Secciones
Servicios
Destacamos
Con las primeras fiestas del verano el salto pasiego despierta de su letargo invernal. Apenas un puñado de hombres que se cuentan con los dedos de las manos participa en activo en los concursos que se organizan, sobre todo, en los Valles Pasiegos y el Valle de Soba, comarcas donde se practicó siempre este deporte rural de pértiga (palo), cuyas raíces se remontan a la tradición del pastoreo trashumante, cuando la vara se utilizaba para desplazarse atléticamente, atravesar arroyos y superar obstáculos en terrenos abruptos de monte, arrear ganado o como simple defensa personal ante el enemigo natural.
El concurso de Vioño (Piélagos) es el más concurrido por los saltadores pasiegos, y lo es por ser «el mejor organizado», no sólo por los premios, sino también por la calidad y variedad de la exhibición. Allí se daban cita, hace tan sólo unos días, Beni, Lolín, Francisco, Luis, Mario, Juanín, Daniel, Gelín, Fonso, Seve y algunos chavales como el pequeño Narciso y también Eusebio. «Es el mejor concurso» de salto de toda la región, el de las fiestas de la Virgen de Valencia. «Es el que mejor organizado está, por eso vamos casi todos», explica Benigno Fernández (Beni), un joven ganadero veinteañero y saltador de Esles de Cayón que aprendió de su padre y este de su abuelo. Su afición al salto le viene de familia, como a casi todos sus compañeros, con alguna excepción que confirma la regla.
No son esa excepción Francisco Sañudo (Paco) y sus hermanos Luis y Mario de Valdició (Soba), que también mamaron el deporte en casa. «Mi padre y un vecino nos lo inculcaron», explica por todos ellos Francisco. Tiene 34 años y practica desde niño un deporte que no quiere que se apague. «El problema es que no está pagado el esfuerzo que supone. Lo hacemos más por afición, porque en algunas fiestas a las que vamos no nos da ni para el gasoil», afirma.
En Valvanuz, otra de las citas tradicionales de los saltadores, este año saltaron tanto él como Lolín el de Liérganes (José Manuel Abascal). Abarcaron «más de siete metros», en la modalidad de salto (7,40 y 7,27 respectivamente) y eso, hoy en día, está bien, dada su edad, aunque el récord de este siglo lo sigue manteniendo José Manuel Fernández (Esles de Cayón) en 9,10 metros. «Hace mucho tiempo se saltaba más de nueve y diez metros», añade Daniel Pérez, un saltador de San Roque de Riomiera que se encuentra entre «los más veteranos» junto a Seve o Fonso Fernández, ya que pasa de los cuarenta. A él no le enseñó su padre, sino que lo aprendió por instinto y amor a la tradición, observando de fiesta en fiesta. Reconoce que ahora el futuro está complicado porque «no sale gente» que mantenga viva la llama que ellos defienden como signo de identidad pasiega y eso se nota en la competición. «Cada vez hay menos participantes» y el nivel «es más bajo», opina. En cuanto a la continuidad del salto, Daniel apuesta por la formación reglada, cosa que el resto apoya. «Yo vería bien que se crease una escuela deportiva, para inculcar a los chavales esta tradición, la tecnología nos los está robando», lamenta. Daniel alaba la organización del concurso de Vioño, no sólo por los premios que animan a participar, sino porque incluyen «seguros» para los deportistas, cosa impensable en otras convocatorias.
Desde la vertiente pasiega de Pisueña (Selaya), Juanín (Juan Ortiz) es algo más pesimista y cree que, «como no salga gente, esto se va a ir finiquitando». ¿Y cuál sería la receta? «Pagarlo y promocionarlo más, animar con regalos para que participe más gente», insiste el joven ganadero y tornero de 23 años.
