Los pasiegos honran a su patrona

La tarde en Selaya comenzó este jueves con varios cientos de personas bajo el sol. El cielo azul se clavó en la pradera verde con la salida de la Virgen de Valvanuz de la ermita en procesión, la patrona de los pasiegos, en la fiesta más grande de los valles del Pas. Y eso que el día empezó lloviendo. De nuevo, la imagen fue alabada, aplaudida y ensalzada bajo las cabezas de cientos (los vecinos decían que miles) de devotos y el sonido costumbrista de castañuelas y panderetas. La fiesta destaca en Cantabria por muchas cosas y todas quedaron patentes hoy. Que en el mismo día se celebran siete misas (la primera a las ocho de la mañana), que hay gente que acude andando y hasta de rodillas desde los pueblos colindantes, que la tradición se transmite de generación en generación y pesa tanto como la falda del traje de pasiega.

En una de las fincas que hacían de aparcamiento comían detrás de un coche a las cuatro y media de la tarde Jesús Calva y su mujer. Acuden a ver a la Virgen de Valvaluz desde Liencres todos los años. No tienen vínculo familiar con los valles pasiegos, «simplemente nos encanta» ¿Por qué es tan especial? «Por mil cosas», contestaba María Jesús Fernández, que hacía la digestión en el patio de su casa acompañada de su familia, vestida de pasiega nodriza y con su propio mérito puesto. «He cosido a mano los doce mil abalorios que lleva el vestido», dijo. También el traje de sus hijas, de pasiega de gala. Y el de su nieta. «Cuando iba con mi madre a la iglesia veía a los fieles entrar de rodillas», explicaba María Jesús. En torno a esta ermita también hay leyenda. Una es que «si bebes siete tragos de agua de la fuente que hay detrás de la iglesia y pides un deseo se cumple», decían las mujeres. La cola de gente para ver beber agua de la fuente era de más de media hora.

Llegaron las cinco y los pasiegos se acercaron a la iglesia con un sol que se estaba quitando la vergüenza. Las hermanas Preciados (Laura, Marina y Lucía) sudaban bajo el traje de pasiega. «Nos los ha hecho nuestra madre», coreaban. «Tú conmigo», le decía una a otra, y se daban la mano. Los nervios antes de la procesión. A su lado esperaban Ana Sainz, Mari Paz Cobo y Javier Quintial. «Esto lo hacemos desde que éramos así (señala la altura de un niño) y por ahí están mis hijos». «Sin palo no eres pasiego», decía. Y sin 'deje' tampoco. «A ver si no le pierdo». El orgullo de las raíces allí se toca. Salió la Virgen y empezó el murmullo, los suspiros de emoción y el baile de los picayos de Tanos, «que vienen desde hace treinta años», decía Valvanuz Crespo, otra pasiega que observaba detrás de la cinta de seguridad. «Mi padre, Felipe Crespo, fundó la cofradía hace muchos años». Una mina de información. «La virgen va de rojo porque es el color favorito de los pasiegos y fíjate cómo queda con las montañas verdes de fondo». Tres hombres sostenían el carro triunfal sobre el que iba la imagen. Un esfuerzo importante. Y otros tantos más hacían de escoltas. «Los escoltas son todos de la misma familia de pasiegos, excepto uno de ellos que viene todos los años desde Sevilla a la procesión». Terminó el baile de fieles y empezó otro, y las personas seguían llegando. «Todo ha salido bien», aseguraba Alejandro Rivas, el ahora presidente de los cofrades. Después dio tiempo a todo.Con los churros, los sobaos, los suspiros (de comer), los puestos de ropa, de cuero, de cestos. Las fundas de móviles, la ropa y los contendores amarillos para reciclar. Una mezcla de modernidad y tradición.