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JOSE JAVIER GÓMEZ ARROYO
Lunes, 20 de enero 2020, 07:47
Dicen quienes le conocieron que siempre fue una persona inquieta y curiosa, muy revoltoso cuando era niño y no demasiado atento en la escuela, donde se distraía en la observación de animales y comportamientos humanos que siempre anotaba en una vieja libreta que portaba ... amarrada al cuello con una cuerda. Justo Pérez Santiago vino al mundo el 8 de agosto de 1895 en Pedrosa de Río Úrbel, donde su padre, Salvador Pérez y nacido en la villa pasiega de San Pedro del Romeral, había montado un pequeño comercio para sustento de la familia, de ahí que de niño se le conociese en el histórico valle burgalés como 'el hijo del pasiego'. Pero aún con el carácter indomable de esta estirpe que llevaba en sus venas decidió, con apenas doce años y precoz convicción y vocación, someterse a la férrea vida de la escuela monástica de la abadía de Santo Domingo de Silos y así, entre rezos, clases, ayunos y piedras milenarias, descubrirá su pasión por el arte y la historia medieval de nuestra península, se formará en el estudio de francés, alemán, árabe e inglés y profundizará en las lenguas clásicas como griego, latín y hebreo para zambullirse en la particular biblioteca del monasterio silense que se hallaba tan custodiada como desatendida.
Ya en la adolescencia comenzó a destacar en la producción de hagiografía, liturgia, historia, arte e incluso poesía, sin olvidar el fuerte carácter religioso que marcó su vida monacal y que le llevó a ser abad del que fue durante años mausoleo del dictador Franco, lugar, por cierto, del que parece fue anormalmente apartado en 1966: «Alejado de todo aquello por lo que tanto había trabajado se sintió como desorientado. Fray Justo ya no fue el mismo, era una vida rota...() Sintiéndose expulsado de su propia casa, procuró centrarse en lo que siempre había sido su principal ocupación». (Fray Justo Pérez de Úrbel, Reseña biográfica. Norberto Núñez. Abadía de Silos 2009). Su prolífica producción, 71 libros y casi un millar de artículos, reseñas, conferencias y traducciones a distintos idiomas que dominaba a la perfección, le condujeron a presentarse a la cátedra de Historia de la Edad Media de España, oposición que ganó en 1948 y que le impulsaría al Consejo Superior de Investigaciones Científicas del que fue consejero de honor. Dentro de esta vasta edición de libros incluso tuvo tiempo para recrearse en sus ancestros, pues en 1933 y tras asiduas visitas a la villa de San Pedro del Romeral, publicó un poemario bajo el título de 'Cancionero Pasiego' y brindado a Manuel Oria Alonso y «... a todos los pasiegos y descendientes de pasiegos que llevan por los caminos y ciudades de España el ejemplar luminoso de su industriosa actividad, de su trabajo austero, de su brava bizarría y de su honradez acrisolada», como reza en la dedicatoria.
Aquellos estudios y concienzudas reseñas de antiguos códices, además de su particular estilo literario que le hacía ser leído con gusto, le convirtieron en uno de los mejores medievalistas y le pusieron en contacto con los grandes historiadores, poetas y escritores del momento, como fueron Ramón Menéndez Pidal, que le mostró gratitud por sus investigaciones, o Miguel de Unamuno, Gerardo Diego y los hermanos Manuel y Antonio Machado, junto a quienes también poetizó los rincones del Monasterio de Silos y su más que centenario ciprés que, desde el año 1882 en que fue plantado, tanta inspiración ha legado y sigue aportando a la lírica. Dentro de esta correspondencia, custodiada en la propia basílica del Valle de los Caídos, sorprende ver el carteo que mantuvo con personas de ideologías políticas tan contrarias a él, como Rafael Alberti, miembro activo del Partido Comunista de España y quien, en tono distendido, le ofrecía sus últimas obras: «... mi amigo le llevará algunos libros míos últimos que usted no conoce. Saludos al Padre Abad y a fray David, que no he olvidado que se negó a revelarme el secreto del licor benedictino. Le abraza su amigo Rafael Alberti». Y avenencia que igualmente tendría con Claudio Sánchez Albornoz, ministro durante la Segunda República y presidente de su gobierno durante el exilio, porque quizá, como afirma José María Zavala en su libro «Las páginas secretas de la historia», la caridad cristiana de fray Justo jamás reparó en ideologías: «Deseo agradecerle sus palabras amistosas y sus elogios. Hemos discutido mucho, pero estimamos recíprocamente nuestra labor histórica. Si yo no apreciara la suya no discutiría alguna de sus conclusiones. Y usted ha hecho pública la suya -su opinión- sobre mis cosas. Dios se lo pague. Que los españoles se reconcilien es mi mayor anhelo: que se reconcilien en un clima de respeto recíproco y de libertad humana. Ojalá que presenciemos esa hora. Nuestro caso puede servir de ejemplo. La diversidad de pareceres no debe dar motivo a la batalla y al odio. Crea, fray Justo, en mi estimación personal y en la verdadera y vieja amistad, Claudio Sánchez Albornoz» (Extracto de la carta, obra citada). Pues eso, ojalá que presenciemos esa hora.
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