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Juli, a la derecha, conversa con los periodistas en el día de su 85 cumpleaños y en presencia de otras dos vecinas de San Roque de Riomiera.

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Juli, a la derecha, conversa con los periodistas en el día de su 85 cumpleaños y en presencia de otras dos vecinas de San Roque de Riomiera. Javier Cotera

«Todos somos sospechosos»

San Roque de Riomiera, entre la incredulidad y el recelo tras la salvaje matanza de 25 vacas en una cabaña del municipio

Nacho González Ucelay

San Roque de Riomierar

Jueves, 3 de agosto 2023, 07:23

72 horas después del macabro hallazgo de 25 vacas muertas por asfixia en el interior de una estabulación ganadera, los vecinos de San Roque de Riomiera, de la comarca pasiega y, por su repercusión mediática, de buena parte de España, seguían preguntándose ayer quién está tras semejante atrocidad, «una venganza» para la mayoría –incluidos los dos afectados, a los que no les cabe la menor duda–, «un accidente» para los pocos que todavía se resisten a pensar que exista en el valle alguien capaz de arreglar así las diferencias vecinales.

«Yo jamás he visto cosa igual», admite Juli, que celebra su cumpleaños a la fresca de su porche. Aún asombrada por lo ocurrido, la mujer se agarra a la perspectiva que le ofrecen sus 85 veranos para asegurar que en su vida ha visto prácticamente de todo, «pero ¿esto? Nunca. ¡Qué va!». Algo incómoda con las preguntas, y aconsejada por otra vecina que le recomienda que se calle («no hables más de la cuenta», le implora ante los periodistas), la señora da una larga cambiada en la conversación, que desvía a las cualidades del yorkshire con el que juguetea a sus pies, tan listo que solo le falta hablar. Claro que si de hablar se trata, no era ayer el día de hacer una demostración.

Es la actitud predominante. El silencio. El silencio sepulcral. Porque no saben, porque no quieren saber o porque temen hablar y sentirse luego amenazados, los vecinos se muestran esquivos con todo aquel que se les acerca a preguntarles su opinión sobre la salvaje matanza de las vacas propiedad de dos ganaderos de un municipio que convive con la incredulidad y con el recelo desde que el domingo pasado se descubrió el percal.

«Vaya usted a saber», responde el propietario de un establecimiento hostelero del pueblo. «Yo no descartaría nada, ni siquiera que haya sido fortuito», dice el señor detrás de la barra. Al otro lado, un cliente habitual recuerda haber leído en la prensa que en el mes de junio un ganadero leonés denunció la muerte a tiros de cuatro de sus vacas. «Aquello pareció una venganza. Y esto, también», indica el hombre, que en su caso se inclina por una acción premeditada planeada y llevada a término por alguien que por la razón que sea quería causar a los dos afectados el mayor daño posible. Si esto es así, «lo han conseguido».

Un vecino se informa por El Diario Montañés de lo ocurrido. Javier Cotera

A escasos metros, a las puertas de una tienda de comestibles, otro vecino de avanzada edad que esquiva al sol deslumbrante bajo un gran sombrero de paja maneja su propia hipótesis de lo sucedido el fin de semana, que no es, cree, ni una venganza ni un hecho accidental o fortuito sino más bien un híbrido de estas dos teorías.

«Igual les querían hacer la puñeta de alguna manera y el asunto se les ha ido de las manos», apunta abriendo una tercera vía que él lleva defendiendo, aun-que con poco convencimiento, desde que el mismo domingo empezó a desfilar la prensa por el municipio para recabar datos sobre lo ocurrido.

«Sí, sí. Han venido muchos periodistas», reconoce el anciano, que lamenta que lo hayan hecho para dar cuenta de tan lamentable suceso y no para publicitar el paradisíaco emplazamiento en el que este se ha producido. Periodistas que, según asegura, han llegado a preguntarle si el pestilente olor que todavía ayer salía de la cabaña en la que perecieron las vacas ha llegado hasta el pueblo.

En shock

En absoluto, porque la estabulación en cuestión está enclavada en Carcabal, una pequeña localidad situada a unos seis kilómetros de San Roque de Riomiera a la que ayer, precisamente, se acercaron los dos ganaderos afectados para participar, ambos todavía en estado de shock, en la emisión en directo de un programa de televisión nacional.

A escasos doscientos metros de la valla metálica que impide el acceso a la finca se erige una casa con un imponente porche en el que descansa el propietario, que el sábado por la noche, cuando la Guardia Civil entiende que se produjeron los hechos, no escuchó «nada» ni vio «nada». Al menos «nada» que a él o a su perro, un pastor alemán, les resultara extraño.

Eso no quiere decir que no tenga su opinión sobre lo ocurrido y, más todavía, sobre las repercusiones que tamaña salvajada, porque no tiene otro nombre, está teniendo en el municipio, donde, admite con resignación, «todos, del primero al último, somos sospechosos». Algo que dificulta la investigación que en paralelo a la que ha abierto la Guardia Civil llevan por su cuenta los dos dueños de la estabulación, Rubén Fernández y Raúl Pérez, para averiguar quién y por qué ha sido capaz de llevar a cabo una acción tan espeluznante.

Rubén y Raúl, frente a la cabaña donde se produjo la matanza.

Los afectados piden un gesto al Gobierno regional

Rubén Fernández y Raúl Pérez, los ganaderos propietarios de las 25 vacas muertas durante una acción que ellos aseguran fue premeditada y para la que aún no han encontrado una explicación, apelaron ayer a la empatía de las autoridades regionales, a las que pidieron un gesto en un momento tan difícil como el que están viviendo. Lo hicieron a los mismos pies de la cabaña en la que perecieron sus animales –en circunstancias que por su dureza es mejor no reproducir tal cual– y al mismo borde del llanto, que los chicos a duras penas pudieron contener cuando, en el relato de los hechos, aseguraron que quien o quienes mataron a sus animales de una forma tan despiadada les han quitado todo lo que tenían menos las fuerzas para levantarse y volver a empezar.

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