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José javier gómez arroyo
Vega de Pas
Domingo, 9 de enero 2022, 22:09
Poseía esa dosis que mezcla energía y optimismo y que reflejaba en una cálida sonrisa siempre acompañada de disponibilidad para hacer el bien a sus semejantes con generosidad, pero también con firmeza, pues no era una mujer débil sino bondadosa y, como astuta mujer pasiega ... que era, enérgica centinela de su hacienda y familia al mando de la tienda-bar que durante muchos años regentó en el barrio de Bustiyerro-El Rosario de la villa de San Pedro del Romeral. Y si es cierto el dicho de que la bondad tiene poder para hacernos felices, desde luego Luisa en su mesura fue dichosa, con los suyos y con sus vecinos, con su sacrificada vida para salir adelante y con el beneficio de su firme creencia religiosa por la que, gracias a ese credo que profesaba y a su arrojo, los pasiegos y demás gentes seguimos conservando la antigua talla de la Virgen del Rosario en la preciosa ermita del mismo nombre y barrio, santuario erigido a principios del siglo XVIII y que mueve tanto la fe y veneración de feligreses como la consideración y admiración de no creyentes, siquiera por formar parte de nuestro rico patrimonio cultural cántabro y español. Aquel arriesgado hecho lo narró nuestra protagonista, siendo ya muy mayor, para la revista Pasyegos en 1986: «Desde muy joven he tenido mucha devoción a la Virgen. Durante la guerra la saqué de la iglesia y la guardé en un pesebre tapándola con unos helechos. Unos días después vinieron unos soldados desde San Pedro, entraron en la cuadra y lo revolvieron todo, pero no la encontraron. Mi padre me decía «prepárate que nos llevan». Tampoco encontraron los candelabros que habíamos escondido en unos dujos (colmenas) y que son los que están ahora en la iglesia, ¡fue un milagro!. Como teníamos miedo de tener la Virgen en casa, una noche la saqué y la llevé al monte tapándola con un paño del altar y musgo que recogí. A los pocos días estuvieron unos soldados en el sitio donde la había escondido y no la vieron. Como veis ¡hay Dios bien grande!».
Entre las contadas historias sobre la custodia de imágenes religiosas y bienes de arte eclesiásticos durante la guerra civil, nuestro gran poeta y Premio Nacional de Literatura Antonio Colinas nos desvelaba hace años cómo en aquella absurda contienda española de 1936, donde desgraciadamente tantas vidas humanas se perdieron y tanto patrimonio civil, artístico y religioso se destruyó, su colega Rafael Alberti, activista republicano confeso, hubo de mitigar a las tropas izquierdistas para impedir también la quema de imágenes y obras religiosas en la isla de Ibiza, donde le sorprendió el estallido de la guerra civil junto a su esposa: «En la plaza de la catedral, frente al museo cartaginés, estos anarquistas prepararon una hoguera con las imágenes y objetos religiosos que habían sacado de la iglesia, ante la impotencia de sus mandos. Fue María Teresa León, en sus memorias, la que contó estos hechos y la que narró cómo Alberti fue el único que se enfrentó a gritos con los milicianos anarquistas, tratando de evitar la quema. Todos obedecieron menos uno, que llegó a amenazar seriamente al poeta. Este esgrimió tres razones: que las imágenes religiosas formaban parte del patrimonio del pueblo; que por su antigüedad gozaban de gran valor artístico, y que, dado su valor monetario, se podían vender y obtener dinero para el bando republicano, para aplacar las iras de aquel anarquista y quien solo atendió la exigencia de Alberti tras oír la tercera de sus razones» (Diario El País. Artículo de Rocío García sobre la conferencia impartida por Antonio Colinas, 7 de julio de 1993).
Luisa nos dio una valiente lección con su fe y que merece toda la consideración. Alberti, por su parte, nos brindó una enseñanza de tolerancia y, por supuesto, meritoria reprimenda también por su sensatez. Dos historias hermanadas y de dos almas distintas, aunque quizá no tan diferentes y, en cualquier caso, ambas dignas de ser conocidas para ser capaces entre todos de frenar el incremento del odio y la confrontación por ideologías políticas o creencias religiosas, por orientaciones sexuales o prejuicios raciales, porque las convicciones, como bien dicen, quizá no nos harán mejores personas, pero nuestras reflexivas y respetuosas acciones para con los demás desde luego que sí.
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