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José Javier Gómez Arroyo
Vega de Pas
Lunes, 31 de octubre 2022, 15:41
Ya en el último ciclo de la Edad de Piedra conocido como el Neolítico, que traducimos como «piedra nueva» por las elaboradas herramientas de este mineral frente a la etapa anterior del Paleolítico en que eran más toscas, se tiene constancia de la existencia de molinos de mano para triturar tubérculos, cereales y gramíneas, invento que poco a poco se irá perfeccionando y agrandando para obtener una mayor productividad y herencia mecánica que a los pasiegos ya les llegó en forma de molinos hidráulicos que aprovechaban el agua de sus ríos como energía para moverlos. Indudablemente, estas edificaciones para la molienda que hoy forman parte del patrimonio arquitectónico pasiego, están ligadas a la llegada del cultivo del maíz en el siglo XVII y que fue más importante y precoz de lo que cabría pensar: «La llegada del maíz y su rápida implantación en todo el Norte en unas pocas décadas, incluidos los valles pasiegos, ha sido interpretada como el elemento que parece desplazar a los esquemas económicos primitivos y dio origen a nuevas cotas de desarrollo demográfico.» (Notas para el conocimiento de la etnogenia y demografía en los Montes de Pas, Virgilio Fernández Acebo, Asociación de Estudios Pasiegos, 1996).
Este nuevo cultivo del maíz, que luego sería continuado por otras diferentes plantas traídas de las colonias españolas en el continente americano como las alubias, pimientos, tomates o patatas, produjo transformaciones notables en la economía pasiega y en su alimentación, tanto para las personas como para el ganado que pastaba igualmente los restos herbáceos tras su recogida: «Maíz y vacuno representarían ya la armoniosa conjunción que se conoce bien en otros momentos y lugares como una feliz fórmula de asociación agrícola-ganadera. El vacuno aporta los indispensables fertilizantes en los que el cereal americano es exigente; y el maíz, además de contribuir como forraje del ganado mayor por sus tallos en verde y en seco, deja largos intervalos de pasto tierno en el «barbecho verde» tan solo invernal y que hace que en todas las áreas de cultivo de este cereal las rastrojeras sean preferentemente pastos temporales reservados al vacuno y no al ovino.» (Prólogo de Antonio Eiras Roel en el libro de Arnaldo Leal «De aldea a villa, historia chica de las Tres Villas Pasiegas»). Esta novedad, en consecuencia, propició la construcción de numerosos molinos harineros junto a los ríos de estas tres villas y donde el agua era desviada por un cauce hacia un embalse de piedra pegado al edificio del molino que, por la gravedad y conducciones de salida estrechas, aumentaba la fuerza del fluido para propulsar las aspas del rodezno o rodete y que, a través de unos engranajes, hacía mover a su vez la piedra volandera que friccionaba otra fija conocida como solera. Esta volandera dispone de una abertura central por la que caía dosificado el grano almacenado en una tolva y, tras este roce y por unas hendiduras radiales practicadas en ambas piedras, salía el grano molido a los recipientes de recogida.
Pero además de este cometido de trituración para el que fueron construidos, el mecanismo de estas factorías sirvió al tiempo dos siglos después para generar la luz eléctrica que por aquellos años y con otros procedimientos más modernos empezaba a implantarse en los grandes centros de desarrollo; y lo hizo de la mano del ingeniero Aurelio de la Vega Gómez, padre del también perito Guzmán de la Vega Revuelta y que años después llegaría a ser jefe del Cuerpo de Ingenieros Industriales del España. Aurelio de la Vega, que nunca dejó de discurrir mejoras técnicas para los pasiegos de la villa de Vega de Pas en la que residía, dotó a algunos de estos molinos con dinamos que transformaban la energía mecánica producida por el agua en energía eléctrica por inducción electromagnética, como fue el caso del molino de Marquillos y que ilustra la imagen de hoy, primer hogar pasiego en tener iluminación con bombillas de 16 bujías y que luego habría de llevar a otros molinos de la localidad mucho antes de que su hijo Guzmán construyese en 1918 la central eléctrica del río Yera que abasteció de energía a la villa, no haciendo así envidiar en nada a la metrópoli francesa de París, conocida entonces como «la ciudad de la luz», y molino que aún conserva intacto todo su dispositivo de funcionamiento que bien merece ser conservado como parte del patrimonio industrial pasiego, cántabro y español y antes de que la desidia por esta herencia cultural de nuestros antepasados haga efectivo el adecuado refrán para esta memoria que reza… «agua pasada no mueve molinos».
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