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JOSE JAVIER GÓMEZ ARROYO
Vega de Pas
Viernes, 13 de diciembre 2019, 07:38
En la Edad Media el gobierno de los pueblos recaía en el concejo, palabra que deriva del latín concilium, que significa reunión o asamblea y que los pasiegos celebraban bajo la sombra de un árbol sagrado en torno a esta pétrea mesa. El ... árbol ha sido uno de los símbolos básicos de la tradición humana, pues emerge de la tierra y sus ramas van hacia el cielo, lo que establece una relación entre lo humano y lo divino, entre el cuerpo y el espíritu, a la par que ha sido testigo involuntario de la justicia en los pueblos indoeuropeos. Los pasiegos, de marcada cultura celta y también de origen indoeuropeo, adoptaron estas costumbres significándolas incluso en sus casas, donde de manera esquemática representaban en los dinteles de sus puertas también a los árboles.
Sabemos que en los concejos de vecinos se resolvían los asuntos que más les importaban, como era el caso del reparto de pastos y bosques, pero también determinaban acerca de los ganados, arrendamientos, mercados, precios, salarios e incluso sobre el mantenimiento de oficios públicos, como eran los campaneros, pregoneros o verdugos. Los diferentes y variados asuntos tratados en estos concejos hicieron que se crearan a su vez las mesas de juntas temporales, que tenían por encargo resolver los asuntos más urgentes que se presentaban a los concejos sin que hubiera necesidad de reunir a todos sus miembros. Para ello se reunían en torno a una mesa de piedra presidencial dispuesta junto a un árbol, generalmente los domingos después de oír misa y convocados por repique de campanas específico para el caso, por toque de cornetilla o cualquier otro modelo de aviso sonoro.
La referencia más antigua que tenemos de esta mesa de la junta data del año 1595, concretamente del Colegio de la Compañía de Jesús de Santander que fundase doña Magdalena de Ulloa Toledo Osorio y Quiñónes precisamente el año anterior. La Compañía de Jesús inició una labor evangelizadora en tierras cántabras que incluía la visita a los Montes de Pas y que fue descrita años más tarde por el padre Juan de Villafañe en su libro 'La Limosnera de Dios', publicado en 1723. En este libro se dice: «... habían corrido lo más áspero de aquellas Montañas, especialmente los que llamaban Montes de Pas, tan lastimados del miserable estado de aquellas almas, como deseosos de su espiritual remedio...» lo que dará pié a un modélico propósito para evangelizar a los pasiegos: «... se determinaron los Padres Misioneros a disponer y armar una tienda de campaña, inmediata a un gran roble, que en aquel Monte se hacía reparable por su proceridad y corpulencia...», pues de esta manera no entraban en conflicto con sus costumbres al comenzar a celebrar los oficios «... inmediato al grueso roble, que dije, al cual por esta razón veneraban con religioso culto...». En realidad lo que se deduce es que los misioneros se encontraron con unas gentes que se reunían en concejo en torno a esta mesa de piedra que, como era tradición, estaba junto a un árbol, en este caso un enorme y corpulento roble. Los pasiegos por aquellos años ya no adoraban otra cosa que no fuese a sus vacas y a sus prados, que eran lo que les daba el sustento. Los padres misioneros lo que fueron es muy avispados a la hora de tratar de seducir las mentes de los pasiegos que se encontraron y trasladarlos a su fe cristiana cautivando sus costumbres a través de estas misiones y «... persuadiéndose a que una tienda de campaña no sería habitación desagradable a un señor que tanto se precia ser Dios de los Ejércitos...». Claro está que, a juzgar por los comentarios que sobre estas misiones recogió el padre Juan de Villafañe y conociendo el carácter suspicaz y socarrón de los pasiegos, no les debió resultar nada fácil conducirlos por los vientos favorables y reconfortantes del Espíritu Santo, pues en el libro y sobre estas misiones reconocen que: «... las más memorables fueron las que se enderezaron a hacer tratables a los hombres que vivían en los Montes de Pas, ya dichos, en donde parece que el Príncipe de las tinieblas gozaba también en paz el infeliz fruto de su tirano Imperio».
Esta mesa de la junta fue también testigo presidencial de la independencia de la villa de Vega de Pas el 17 de marzo de 1689, pues desde ella y como así lo mandaba la ley, el juez Manuel Pantoja anunció al concejo abierto de los pasiegos de la Vega de Pas convocados la voluntad del Rey Carlos II de otorgarles el Privilegio de Villazgo, como luego haría con las otras dos villas de San Pedro del Romeral y San Roque de Riomiera, junto a un árbol corpulento y notable que certificase a la divinidad lo que allí acontecía, porque así lo requería la tradición y cultura de los pasiegos.
Los vecinos de Vega de Pas siempre han sentido un profundo respeto por la tradición que significa esta sencilla pero sagrada mesa de piedra, llegando a enfrentarse al propio clero por la colocación sobre ella de una cruz en otra posterior campaña de misioneros en el año 1908, como se atestigua en el acta del día 1 de diciembre de ese año para: «... tratar de la colocación de la cruz que se halla puesta donde un fresno de la plaza de esta villa, colocada allí por mandato del señor cura ecónomo y misioneros que han estado en esta localidad últimamente, haciéndose cargo todos los señores concejales del asunto de que se trata y teniendo en cuenta que sin la debida autorización se ha instalado dicha cruz estropeando la mesa de piedra que de tiempo inmemorial se halla en expresado sitio, la cual ha servido, sirve y servirá como tradición para la celebración de juntas públicas en las que se hacen saber las órdenes de las autoridades, teniendo además en cuenta que el público en su mayoría ha protestado, en manifestación verbal, de la colocación de dicha cruz en el sitio expresado y que indudablemente servirá en días no lejanos algún incidente desagradable para este vecindario si sigue instalada en ese referido sitio...» (Archivo Histórico). Gracias a Dios que la cruz fue retirada de la mesa de la junta por el señor cura y se hizo de nuevo la concordia en el pueblo sin llegar a mayores consecuencias.
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