Narciso Cobo Obregón (Argomilla de Cayón) es una de las pocas excepciones que confirman la regla y abre la puerta a la esperanza. Lo suyo no es tradición familiar, pero es todo afición e ilusión. A pesar de que sólo tiene trece años, ya es capaz de superar la marca de cinco metros cogiendo carrera en el salto. Aprendió «viendo a Beni» y con su padre, que le enseñó también «un poco». Luego fue cuestión de «quitar un poco la vergüenza» y este verano ya ha debutado en dos de las convocatorias estrella: Valvanuz y Vioño. El palo que lleva se lo cortaron en luna menguante de enero como manda la tradición. Después «se quema y, si tiene curva, se enderecha, se pela y se deja secar», explican. El proceso hace que el palo o palanco sea más flexible para su uso y, a los seis meses ya se puede utilizar como pértiga para el salto o cualquiera de las otras modalidades reconocidas. Todas requieren gran destreza, fuerza y sobre todo «mucha técnica».
«En los pueblos quedan pocos niños» reflexiona Lolín (José Manuel Abascal) dando casi sin querer con otra de las claves del problema: la despoblación en los valles altos. Lolín (33 años) es descendiente de saltadores de San Roque y practica el deporte «desde pequeño» porque lo aprendió de sus antepasados. «Lo hacemos por mantener la tradición y porque nos gusta, pero los chavales...ya no sale ninguno, son pocos premios y poco dinero», sentencia. En Vioño, Lolín es uno de los que más metros saltó.
Son apenas un puñado de saltadores –entre los veinte y cuarenta años– y unos pocos niños que arrojan algo de luz en el presente a un futuro oscurecido para un deporte tradicional en vías de extinción por la falta de apoyos institucionales, a pesar de estar reconocido con una figura de protección. En el año 2015, el Gobierno de Cantabria declaró el uso del palo pasiego y sus modalidades como Bien de Interés Local, Etnográfico Inmaterial. Lo reconocía así como costumbre a preservar al igual que los bolos u otros deportes vinculados y que nacen pegados a la piel de la tradición popular como también pasa con las traineras en tierra de pescadores.
Antaño el palo pasiego era más una herramienta de trabajo para la dura orografía pasiega de los ganaderos trashumantes asentados desde el siglo XVI en los valles del Pas, Pisueña y Miera, pero también en el alto Asón. Eran verdaderos atletas rurales capaces de vadear arroyos y muretes de piedra con saltos imposibles. Con la vara también podían acarrear la hierba o les servía incluso para huir de los guardias en épicas persecuciones cuando el hambre apretaba los estómagos de las familias, en épocas de contrabando o estraperlo.
Los municipios de donde emana la pasieguería – Vega de Pas, Selaya, San Roque de Riomiera y San Pedro de Romeral– son, por norma, los que mejor han mantenido la tradición, ya que en fiestas como Nuestra Señora de Valvanuz (Selaya), Nuestra Señora de la Vega (Vega de Pas) o la fiesta más reciente del Orgullu Pasiegu (San Roque) siempre están presentes las exhibiciones. No obstante, aun no siendo territorio pasiego, la de Vioño (Piélagos) es con creces la mejor valorada por los saltadores.
«Mudar el palo es subir encima de él y andar solamente apoyado con las manos y rayar el palo, se suele poner una losa de hormigón o madera y te pones encima de ella y bajas con una mano apoyada en el palo hasta que tocas el suelo y vuelves a subir», describe uno de los saltadores. Son sólo dos de las varias modalidades que existen y que se pueden ver en las exhibiciones y concursos. Las más comunes son las del salto o triple salto donde los atletas pasiegos alcanzan distancias increíbles con una simple vara de avellano flexible a modo de pértiga. No obstante, para el que entiende de este deporte, la variedad de 'andar o rayar el palo' es la más «espectacular» por la técnica y fuerza que requiere. El campo de entrenamiento de estos hombres son sus propias praderías, y el impulso se lo da la vara y la ilusión por mantener viva su propia historia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.