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Cuando 'Lobo' apareció en el portal de Esther Fernández no era consciente de que acababa de entrar en una familia más que numerosa, con 125 ancianos y 79 trabajadores. Fernández, que es auxiliar en la residencia Virgen del Pilar de Santa María de Cayón, pidió dejar al cachorro, que había sido abandonado, en una zona aledaña al centro. «Pronto los residentes empezaron a ir a la ventana para ver a 'Lobo'», recuerdan las trabajadoras. Dos años después el perro es uno más, y no es el único, porque a él se unió poco tiempo después 'Lucky'. Ambos son los encargados ahora de aportar a los ancianos un toque de color en los pasillos de la residencia.
Los dos animales están acostumbrados a no dejar de seguir durante el día a Esther Fernández, que además de ser auxiliar de enfermería tiene estudios de Veterinaria y colabora con protectoras de animales. «Cada vez que entro a una sala lo primero que hacen los señores es saludar a 'Lobo' y a 'Lucky', a mí nada», explica la trabajadora. Los dos perros están más que habituados a estar con personas de la tercera edad. «Cuando van con bastón, 'Lobo' se sienta en el pasillo y espera a que pasen ellos, además hace una especie de reverencia y se deja acariciar».
Al respecto la directora del centro y pedagoga, Clara Portilla, incide en que «el mundo de la Terapia Asistida con Perros (TAP) está muy reglado en otros países, a diferencia de España, donde nadamos entre dos aguas». Tanto es así, que según la información a la que ella ha tenido acceso, «lo de que perros vivan en una residencia no se ha llevado a cabo en otros lugares, o por lo menos no por escrito, pero la realidad es que la convivencia con ellos se ha utilizado como recurso terapéutico desde los neandertales por la compañía y otros beneficios emocionales que aportan».
De hecho, Portilla recuerda que antes de que entrara 'Lobo' a sus vidas ya se estuvo planteando en la residencia cayonesa la introducción de canes. «Hay que tener en cuenta que esto es un domicilio, no es un hospital, aunque tengamos servicios sanitarios; pero yo creo que por miedo a tener problemas muchos centros como este no se han atrevido a dar el paso». La clave para Portilla y Fernández está en contar con el perro apropiado. «No todos sirven para todo, mi caniche, por mucho que la quiera, no podría vivir aquí porque se pone demasiado contenta cuando viene», reconoce la directora.
Sin embargo, 'Lobo' sí era el adecuado para las necesidades del centro. «Cuando llegó todos nos enamoramos de él», confiesa Fernández, que recuerda que «venía de ser maltratado, y aquí le curamos las heridas, así que está inmensamente agradecido con todo el mundo». Un año después el que entró por la puerta fue 'Lucky', un perro ya mayor que había sido abandonado y que fue rescatado de la perrera para, sobre todo, hacer compañía al otro, que hasta entonces dormía solo. «Nos daba mucha pena, porque Lobo pasaba todo el día con mucha gente, y por la noche nada». A pesar de que Lucky escasamente lleva un año en la residencia, ha encajado, entre otras cosas porque «es muy vago, le llamamos el perro alfombra porque está siempre tumbado».
No obstante, las trabajadoras recalan en que «los nuestros no son animales de asistencia, no están adiestrados para hacer una serie de funciones de cara a las TAP». Eso sí, «tampoco es que trajéramos al perro el primer día y lo soltáramos en la residencia, eso no se puede hacer, pero con la rutina se han acostumbrado a vivir con los mayores». Al mismo tiempo, los residentes tuvieron que tener un periodo de adaptación para aprender a entrar en contacto con los canes.
La presencia de los amigos de cuatro patas ha reportado distintos y múltiples beneficios a los mayores, ya que se ofrecen en su cuidado, les pasean y les dan de comer. «Son elementos motivadores de participación en una actividad, estimulación sensorial... Hemos llegado a contemplar a una señora que ya no tenía ni expresión facial, y que en cuanto ve al perro se le empiezan a caer las lágrimas», explica la directora.
Algo que se aprecia en todos ellos. «Saben perfectamente el nombre de los dos perros y no se acuerdan del nuestro», comentan a la vez que subrayan que «cuando hacemos el ingreso siempre explicamos que están aquí los animales y nunca ha habido ningún problema, todo lo contrario». Ana María del Río, una de las residentes, lo corrobora. «No nos molestan nada, sólo dan amor», dice.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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