«Mi motor son 'mis máquinas' del valle de Carriedo»
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Catú Ruiloba es una vecina de Villacarriedo que acaba de superar un cáncer y lidera una red de voluntariado que ha llegado a coser entre 700 y 1.000 mascarillas diariasEn el valle de Carriedo pocos la conocen como Teresa Ruiloba, pero si preguntas allí por 'Catú' ese es otro asunto. No necesita apellido que le acompañe. Activista general de todas las causas humanitarias, festivas o culturales, esta voluntaria carredana de 61 años acaba de superar un cáncer de colon y una bronquitis «rara» que «se complicó» algo más de lo debido en febrero. Pero todo esto no le ha supuesto un freno para liderar su propia batalla frente al Covid-19. Madre de una futura enfermera (Rosa), no tardó ni 24 horas en organizarse cuando vio que las cosas se ponían feas. Hoy coordina una red de voluntariado que cose centenares de mascarillas diarias que salen del valle a toda Cantabria. Al equipo los llama sus «máquinas» y son, dice, su «motor» para luchar.
«Gracias a Dios ya lo he superado (el cáncer), pero me quitaron varios centímetros de colon», explica como quien acaba de pasar un catarro. Es el otro 'bicho' que le ha tenido ocupada una temporada, aunque lo peor ha pasado. «Hacemos revisiones cada tres meses, aunque la próxima ya es de seis. Esto deja sus pequeñas secuelas, pero nada que no se pueda llevar», sentencia.
Desde el minuto cero de la declaración del estado de alarma, Catú no ha parado de ayudar y -aunque ella no lo reconozca- es el 'alma mater' de una extensa red de voluntariado en los valles pasiegos y parte de la bahía que aglutina a más de medio centenar de personas que están fabricando «entre 700 y 1.000» mascarillas diarias, también batas. «Siempre he sido así de inquieta. Desde chavalilla ya estaba metida en organizar las cabalgatas o las fiestas de San Pedro en Villacarriedo. Me gusta ayudar, soy así», dice.
A su cáncer vencido sumó en febrero una infección respiratoria, pero eso tampoco la echó para atrás. «Estuve 15 días mal, tocada de un pulmón, una bronquitis rara... por eso yo pienso que puede haber sido coronavirus y, cuando pase todo esto, me haré las pruebas», comenta distraída.
Su capacidad para liderar equipos le ha servido para montar un auténtico ejército contra la pandemia. Desde el salón de su casa, que ya es de todo, menos un cuarto de estar, han salido ya más de 20.000 mascarillas para repartir «Mi motor son ellos, mis máquinas a tope del valle de Carriedo», dice trasladando el mérito a todo el conjunto del voluntariado.
Y lo cierto es que no se lo han montado mal, han creado una pequeña industria de mascarillas solidarias de la nada. El día cero de la pandemia comenzaron a fabricar con los 'kits' ya cortados y el material que mandaba la Textil Santanderina. Lo hacían cosiendo para el Instituto Cántabro de Servicios Sociales (Icass). «Me pidieron ayuda y cosimos más de 6.000 mascarillas, pero todo iba para ellos y no podíamos quedarnos con ninguna. Eso me preocupaba y, un poco también me dolía ver a mi gente del centro de salud o la residencia desprotegida, mientras nosotros cosíamos», explica. Fue cuando desde el grupo de Carriedo decidieron organizarse y seguir cosiendo para «todos».
Se fijaron en Penagos, donde otro grupo tan activo como el suyo había conseguido material por su cuenta. «Vimos que ellos también cosían para los vecinos, así que me puse en contacto con el alcalde, Carlos Lavín y él nos orientó sobre cómo comprar el material», describe. Así fue como conoció al proveedor y pudo adquirir la tela adecuada para realizar las mascarillas sanitarias. Lo hizo pidiendo, y encontró ayuda de las Juntas Vecinales de Santibañez y Villacarriedo y los ayuntamientos de Selaya, Saro y Villafufre. Se fueron modernizando, y llegaron «los ingenieros Lomás, Laso y Herrero» que inventaron literalmente la máquina para cortar «los hierritos» que sujetan la mascarilla a la nariz y ya han conseguido fabricar unos «32.000», además de idear otro sistema para cortar los rollos de tela. Ahí tiró inicialmente de sus contactos. «Le pedí a mi amiga Pili, que tiene la empresa Envases del Cantábrico en Heras, que nos ayudase a cortar los rollos a medida y paró las máquinas para adaptarlas, eso tiene un coste muy importante para una fábrica», valora.
Al final no pudo ser allí, pero sus «ingenieros» idearon otra solución para dividir los rollos y todos contentos. En el final de la cadena de producción de las «máquinas» que Catú y sus colaboradores consiguieron -principalmente repartidos por Selaya, Villacarriedo, Villafufre y Saro, aunque también en Villasevil, Cayón, Astillero, Maliaño y Santander- estaba la de entregar el material esterilizado a residencias, hospitales, centros de atención a dependientes y centros de salud de toda Cantabria. Bien, pues se las arreglaron para que los ayuntamientos colaborasen y comprasen, a parte de las telas, las máquinas «ultravioleta» para esterilizar, un trabajo que comparte con «Vidal y Graciela» a diario. Luego hacía falta repartir el material cortado y preparado a las costureras y, en ese trabajo, participan también «mis máquinas de carretera», describe. Ellas son Toñi Fernández, Isabel Sainz y Rosi Herrero, que recorren no sólo las casas de las costureras sino que hacen entregas a diario.
En conjunto, más de medio centenar de voluntarios organizados, con mucho ingenio, para dotar de medios seguros no sólo a los sanitarios cántabros, sino también a sus vecinos en una Cantabria vaciada que demuestra, una vez más, que es capaz de sobrevivir con un poco de unión, imaginación y trabajo solidario en cadena.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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