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Los recuerdos del guarda más fiel al Pas
Elías Setién Cubiles ·
Guarda de pesca durante cerca de medio siglo se ha jubilado este mes dejando en su haber una labor apreciada por ribereños y pescadoresSecciones
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Elías Setién Cubiles ·
Guarda de pesca durante cerca de medio siglo se ha jubilado este mes dejando en su haber una labor apreciada por ribereños y pescadoresNo hay rincón, piedra o pozo del río Pas que no conozca. Elías Setién Cubiles se ha pasado toda su vida ligado a ese río. Incluso antes, porque ya vino al mundo con un pez bajo el brazo, con un padre que llegó a Carandía para ser guarda del Pas, como lo ha sido él hasta el pasado 4 de febrero, cuando tocó jubilarse, aunque aún no lo tiene asumido. «Estoy como de vacaciones, pero sé que en un par de meses echaré en falta mi trabajo, porque lo que hacía me gustaba, era mi vida», dice pensativo en La Terraza, uno de los lugares que frecuenta en Puente Viesgo.
En sus más de 40 años como guarda ha visto cómo han cambiado el río, la pesca y los pescadores. Ha mostrado a grandes personalidades los mejores lugares para echar la caña y ha tenido que correr detrás de chavales que no entendían de vedas.
Nació en Carandía, donde su padre, de Ampuero, había llegado para ser guarda de pesca en el Pas. Desde muy pequeño tuvo mucha afición a la pesca. Su primera licencia la consiguió con nueve años y a los 12 pescó su primer salmón, con tan buena suerte que fue aquel año el campano del Pas. Por aquel entonces los compraba el Ayuntamiento y los enviaba directamente al Pardo, para Francisco Franco. Su primer salmón pesó cinco kilos y medio y le dieron 550 pesetas por kilo, toda una fortuna en una época en la que su padre cobraba 5.000 pesetas al mes.
No había hueco en su agenda que no aprovechará para coger la bici y acercarse al río a pescar lo que hubiera. «Ahora ya no se ven jóvenes en el río como antes, vienen pescan pero como ya casi no hay peces se van con las manos vacías y sin coger afición».
Su padre murió joven y Elías, en sus últimos años, ya le acompañaba en la labor diaria. Tenía 21 años cuando comenzó como vigilante adjunto de la Sociedad de Fomento de Caza y Pesca, para luego formar parte de la Guardería, desde el primer día en el Pas, en el mismo sitio que su padre.
Recuerda que en aquella primera época no se veía con agrado a los guardas «porque había mucho furtivismo y es que valía mucho dinero el salmón». «Entonces teníamos que andar con cuidado porque hubo enfrentamientos muy fuertes y se pasó mal. Si hubiera tenido miedo me habría metido en casa. Miedo no tuve nunca, pero sí cuidado».
Cuando se prohibió la venta todo cambió. «Antes lo tenían todo vendido y si en vez de uno cogías diez, mejor. Era mucho dinero», dice. El furtivo fue prácticamente desapareciendo, uno de los muchos cambios que se anunciaban.
Vio cambiar el río, la pesca, los pescadores, la afición, todo en primera persona, sufriendo con el descenso de peces y con las sequías en su río. «Había cantidad de salmones, había truchas por todos los sitios, ahora ya no». En sus mejores tiempos el Pas llegó a dar una media de 300 salmones al año. Un año, casi 800. Ahora hay un cupo de 30 salmones por temporada que, si hay suerte y habilidad, pueden llegar a 35.
También ha cambiado el tipo de pescador. «Antes era más depredador, ahora es deportista. Ahora se practica el arte de la mosca, todo es mucho más técnico, antes era cucharilla y cebo como mucho», detalla. Todo ha cambiado, como su primera caña, caña tal cual, con un carrete que le había conseguido su padre «no sé muy bien cómo».
Entre sus recuerdos está el salmón más grande que vio, un pez que pesaba 15,800 kilos. También las personalidades que pasaron por el río. Álvarez Cascos, de los fijos cada año, o en su día Emilio Botín y Paloma O'Shea, Manuel Fraga, Mayor Zaragoza... Recuerda a alguien con especial aprecio, a Modesto Piñeiro, «un señor de los pies a la cabeza que disfrutaba de verdad de sus ratos en el río. Era feliz sentado a la orilla del río con sus libros, con sus periódicos, siempre con la sonrisa en la boca, nunca una mala palabra». También recuerda las propinas, de unos y de otros, siempre generosas.
Todo ello le hace regresar a sus dos grandes pasiones: el río y los salmones. «Cuando uno nota una picada de salmón, esa picada te envenena y te cambia todo. Se te mete en el cuerpo y no la sueltas en la vida, te pasas el tiempo buscando una picada como esa».
Está claro, su profesión le ha gustado siempre y se marcha satisfecho de haber cumplido con su deber y haber dejado tan buena huella como grandes amigos en un río al que volverá siempre.
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