El quiosco de Calzada pasa página en Cabezón
Fin de etapa. ·
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Fin de etapa. ·
El emblemático local de venta de periódicos de la localidad echó el cierre en diciembre, tras setenta años de actividad ininterrumpidaHa cerrado el quiosco de Calzada, de Cabezón de la Sal. Estaba forrado de revistas y situado en el centro del pueblo como quien ocupa una vida y de repente se muere. Vivió 73 años. Siempre en el mismo sitio, como algo a lo que ... aferrarse por muchas tradiciones que se perdieran con el paso de los años, el ancla que te sujeta a tierra firme. Sobre el cemento queda el esqueleto y su historia, que es la de una mujer, de una familia muy conocida y de un pueblo al fin y al cabo. La que cuenta ahora Leticia Martínez Calzada, hija de María Luisa, la del quiosco de Cabezón de la Sal, que llevaba el apelativo como si fuese un jersey. Sucedía antes en los pueblos que las personas eran, en parte, aquello a lo que se dedicaban. María Luisa fue quiosquera desde los veinte años hasta que se la llevó un cáncer en 1982.
Ella era la pequeña de cuatro hermanos –uno de ellos Ambrosio Calzada, el que fuera alcalde de Cabezón, senador, diputado regional y uno de los impulsores del Estatuto de Autonomía de Cantabria–. «Era una joven lectora, con inquietudes, y mis abuelos, que habían empezado a vender los periódicos que llegaban en el primer tren desde Santander, vieron que aquello de la prensa daba dinero y decidieron abrir el primer quiosco que hubo en la villa», recuerdan ahora sus hijos.
Corría el año cincuenta y tantos del siglo XX. En Cabezón y alrededores no había existido hasta entonces un negocio como aquel. Ahí empezó María Luisa a ser la quiosquera y ya no dejaría de serlo nunca más, asomando medio cuerpo sobre el mostrador, rodeada de portadas en blanco y negro, cambiando novelas y cuentos –obsérvese la imagen de arriba–. Allí se casaría con Fernando Martínez y tendría a Leticia y a Fernando, que son Leti y Nando los del Quiosco de Calzada, quienes llevan la cola del nombre como un tatuaje adherido a la piel, aunque ya no haya quiosco y se dediquen ambos a otras cosas.
Los recuerdos de Leticia palpitan en el presente y mientras habla junta las manos y se mira el espacio libre que queda entre los dedos, como si en ese hueco diminuto se estuviera desperezando la memoria. «Las señoras del pueblo que no sabían escribir venían al quiosco para que mi madre les escribiese las cartas a sus familiares». Hubo un tiempo en el que organizaba tertulias con la gente con más inquietud intelectual. María Luisa leía periódicos y novelas. Se instruía mientras atendía el negocio, que podía serlo todo, sede de intelectos y corrillo, gabinete psicológico y escuela, centro neurálgico, lugar de encuentro. «La gente los domingos iba a misa de doce y al terminar, lo primero que hacía era ir al quiosco y comprarse sus cromos, sus revistas o sus periódicos», rememora.
En torno al 'garito' de Calzada transcurría la vida. También la muerte. Allí, entre esas cuatro paredes forradas de revistas, leyeron los de Cabezón que Franco había muerto y que se casaban los Reyes. En ese mismo lugar que ahora está cerrado, se sintió María Luisa la reina de España cuando su hermano, Ambrosio Calzada, fue elegido senador. «Cubrió todo el frente del quiosco con la foto de mi tío que salía en El Diario Montañés –señala Leticia entusiasmada–.Estaba orgullosísima y recibía la enhorabuena de los vecinos como si fuera ella la que había ganado un Óscar».
María Luisa falleció cuando Leticia tenía tan solo catorce años. Antes, le enseñó a ella todo lo que pudo. «Me subía en una banqueta para llegar al cajón del dinero y poder cobrar a los clientes». Leti era feliz en el quiosco, más que en cualquier otro lugar, y quizá al evocar el pasado –ese momento concreto de su vida– saborea una sensación agridulce. «Trabajar cara al público siempre me ha rechiflado», dice sencilla, «porque lo he mamado y al cliente hay que cuidarle y ser amable».
Ella lo hizo bien, junto a su hermano y su padre. Los tres solos, al final. Hasta el año 2009, cuando lo alquiló y se marchó a vivir a Santander. El quiosco continúo abierto durante unos cuantos años más, como un reducto intocable en medio del pueblo. El 31 de diciembre de 2023, último día del año, cerró definitivamente. Ahora parece desnudo el centro de Cabezón. Leticia aún no sabe qué pasará con el negocio en torno al que giró la vida de su familia.
En una de las fotos que envía al periódico aparece una joven Leticia con un grupo de amigas. Lleva un pantalón rojo de tiro alto, gafas redondas de pasta, cinturón marrón y zuecos. El pelo corto, rubio, coronando el atuendo. «Corría el verano del 92 –una frase que podría encajarse en cualquier canción– con mis amigas 'Las Merlus'», escribe Leticia por whasapp. Cuesta imaginar que esa puerta abierta al mundo se haya cerrado para siempre. Quién sabe si volverá, como dice la canción.
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