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El padre Leonardo Acevedo (Felechas, León, 1951), insiste en que si no fuera por el grupo de seglares que le echa una mano le sería imposible atender a todos sus fieles: tiene a su cargo ocho pueblos y trece iglesias, con sus correspondientes cementerios. Son ... Cabárceno, Sobarzo, Penagos, Llanos, Arenal, Santa María de Cayón, Totero y Lloreda.
Sus circunstancias son las de tantos otros compañeros que ejercen su ministerio en zonas rurales, que ven cómo el trabajo aumenta por la escasez de religiosos y el esfuerzo por seguir atendiendo todas las parroquias; mientras, los años van pasando y pesando, y la falta de nuevas vocaciones complica el relevo y atrasa el momento de la jubilación. Tanto es así que al padre Leonardo, con 72 años, se le puede considerar todavía joven. Actualmente hay 220 sacerdotes en activo en la Diócesis de Santander -86 religiosos y 134 diocesanos-, y 616 parroquias. La media de edad ronda los 70 años: el cura más joven, Ramón Gómez, tiene 26, y el más mayor, el dominico Francisco María González, ha cumplido ya los 89.
«Yo me arreglo porque tengo un grupo de seglares que me ayuda, cuatro personas que me ayudan los fines de semana y, entre el viernes por la tarde, el sábado y el domingo hacemos celebraciones en las ocho iglesias. Yo hago en unas, ellos lo hacen en otras, y me voy turnando para ir a los pueblos cada quince días». Son Conchi -virgen consagrada-, Mari Carmen y Merce -catequistas-, y Evaristo, colaborador de los carmelitas y con autorización para dar la comunión. Todos ellos poseen conocimientos de teología.
«Mi planteamiento es el siguiente: a mí me gusta que todos los domingos se celebren en todas las iglesias, porque lo importante en una parroquia es reunirse la comunidad cristiana para escuchar la palabra de Dios y comulgar. Eso lo pueden hacer el sacerdote y los seglares, con unas limitaciones litúrgicas que tienen, y de esa manera todos los fines de semana se proclama la palabra de Dios. Yo les paso materiales para la celebración y dos homilías, y me imagino que ellos lo harán a su manera con las indicaciones que les doy».
Esa solución no termina de convencer a todos, y hay quien piensa que debería ser el cura, y no un sustituto, quien se encargara de la misa. «Entonces habría misa cada quince días, y esa solución no la quiero por nada del mundo. Lo importante es que se abra la iglesia y que haya celebración, pero, aparte de eso, en los pueblos la gente viene a misa y, a lo mejor, no se ve el resto de la semana. Hay sitios donde se quedan hablando a la puerta hasta una hora después de que haya terminado».
Don Leonardo lleva una apacible existencia en la casa parroquial de Penagos. Generalmente, se levanta a las ocho de la mañana y, tras «un poquito» de oración, planifica su día, que incluye visitas a enfermos o a personas mayores de la zona, alguna actividad y, de vez en cuando, un paseo. Unas veces come en casa, y otras comparte almuerzo con sus compañeros de Sarón y La Penilla. «Por la tarde leo; me gusta mucho y le dedico mucho tiempo: teología, pastoral... cosas del ministerio. Y por la noche veo algún programa de animales y plantas en diferido. Siempre saco al menos una hora para leer y rezar. Me encanta ver la luna y, sobre todo, oír llover: la lluvia es un signo de la bendición de Dios. 'El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto', dice un salmo. A fuerza de repetírselo a la gente lo van entendiendo».
Es, también, una existencia solitaria, a la que ha tenido que acostumbrarse a la fuerza tras la muerte de su gran amigo Juan Jáuregui, sacerdote como él y también músico. Con él compartió 37 años de su vida -infancia, estudios y labor pastoral-, los 25 últimos en la misma casa donde reside. «Lo pasé muy mal, porque toda la vida he vivido en comunidad y me resultó muy duro quedarme solo. La muerte de Juan fue muy traumática para mí. Éramos dos hermanos».
De un religioso se espera consejo y consuelo. ¿Y si es él quien está triste? «Yo siempre he procurado tener ayuda de personas cercanas, personas a las que hablo y me abro. Siempre he tenido un director espiritual, alguien con quien poder desahogarme y que me ayude». Don Leonardo ha encontrado en un vecino y amigo de Llanos, Gabi, una suerte de confesor civil. «Su ayuda ha sido fundamental. Solo tengo que llamarle, hablar con él por teléfono, y es un remanso de paz».
A Leonardo Acevedo la vocación le encontró ya en el seminario. «Fui allí de niño porque no había otra manera de estudiar. En un momento determinado me pregunté si quería ser sacerdote o dejarlo, y decidí ser religioso». Empezó de sacerdote en Madrid, después estuvo destinado en el Santuario de la Bien Aparecida. Más tarde se hizo cargo, con Juan Jáuregui, de las parroquias de Ruesga y Matienzo. «Y en el año 95 vinimos aquí, a estos pueblos. Al morir y quedarme solo me ofrecí a llevar también sus parroquias, y lo puedo hacer porque tengo la ayuda de mucha gente: tengo lectores, monitores que llevan la contabilidad y arreglan las iglesias... en total, más de cincuenta personas que me ayudan directamente, y toda esa colaboración es consecuencia del trabajo que hicimos Juan y yo».
Las frases
Ayuda «Me arreglo porque tengo un grupo de seglares que colabora, y entre todos hacemos celebracionesen las ocho iglesias»
Pocos fieles «Va poca gente, pero no me importa: estuve un año en San Bartolomé de los Montes diciendo misa solo para una señora»
Sin vocaciones «La Iglesia debería dar pasos para crear nuevas corrientes de seglares y prepararlos para llevar adelante las parroquias»
Reconoce que cada vez hay menos fieles. «A misa va muy poquita gente: hay seis, ocho personas, quince... ochenta o noventa personas a la que más, en Santa María de Cayón. Pero eso no me importa, porque yo estuve durante un año diciendo misa solo para una señora en San Bartolomé de los Montes». Y si fieles hay pocos, qué decir de los sacerdotes, cada vez más mayores. «La edad media es alta: no hay más que ver que cuando se celebran bodas de platino hay un montón; cuando son de oro, otro montón, pero en las de plata, solo dos o tres. De cara al futuro, el número de sacerdotes va a disminuir alarmantemente, porque no hay vocaciones. Creo que la jerarquía de la Iglesia tendría que ir dando pasos para crear nuevas corrientes de seglares que estudiaran o se prepararan para llevar adelante las parroquias, pero tampoco es fácil: la juventud no participa en las celebraciones, así que ¿a quién vas a invitar a que ayude?».
Aunque no sea algo inminente, don Leonardo empieza a pensar en la jubilación. «Mi idea es retirarme al cumplir 75 años, pero estoy dispuesto a colaborar con el sacerdote que manden y ayudarle. Si no es posible, iré a la residencia de sacerdotes mayores de Corbán -fue una magnífica idea de otro compañero, José Olaiz, que era administrador de la Diócesis-. Eso no me preocupa, con el devenir del tiempo se decidirá lo que puedo hacer. También tengo familia en León, y me veo con ellos con frecuencia. Pero ahí no quiero ir cuando me jubile: en León no puedo ver llover».
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