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José javier gómez arroyo
Vega de Pas
Martes, 2 de febrero 2021, 18:47
Mientras que en tiempos lejanos el dictamen en materia de juicios por homicidio quedaba solo reservado a grupos de expertos, la voz de los ciudadanos desempeña a día de hoy un papel innegable por el interés que mostramos ante la emotividad de la tragedia ... . Hay una parte de nosotros que nos lleva a interesarnos por los crímenes, incluso siendo conscientes de que este hechizo, ya sea a través de noticias reales o relatos ficticios, vaya más allá de lo ético. El motivo es puramente psicológico, pues nos revela la parte más tenebrosa de las personas y por ello nos convertimos en policías, jueces y hasta en psicólogos, aunque todo esto desde un plano que nos permita ver el móvil sin enfrentarnos al problema. Nuestro protagonista de hoy, Andrés Cobo Barquín, alias Maruyo que cometió un asesinato en la villa pasiega de San Roque de Riomiera en la persona que hasta entonces había sido su socio y amigo, Norberto Gómez Ruiz, también conocido por el apodo de Secadía. En un lejano tiempo en que el pueblo llano no influía en las decisiones de estos técnicos que sentenciaban la inocencia o culpabilidad del reo, la habilidad de un diestro de la jurisprudencia, un brillante abogado de nombre Rafael Botín y Aguirre, hizo salir indemne a nuestro acusado al demostrar que era más conocido por lo que le atribuían que por sus propios hechos.
A finales del siglo XIX, el Maruyo y el Secadía mediaban, como tratantes de ganado que eran, para comprar vacas en las tres villas pasiegas y valles adyacentes y llevarlas a vender a Burgos y Madrid. En uno de esos tratos adquirieron a unos frailes de Villacarriedo seis terneras y el propio Secadía se encargó, a la vuelta del convenio, de abonar a los monjes lo acordado, aunque, como nos revelaba J. Ramón Saiz Viadero en su libro 'Crímenes nada ejemplares. La crónica negra en Cantabria': «... a los demás vendedores les había pagado con dinero legal, pero para los frailes había reservado billetes falsos con la posibilidad de que hicieran el milagro de convertirlos en buenos...» y aquella acción, junto a otros aprietos derivados del particular carácter de «gallitos» que ambos socios tenían, les hizo distanciarse en la amistad y enfrentarse en la rivalidad. Hasta que un 3 de febrero de 1898, el Maruyo disparó al Secadía un tiro causándole la muerte.
El Maruyo, tras su acto delictivo, huyó a esconderse por las escarpadas montañas de las villas pasiegas que conocía muy bien y cargando durante algunos años con muy diversas hazañas que le atribuyeron, unas reales y otras propias de la imaginación social. Entre las verdaderas estaba la huída que protagonizó en una ocasión escondido por una amante que tuvo en Vega de Pas, María Ruiz Lavín, con la que tuvo una hija extramatrimonial y quien, ante los propios ojos de la Guardia Civil y disimulando su enorme fortaleza de pasiega, lo sacó escondido en un cuévano a sus espaldas bajo una cesta repleta de quesos y mantecas. Además el Maruyo tuvo el atrevimiento y la guasa de jugar una partida de cartas en un bar de la cercana localidad de Liérganes con otros miembros de la benemérita, aprovechando que no conocían su rostro. Finalmente fue capturado por los propios guardias civiles el día de Nochebuena de 1901 y juzgado en la Audiencia santanderina al año siguiente ante una enorme expectación social por la imagen de leyenda que de él se había creado y así, sagazmente defendido por su abogado Rafael Botín, letrado perteneciente a la conocida familia que ha asentado el nombre de Santander en el mundo a través de las finanzas y el arte, consiguió el veredicto de inculpabilidad, el cariño de la ciudadanía que en todo momento apoyó al procesado y cargar la responsabilidad a su socio muerto. Aunque el verdadero calvario del Maruyo vino cuando, a pesar de haberse descargado, dio en perseguirle un hijo del Secadía que juró vengar a su padre atentando contra él en un bar. El Maruyo, temiendo por su existencia, embarcó hacia Cuba, después Venezuela, luego México... sin librarse del exterminador que le persiguió por todos estos países. Al final se ocultó en Argentina y donde, en un conocido café de la capital, el vengativo hijo puso fin a su mito embutiéndole quince balas. En definitiva, una vida de novela ya escrita por Javier Tazón Ruescas y que lleva por título «Sangre pasiega. Fulgor y muerte del Maruyo».
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