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«Aquí no hay playa», cantaban The Refrescos, el grupo madrileño que se catapultó a la fama con esta canción en el final de la ... década de los ochenta. «Ni falta que hace», afirma Pedro. No le gusta la arena. «Y aquí hay menos gente, menos ruido y menos de todo», añade. Los pozos son para muchos la mejor manera para pasar los rigores de un verano que esta siendo caluroso.
Hay rincones bucólicos repartidos por prácticamente todos los ríos de la región. El viajero se detiene en Puente Viesgo, donde el afamado balneario ya avanza las propiedades del agua. Se puede llegar en coche perfectamente. Hay un aparcamiento grande. Pero es mucho más agradable hacer el camino donde comienza la vía verde del Pas. Está cerrada al tráfico. Allí los ciclistas se funden con los paseantes de este antiguo camino que une Puente Viesgo con Ontaneda. Poco después de pasar la vieja estación de tren y sacar una foto a 'La Reyerta' –una vieja locomotora– se encuentra el parque de Corrobárceno. Una zona amplia donde hay con bancos, mesas, barbacoas y columpios. Unos metros antes se encuentra la presa, presidida por un elevado puente de madera con forma de arco que une las dos orillas. «Yo vengo bastante. Vivo en Renedo y me coge mucho más cerca que la playa», cuenta Gema, que tiene su toalla extendida un trocito de césped. «A mí me gusta también por el paisaje, los árboles, las sombras... Es mucho más tranquilo», añade su amiga Gema. A esta hora, en torno a treinta personas se distribuyen por la zona. Sin apilarse. Aún quedan huecos libres.
Cinco amigos no dejan de lanzarse al agua. Cogen carrera, saltan y hacen alguna pirueta antes de zambullirse. En otras ocasiones, simplemente, se lanzan haciendo una 'bomba' para salpicar a los que están arriba.
Un joven sube descalzo por la zona de hormigón y se dirige a lo más alto del puente. Abajo, otro comienza a nadar hacia el centro del pozo. El Pas baja con poco caudal a estas alturas del año y, a simple vista, se ven perfectamente rocas grandes y piedras en el fondo. «Ni lo intentes, pegas seguro», le dice. El saltador no se conforma, le señala otra entrada y su compañero se sumerge para calcular la profundidad. «Nada, imposible. Déjalo». El de arriba, por fortuna, obedece y no lo intenta.
Hay una mesa de pícnic de madera con los bancos incorporados donde una familia reposa la comida. En las fiambreras aún se ven restos de tortilla de patata y filetes empanados. «Es el menú oficial del verano», ríe uno de ellos. «Nos encanta estar aquí, mira qué tranquilidad», afirma. Un grupo de amigos escuchan la conversación. «Nosotros venimos casi a diario. Salimos de trabajar a las cinco y para acá. Solo hay un problema», relata. Después, se dirige a una zona de la presa de donde sobresalen dos vigas de hierro oxidadas. «No pasaba nada porque alguien de la Confederación Hidrográfica o del Ayuntamiento las aplastaran para que nadie se corte. Ya no se utilizan para nada», cuenta.
De la presa hacia abajo comienza el coto de Puente Viesgo, famoso por los salmones que allí se capturan. Las bañeras que utilizan los peces para salvar el desnivel están ahora vacías de agua. Un cartel advierte a los visitantes de que la zona está videovigilada. «Es para los furtivos, no para nosotros», aclara un bañista. Esta orilla es mucho tranquila y, con el poco agua que baja, los pozos tienen una profundidad menor. Mucho mejor para los más pequeños. La estampa es curiosa. Parece un bosque de piedras que emerge. Se llega por un camino empedrado de cantos rodados unidos por argamasa que tiene algún sector dañado. Las fuertes crecidas del Pas durante la época en las que las inundaciones asolaron Cantabria son las responsables. Pero se llega bien.
«No eligieron mal sitio para vivir», le dice un padre a su hijo. Por la mañana han estado en las cuevas de Puente Viesgo, «donde estuvieron los cavernícolas», le responde el niño. Ambos contemplan desde lo alto del puente de madera cómo la tarde va cayendo. El sonido hipnótico del fluir del agua se apodera de todo. «Vamos papá que sigue ahí aparcado», señala el niño. Una furgoneta de helados artesanos está aparcada junto a la presa. «Están buenísimos, los hacen ellos y no tienen nada que ver con esos industriales», dice una señora mientras continúa su paseo por la vía verde.
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