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José javier gómez arroyo
Vega de Pas
Domingo, 23 de enero 2022, 18:47
Vivimos en un mundo donde todo es susceptible de fotografiarse y por eso las bodas, comuniones, paisajes, excursiones o reuniones están a la orden del día y como testimonio de algo que, por algún que otro motivo, queremos dejar constancia de que ocurrió. Esta escritura con luz, que es lo que etimológicamente significa la palabra fotografía, tiene su base en lo que en la jerga profesional se denomina instante eternizado, el momento resolutivo captado por una cámara y que además tiene el privilegio de reafirmar que la vida puede tan hermosa como despiadada al mismo tiempo y, por ello, aceptamos la fotografía como expresión artística, como entretenimiento, como algo que nos evoque recuerdos y, en ocasiones también, como comprometido requerimiento al convertirse igualmente en un método legítimo de investigación.
Tomada en 1937 en el alto del puerto de montaña de Estacas de Trueba, en plena Guerra Civil española, en ella aparece un grupo de simpatizantes del bando republicano y, en medio de la mesa y con sombrero negro, el doctor Enrique Diego-Madrazo que sostiene un cáliz religioso mientras otro hombre a la derecha mantiene equilibrada una custodia de la iglesia católica también. Publicada posteriormente en el diario francés La Nation Espagnole, en su edición del jueves 8 de diciembre de 1938, la fotografía se ofrecía bajo el titular L´esprit religieux dans la zone rouge, le voilà (El espíritu religioso de la zona roja, aquí está) y que había servido un año antes para reprobar al insigne cirujano y como soporte para la inmerecida condena a prisión que sufriría posteriormente por su ideología política y libertad de pensamiento, quién sabe si porque también la imagen que produce una cámara fotográfica puede tener múltiples significados, aunque no la nítida forma en que puedan ser interpretados, pero, en cualquier caso, esta instantánea en concreto, esta maldita fotografía, fue transcendental como táctica de consolidación de evidencia para sus sentenciadores, que la convirtieron igualmente en método de prueba.
Al doctor Madrazo, al eminente cirujano pasiego, a punto de cumplir 88 años y casi ciego, de nada le sirvió en su declaración la entereza de reconocer los hechos, que no la singular acusación: «…preguntado, dice: Que durante la dominación roja fue un día al valle de Trueba y, a la sombra de una cabaña, comió al aire libre en compañía de varios oficiales rojos allí destacados y de algunos vecinos de Vega de Pas… ()… recuerda que en aquella comida se bebió en los cálices que al efecto sacaron los oficiales rojos antes de comenzada y que estuvieron usándolos para beber durante toda la comida. Cree que la fotografía que en este acto se le exhibe, en la que aparece el declarante con un cáliz en la mano y sentado a la mesa con un grupo de personas, fuese hecha aquel día… () … A instancia del declarante se añade: que siempre ha respetado todas las religiones y que por su cuenta ha sostenido en su sanatorio de esta ciudad (Santander) un sacerdote para servicio del culto de los enfermos que a aquel acuden.» (Declaración de E. Diego-Madrazo y Azcona en la Causa General 00016 N. 3,027.699 14. Fecha, 27 de diciembre de 1937).
Tampoco le sirvieron en su procesamiento las firmas de los numerosos vecinos que, a instancia de ocho personas de la villa que habían sido encarceladas justo un año antes por ser consideradas de derechas y que el propio doctor Madrazo salvó de torturas y de una muerte segura en la funesta checa del jefe de policía republicano Manuel Neila Martín, habían recogido en Vega de Pas para su amparo, pues, en el ardor del triunfo de los nacionales sublevados y camuflándose tras esa excitación las odiosas envidias personales contra aquel buen y sabio hombre que era Madrazo, aquellas sinceras y valientes intenciones de estos paisanos pasiegos fueron consideradas «firmas de niños», inquina también vecinal de otros vengativos rastreros y que, considerando el término acuñado por Miguel de Unamuno de la intrahistoria, bien pudo ser el verdadero fundamento de su triste encarcelamiento; y es que, en ocasiones, la cámara fotográfica también puede ser una peligrosa arma que enfoca y dispara, que no mata… pero sí traiciona y delata.
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