«Quiero seguir viviendo aquí, ser independiente»
Despoblación. ·
Virginia Arroyo, vecina de Resconorio, lleva dos décadas solicitando un acceso digno a su vivienda. Si no llega pronto tendrá que marcharseSecciones
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Virginia Arroyo, vecina de Resconorio, lleva dos décadas solicitando un acceso digno a su vivienda. Si no llega pronto tendrá que marcharseLa vida de Virginia Arroyo (San Pedro de Romeral, 1949) no ha sido un camino de rosas, pero uno siempre es feliz si tiene lo que más quiere a su lado: su familia (lo principal) y un pedazo de tierra al que amarrar con fuerza ... los recuerdos de una historia de lucha, trabajo y amor a los suyos. Esta vecina de Resconorio, en Luena, hace ahora un llamamiento a las administraciones públicas para que le permitan «seguir viviendo» en la que ha sido su casa durante más de cuatro décadas. Los años que ya pesan, los achaques de salud y la falta de accesos dignos a su vivienda en el barrio de Sel del Manzano están a punto de desahuciarla y ella no quiere irse.
«Cuando llegues a la casa Zinc me llamas y te salgo a buscar a la carretera», avisa la mujer con antelación para que le dé tiempo a bajar a buscarnos a la carretera general. Lleva media vida luchando por un acceso digno a su hogar y ahora que tiene 74 años -aunque aparenta alguno menos- las piernas le empiezan ya a fallar. Necesita mucho motor para subir y bajar la empinada cuesta que le lleva a su casa desde la CA-634 de acceso a Resconorio.
Virginia es viuda desde hace 14 años y, aunque tiene hijos y nietos que viven cerca, valora mucho su independencia y tiene mucho apego a la casa en la que construyó su vida en su pueblo de adopción. «Cuando me casé vivimos unos años en Cabañas de Virtus y luego nos vinimos aquí», dice con nostalgia. Sus caderas se tambalean y tiene una leve cojera debido a unas dolencias de rodilla que pronto la llevarán a quirófano. A pesar de ello, sube prado arriba para enseñarnos su vía crucis diario, enganchada a su vara de avellano y seguida de cerca por sus perros.
Al final de la cuesta está su morada, una pequeña casa de dos habitaciones -salón, entrada, socarreña y cocina de leña- en la que guarda bonitos recuerdos que no quiere perder por nada del mundo. Los de la familia que formó junto a su marido Joaquín, los de la crianza de sus hijos, los de las mudas cuando había que subir con el ganado a los puertos... Porque ella y su marido fueron ganaderos trashumantes «toda la vida».
Entre su casa y el puerto burgalés de la Matanela, al que ella acudía de joven a cuidar las vacas de otros, había un salto de camino muy grande que hacía sin rechistar. Sin embargo, pasados los años, los apenas cien metros de la cuesta que lleva a su hogar se le hacen ya eternos. Sus piernas no perdonan y ascender el camino de tierra hasta su vivienda le resulta muy complicado. No obstante, aunque Virginia vive aislada 'por tierra', se defiende muy bien con las nuevas tecnologías. Gracias al Whatsapp le dan aviso para bajar a la carretera a buscar los suministros con el cuévano a cuestas, pero «ya casi ni el pienso de los animales puedo subir», lamenta.
Sus perros no la dejan, suben y bajan con Virginia que camina lenta pero segura. Tiene que hacer varios viajes cada vez que llega el panadero o las camionetas de servicio que le traen los recados, y teme que pronto no pueda hacerlo. Varias lesiones le aquejan y su pesadilla es que le llamen para operar. No le preocupa demasiado el antes sino el después, porque no hay acceso para subirla en ambulancia y es posible que tenga que guardar sus recuerdos en una maleta y trasladarse a casa de algún hijo. Y ella quiere «seguir siendo independiente».
A su vivienda hay que llegar andando por un angosto paso entre paredes de piedra del barrio de Sel del Manzano. No hay hueco para un vehículo y tampoco asfalto para un traslado en camilla o silla de ruedas. Tras ese paso entre viviendas, uno se aventura unos sesenta o setenta metros por un desnivel considerable que, aún hoy, con sus limitaciones, Virginia resiste, pero no sabe por cuánto tiempo. Su casa se alza junto a las de unos vecinos -un caserío un poco más atrás y otro que vive más abajo-. Son las tres del barrio sin acceso rodado. Hasta ahora se las han apañado, pero han sido muchos años de subir todo a cuestas.
Hace décadas que reclama al Ayuntamiento de Luena que le ayude a tener un acceso digno a su casa. Primero lo intentó por una zona cercana al actual camino, pero no hubo acuerdo con los vecinos, así que la otra opción que les dieron era hacerlo por un prado de su propiedad y otros dos terrenos de los «que habría que coger un cacho», explica la mujer.
En el Ayuntamiento le vienen diciendo que ya lo han mandado a Carreteras, pero esa administración le replica que ahí no han recibido «nada» y que, en todo caso, tampoco sería competencia suya. En una reciente reunión entre responsables municipales de Luena y la Consejería de Fomento se habló de este asunto y se solicitaron los accesos a estas tres viviendas aisladas. Virginia reza para que esta vez sea la buena.
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