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José Javier Gómez Arroyo
Vega de Pas
Lunes, 3 de octubre 2022, 13:07
No cabe duda que uno de los primordiales recursos para los sacerdotes está en la oratoria, pues guiar las conductas del mensaje bíblico requiere ciencia, elocuencia e ingenio, algo en lo que nuestra celebridad pasiega de hoy era un verdadero maestro y, además, con la ... difícil misión de saber emplear siempre un criterio constructivo y conciliador, por lo que tanto su consejo como palabra solían poner luz y orden en cuantiosos asuntos escabrosos y sin imposición alguna que poder reprocharle: «… sabía decir con dulzura, elegancia y salero, esto es, con amor, cosas muy gordas, y en determinados sectores estaba pero que muy mal visto, algo así como un clandestino revolucionario o un cura trabucaire de izquierdas. Lo más curioso es que eso ni se le notaba cuando era tratado en cercanía y asiduidad, y pasaba sin traumatizarse por ambientes lo mismo distinguidos que humildes, sintonizando con todos; y es que el ser orador no le impedía formar parte de las filas de los que no quieren hablar mucho de las cosas que hay que hacer, sino que las hacen…» (García Lisbona, J. In Memoriam José Manuel Arenal, «Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista», Zaragoza, 1995).
Nacido en Vega de Pas el 7 de enero de 1926, José Manuel Arenal Camón, proveniente de una familia de comerciantes de telas y prestigiosos médicos de la misma villa pasiega, siguió los pasos de su padre para licenciarse en la Facultad de Medicina de Zaragoza con el premio extraordinario de su promoción, ejerciendo esta profesión durante siete años en diferentes pueblos de la provincia de Soria y antes de iniciar sus estudios de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, ordenándose posteriormente sacerdote en 1960 y comenzando a ejercer su ministerio pastoral en la archidiócesis de la también capital del Reino de Aragón para, como él mismo afirmaba, «ser mejor cura de sus almas que sanador de sus cuerpos», aunque nunca dejó de ejercer su labor médica, especialmente con los más necesitados y buscando siempre financiación para los costes de tratamiento de enfermos sumidos en la pobreza.
De fuerte vocación religiosa e incombustible en los múltiples quehaceres sociales de ayuda a los necesitados, José Manuel Arenal ejerció como director de teatro para mantener ocupados y activos a los jóvenes que salían de los orfanatos y fue, entre otras muchas cosas, director de la Escuela Universitaria de Trabajo Social de San Vicente de Paúl, capellán del Colegio Universitario Pedro Cerbuna, fundador de la Escuela Diocesana de Trabajo Social, consejero de la Hermandad Médico-Farmacéutica de San Cosme y San Damián, profesor universitario especializado en temas deontológicos y ética profesional y gran maestro del diálogo entre la fe y la cultura, además de discreto promotor de la Organización Internacional Medicus Mundi, galardonada en 1991 con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia y que se ocupa del desarrollo de la medicina y salud en los países empobrecidos, siendo el Hospital de Logbicoy, en Camerún, fiel testigo de su silenciosa y fructífera lucha.
Pero quizá dentro de todas estas ocupaciones, de las que nadie sabía de dónde sacaba el tiempo, la más importante y generosa, llevada también con prudencia y sacrificio, fue la de acoger en su propia casa a numerosos jóvenes sin recursos ni familia y que salían tan asustados como perdidos del conocido hospicio Hogar Pignatelli en Zaragoza al cumplir la mayoría de edad reglamentaria: «Docenas de hombres, hoy con profesión y familia en muchos puntos de España, vivieron su adolescencia y volcaron su rebeldía y problemas en su padre de hecho, que no de derecho ni de adopción, encontrando un hogar en su casa de la calle Bolonia y sin olvidar que don José Manuel pudo hacer de padre porque su madre también hacía de abuela, saliendo de allí preparados para vivir solos con oficio o en matrimonio…» (García Lisbona, J. Necrológica, Ob. Cit.). Y, entre ellos, el ya desaparecido boxeador y dos veces campeón mundial en la categoría de pesos ligeros Perico Fernández y a quien el elocuente cura pasiego José Manuel Arenal, al igual que a esos otros chavales que amparó y mucho antes del éxito deportivo que este pugilista maño cosechó, a buen seguro dejaría K.O. en su rebeldía adolescente con ese par de ganchos tan certeros como son el del cariño y la consideración para, al menos, haberles podido dar a todos ellos la esencial y generosa oportunidad de encauzar sus vidas.
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