Secciones
Servicios
Destacamos
El túnel de La Engaña fue mi puerta de entrada a Cantabria. Tenía 12 años, una linterna, ganas de aventuras y un grupo de amigos de verano en Pedrosa de Valdeporres. Cuando nos metimos por la boca negra abierta en la montaña, no sabíamos lo ... que nos esperaba al otro lado. Para averiguarlo había que recorrer los 6.976 metros que indicaba el letrero de piedra labrado en el frontal. Rebasados los primeros 400, divisamos un punto brillante que parecía flotar en el vacío. Aquella estrellita era la salida, visible a seis kilómetros y medio de distancia. Después de una suave curva inicial, la galería es recta, y por entonces no la interrumpía el derrumbe que, en 1999, la obturó en el punto kilométrico 2.500.
Completamos la travesía bajo la cordillera Cantábrica y alcanzamos la meta cegados por la luz. Con la sensación de haber viajado en el tiempo, descubrimos que, más allá del túnel largo, había otros cuatro muy cortos, y que el camino llevaba a otra estación fantasma similar a la de La Engaña. El paisaje era muy distinto al de peñas de roca caliza que había quedado atrás, en la merindad. Aquí las montañas eran moles verdes y las laderas estaban parceladas en prados segados como alfombras, cada uno con su cabaña y cercado por un murete de piedras. El hallazgo del territorio pasiego nos dejó su impronta.
El 26 de abril se cumplirán 59 años desde que se caló el túnel, en 1959, aunque las obras continuaron hasta 1961. A pesar de que lo único que la Administración ha aportado hasta ahora al lugar es abandono, las ruinas de ambos lados de La Engaña son un foco de atracción de visitantes, no masivo, pero sí constante.
Las poblaciones de la Merindad de Valdeporres y de Vega de Pas siempre han mantenido la esperanza de que se reabra el túnel que las unía. Esa aspiración de dos ayuntamientos dirigidos por el PP es coincidente con la del Gobierno bipartito de Cantabria, de PRC y PSOE, pero no la comparte el ministro de Fomento (PP), que rechaza incluir una partida millonaria para ese propósito en su profusa planificación de inversiones: «No me imagino a una familia recorriendo las tres horas de túnel, entre la ida y la vuelta, sin ver un pájaro y en la oscuridad. Me parece un suplicio más que un atractivo. Eso no hay quien lo aguante». Íñigo de la Serna puede alegar inoportunidad inversora, exceso de coste o falta de rentabilidad para descartar el proyecto de recuperación del pasadizo ferroviario, pero no debe menospreciarlo, porque se sorprendería de la cantidad de personas que no opinan como él.
Es difícil no encontrar estimulante la idea de una vía verde que conecte Burgos con Cantabria, de valle a valle, a través de un túnel legendario que, una vez acondicionado, podría cruzarse a pie, en bicicleta o en tren eléctrico. Por la parte burgalesa, la senda puede prolongarse hasta donde llegue la imaginación, o el dinero, puesto que entre Dosante y Calatayud se tendieron 366,5 kilómetros de vía, hoy desmantelada, por los que circuló el Santander-Mediterráneo durante 55 años. Por la parte cántabra, el inacabado trazado del ferrocarril muere a tres kilómetros y medio de la boca norte de la galería, pero reaparece en Sarón y pasa justo por encima de la entrada principal al Parque de la Naturaleza de Cabárceno.
Para apreciar la magnitud de la proeza de horadar el túnel, hay que considerar que se excavó sin maquinaria pesada, que los miles de trabajadores que rotaron por La Engaña atravesaron la Cordillera a golpe de mazas, barrenas y cartuchos de dinamita. Muchos de los que comenzaron a perforar en 1941 con Ferrocarriles y Construcciones ABC, entre ellos 560 presos republicanos, murieron de silicosis, tras inhalar «aquel polvillo que se tragaba y se metía en los pulmones». En 1950, la concesión fue transferida a Portolés y Cía, que introdujo mascarillas, martillos neumáticos con inyección de agua, tubos de ventilación y otras mejoras. Pero los turnos eran de doce horas, los obreros soportaban un ambiente «asfixiante», un ruido «ensordecedor», y acababan empapados por las filtraciones de agua. Los accidentes eran frecuentes. Sólo en la etapa de la segunda adjudicataria, fallecieron 16 operarios, la mayoría aplastados por lisos de roca que se desprendían del techo.
El túnel de La Engaña está en medio de numerosas rutas naturales. Adentrarse hoy en él es un peligro por los desplomes. La boca sur está tapiada, pero todavía lo cruzan senderistas que acceden por la galería de enfilación. En el punto kilométrico 2.500 hay que escalar la montaña de piedras y cascotes del gran derrumbe y descender por el boquete que queda entre los escombros y la bóveda. Aun así, quienes tienen gustos contrarios a los del ministro sitúan la experiencia en las antípodas del martirio.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.