelavega.
Aprovecha para hacer la ronda por las instalaciones porque hoy se rellena el depósito de gasoil y empieza un nuevo servicio de limpieza.
Mariano Irizábal está trabajando en el jardín de casa. No le había visto desde antes de las elecciones, así que le felicita por el resultado.
Jaime Cossío le da cuenta de todos los asuntos que llegan al Ayuntamiento. Previamente, ha leído el BOC por si hay algo interesante para Puente Viesgo
AUX STEP FOR JS
Tienen una casa bonita; él dice, medio en broma, medio en serio, que menos mal que ya vivían ahí antes de ser alcalde, para que nadie pueda pensar mal. Tiene el césped cuidado como un campo de golf. Lo siega él. «Atiendo el prado, tengo una huerta... De jardinería hago todo: cavo, siembro tomates... me gustaría poder dedicarle más tiempo».
A las ocho se sale de casa para dejar a los chicos en el Instituto Marqués de Santillana, en Torrelavega. Lo normal es que entre al ayuntamiento sobre las ocho y media. Hoy, hace antes una parada en el polideportivo, porque va a descargar el camión del gasoil y porque empieza un nuevo servicio de limpieza y tiene que dar algunas instrucciones. Aprovecha para presumir un poco de instalaciones.
Al periodista le impresionan todas las cifras que el alcalde tiene en la cabeza; él, modesto, dice que se las sabe porque las maneja habitualmente: hombre, es normal que sepa cuántos habitantes tiene la localidad –son casi 3.000 empadronados–, a cuánto asciende el presupuesto o lo que cuesta cada obra, pero es que también sabe el número de usuarios de la piscina y de las clases, los litros de combustible que iban a echar en el depósito y hasta los kilos de lomo que tendrá que freír en la plancha –sí, él mismo–, para hacer pepitos y dar de comer a todos los participantes del Torneo de Balonmano Hierba de este fin de semana.
Para cuando llega a la casa consistorial ya hay un vecino esperándole. Es Rubén Haro, un señor al que le gusta echar una mano en las actividades que organiza el Ayuntamiento, y que quiere concretar ya lo próximo que va a tener que hacer. Luego llega otro para pedirle un permiso de quema, otro más para ver si le puede dar el número de un albañil... Seguro que son gestiones que cualquier otro empleado muinicipal podría hacer, pero se lo piden a él y los atiende. Cuando salga por la mañana para recoger a los chavales en Torrelavega, le dejará en casa un papel a una señoruca mayor para ahorrarle el viaje. Aquí están acostumbrados a verles a él y a los concejales remangados, haciendo cosas, colocando y retirando sillas en conciertos y desfiles o repartiendo bolsas de avituallamiento en una competición. «Es la manera de hacerlo: no tenemos más trabajadores».
Los vecinos le piden a él directamente las cosas. Seguro que podría encargarse de muchas de ellas cualquier trabajador del Ayuntamiento
Hay que pedir presupuestos, reunirse con empresarios, hacer solicitudes a las consejerías, estudiar proyectos... así se pasa la mañana.
Suele dedicar las tardes a visitar las obras en ejecución. En esta ocasión, va a ver una pista en Corrobárceno con el concejal Ramón Lombilla.
Mientras los hijos están en sus extraescolares, y antes de tener que ir a buscarlos, aprovecha para correr. Está preparando la Behobia-San Sebastián.
AUX STEP FOR JS
Si no se cuela nadie, va directo a ver al secretario, Jaime Cossío, por quien pasan todos los asuntos que entran al Ayuntamiento. Concienzudo, lee cada día el Boletín y le informa de los proyectos y subvenciones que pueden interesar. Esta vez hablan del clorador nuevo que necesita una estación de abastecimiento de agua, y del comienzo de la campaña de limpieza de carreteras con la desbrozadora.
