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Ramón Ortiz, hermano del fundador de helados MiKo junto a su mujer Ramona y su hija Victoria. Colección josé javier gómez arroyo
Un imperio de humanidad
Esencia pasiega

Un imperio de humanidad

A Ramón Ortiz, hermano del fundador de la multinacional Helados Miko, el destino le aguardaba la creación de otro imperio muy diferente pero igual de trascendental como es el de la solidaridad

josé javier gómez arroyo

Vega de Pas

Martes, 12 de enero 2021, 16:36

Nacido en la villa de San Pedro del Romeral en 1886, Ramón Ortiz Martínez pronto siguió los pasos de su hermano Luis emigrando hacia Francia en 1908, quien sabe si ambos aprovechando ese ímpetu innato a la juventud que es el deseo de independencia y la búsqueda de un futuro apartado de la miseria que arrastraban tras la crisis a finales del llamado siglo de la industrialización. Por ello, ya en estos principios de la nueva centuria del XX, fue habitual la peregrinación de muchos pasiegos hacia tierras francesas para ejercer una profesión que se había adoptado como propia desde hacía varios años y que garantizaba, en la mayor parte de los casos, fuese un tipo de salida temporal que no los arrancase del todo de sus raíces: «Un modelo que, en reducido volumen, fue utilizado por pasiegos y carredanos especializados en la elaboración y venta de helados artesanales en sus salidas e instalación en las ciudades del norte de Francia» (Los emigrantes montañeses, Germán Rueda y Consuelo Soldevilla, Universidad de Cantabria.) Con ese ardor juvenil y una gran valentía, Ramón Ortiz, a quien apodaban Sagasta en su pueblo, se embarcó en Santander rumbo a Dunkerque y donde fue buscándose la vida por diversas localidades francesas como leñador, vendedor de hortalizas, de helados y barquillos y hasta en una fábrica de armamento a las afueras de Paris durante la Primera Guerra Mundial. Casado con Ramona Gutiérrez, nacida igualmente en la propia villa, fueron creando un hogar para traer al mundo a sus cinco hijos y hasta instalarse definitivamente en 1924 en Pont-Audemer, en la región de Normandía, como heladeros.

Apenas una docena de años más tarde tendría lugar en España el desgarrador desastre de la guerra civil y donde, una vez más, todo un país fue el perdedor. La propia contienda, junto a la férrea gerencia impuesta después, obligó a muchos españoles a emprender un viaje en un caminar de espaldas y con apenas una maleta por equipaje, la que guardaba junto a unos pocos recuerdos el dolor de la irracionalidad. Aunque afortunadamente para algunos de aquellos expatriados, quizá demasiados, ese hogar que Ramón y su esposa fueron creando para sí se transformó también en fogón para su desamparo, pues la casa de tan bondadosos pasiegos en Francia ejerció durante años como consulado de ayuda y refugio donde dar calidez a esa resignación.

Desde allí este humilde hombre fue asesorando a los compatriotas sumidos entre la desesperación y la confusión para conseguir la documentación necesaria para trabajar, consolando a los traumatizados con su caridad y sabiduría para hacerles soportar el miedo e incluso dándoles de comer para que al menos pudiesen volver al día siguiente con una sonrisa y así, entre 1936 y 1940, no hubo día en que a su mesa, donde por supuesto no sobraba nada, se sentasen entre diez y quince personas, además de acoger a un nutrido grupo de niños huérfanos que procedían de Cataluña y a los que, con encomiable paciencia, les fueron buscando familiares y hogares donde pudiesen acogerlos. Tres de ellos eran hermanos de entre cuatro y siete años y a los que su padre, seguramente no por vileza sino por desesperación, abandonó en una cuneta sin más refugio que el frío y oscuro barro del fondo y con la promesa de volver a por ellos, pero lamentablemente no fue así. Por suerte y tenacidad, unos primos suyos de Vega de Pas que vivían en Cabourg adoptaron a la niña, Lolita, otra familia francesa amparó a Antonio y ellos mismos prohijaron en su hogar a Manuel Six-Vivo, de apenas cuatro añitos.

Con el paso de los años, cargados para ambos de un muy sacrificado trabajo, su hermano Luis acabaría sentando las bases para dejar al mundo una de las mayores multinacionales de productos derivados del frío en Europa, como fue la gran empresa de Helados Miko y que luego regentaron sus hijos. Por su parte, Ramón, aunque más modestamente acomodado, nos dejó otro imperio mucho más importante si cabe, el de la solidaridad, la ternura y la humanidad y donde, sobre el frío y oscuro barro del fondo de la vida de aquellos niños, al menos pudo correr el agua templada y clara.

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