Continúa la mañana, y recibe a más vecinos, promotores, empresas... otros días va a Santander a hacer la ronda por las consejerías, a pedir para Puente Viesgo. Dice que es un municipio que está bien para vivir, con una población razonablemente joven (la mayor parte en la franja de edad de cuarenta a cincuenta y tantos; con 300 niños en el colegio y 200 personas mayores de ochenta). El mayor negocio, en empleados, es el balneario: el sector servicios da trabajo a unos 300 vecinos; otros tantos están ocupados en las pymes asentadas en la zona industrial de Vargas, y el resto se reparte por las grandes fábricas de municipios cercanos como Corrales y Torrelavega. Hay buenas comunicaciones por carretera, fibra en el 95% del territorio, un colegio público y dos consultorios, y se ha mejorado mucho la atención a la gente mayor. Todos están esperando el bombazo que supondrá el Centro de Arte Rupestre, que estará a pleno rendimiento en otoño.
¿Hay algún problema? Pues sí, el aparcamiento, así que una de las grandes obras para esta legislatura es un parking disuasorio para todos los que vienen de visita. «Al vecino de aquí le importa poco o nada que venga gente. Le gusta ver el pueblo animado, pero no masificado: no queremos convertirnos en otro Santillana del Mar. Aquí puedes venir: aparcas, paseas, te tomas un chocolate y no hay agobios, pero esa sensación se empieza a perder los fines de semana y en verano porque no aparcas bien».
Seguimos. Ya ha recogido a los hijos y es hora de comer. Son las tres. Dos días a la semana va a su casa una profesora parisina que vive en el valle para enseñarle francés. Puente Viesgo está hermanado con la localidad de Les Eyzies-de-Tayac-Sireuil (también está llena de cuevas, de hecho allí está el Museo Nacional de Prehistoria de Francia), y como su alcalde habla español, Óscar se siente en la obligación de hablar francés.
Por la tarde, aprovecha para quedar con gente para pedir presupuestos y visitar obras. Si no hay compromisos, siempre hay algo que hacer en casa.
Y más vueltas: las extraescolares de los muchachos. Claudia hace atletismo y los mellizos, balonmano –los padres ya les dijeron que o practicaban los dos el mismo deporte o dejaban de trabajar y se metían a taxistas–, además de las clases de inglés. Esto supone otras tantas idas y vueltas a Vargas y a Torrelavega.
Nuestro regidor aprovecha los dos o tres días de entrenamiento de la hija, en Torrelavega, para hacer la compra en el Mercadona y para, él también, echar una carrera. A sus 48 años está bastante fino y en buena forma: se ha apuntado a la Behobia-San Sebastián (es una popular de veinte kilómetros, y hay que correrlos), y tiene un grupo para obligarse a calzarse las zapatillas, porque dice que él no tiene mucha voluntad.
Ya está cerca el fin de la jornada. Son las ocho y es hora de volver a casa. De cenar y, quizás, de poner un poco la tele o leer. En casa hay Digital Plus y Netflix. «Veo poco: algo de deporte y mucho documental». Ahora tiene en la mesita 'Sapiens', de Yuval Noah Harari.
Apaga la luz a las once y media. Previamente, Daniel y Mateo habrán dejado descansar sus móviles. Claudia se acostará más tarde porque tendrá alguna cosa que hacer de las clases. Así se acaba el día.
¿Cuál es el secreto para que le aprecien tanto sus vecinos? «Eso es mejor preguntárselo a ellos. Ser sencillos, con trato muy cercano, ser gente normal, y el atenderles día a día. En los pueblos se vota más a las personas. Y luego tengo un gran equipo, que es importantísimo. Yo solo aspiro a mejorar la vida de los vecinos. Mi vida política se ha visto culminada siendo alcalde. Estaré unos años más y después lo dejo».
Quien ha pasado con él un día ha visto a un hombre amable y educado; interesado por su trabajo, muy ocupado y que se organiza bien, y a quien los vecinos aprecian y respetan. Quizás la clave esté precisamente en que no hay truco.
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