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José Javier Gómez Arroyo
Vega de Pas
Lunes, 7 de marzo 2022, 13:12
La principal circunstancia histórica que provocó las denominadas Guerras Carlistas durante el siglo XIX fue la conocida como Pragmática Sanción de 1830 y que suprimía la ley Sálica que prohibía a las mujeres acceder al trono, aunque mejor debiéramos hablar para el caso de España ... de «ley de la Agnación Rigorosa», pues la condición que puso Felipe V cuando instauró la norma de los antiguos reyes francos fue que se privaría de reinar a las mujeres no por el hecho de serlo, como dicta la Sálica, sino siempre que hubiera legítimos descendientes varones, como concurría en el caso del infante Carlos María Isidro de Borbón y que se veía como legítimo sucesor de la corona, por encima de su sobrina Isabel, al fallecer su hermano el rey Fernando VII. Tan injusta como machista tropelía, adornada además por las ideas tradicionalistas y de monarquía absoluta por parte del infante frente al pensamiento más liberal de los partidarios de la futura reina Isabel II, dio pie a estos enfrentamientos entre los apodados carlistas e isabelinos y donde los pasiegos, ávidos de figurar en todos los saraos nacionales de importancia, también jugaron su papel en esta historia; y lo hicieron de la mano de su paisano Juan Ruiz Gutiérrez, más conocido por el sobrenombre de Cobanes, nacido un 6 de octubre de 1809 en San Roque de Riomiera y villa pasiega que por aquel entonces tenía un marcado carácter liberal ante los carlistas que alentaban la continuidad de los fueros vascos y navarros en los territorios sublevados del norte.
Aquellas ventajas fiscales que beneficiaban a sus convecinos hicieron que muchos pasiegos hubieran de dedicarse al tráfico ilícito de productos prohibidos o que contaban con aranceles elevados, pues las tres villas pasiegas, además de frontera geográfica, eran también confín político entre una sociedad agobiada por los impuestos y otra exenta de ellos, por lo que no deberíamos descartar que el propio Cobanes hubiese ejercido en su mocedad como contrabandista, ya que demostró ser un profundo conocedor de su montañoso medio físico y de quien el escritor José Cabarga afirmaba que «venía de su pueblo a Santander, nadie sabía si andando o volando…», características propias de su estirpe en este tráfico tan ilegal como obligado y que serían reconocidas incluso por sus contrarios, como demuestra el comentario que sobre él hizo el carlista Gregorio González Arranz: «Gastaba siempre pañuelo a la cabeza, como los antiguos guerrilleros y bandidos; y hacía sus sorpresas nocturnas en compañía de los cuatro que le seguían. Nunca se le pudo ver de día; trabajaba de noche, como los lobos, y aunque se sabía que se refugiaba en una guarida, nunca se pudo dar con ella.» (S. Lezo, Memorias del alcalde de Roa. Madrid, 1935) y así, nuestro guerrillero pasiego, una vez creados en la provincia de Santander los tercios defensivos por parte de los partidarios de la joven Isabel como candidata al trono, recibió el mando de la Partida Franca del Pas y que, por su audacia, fue poco a poco acrecentando su mito de héroe y ganándose el respeto de sus jefes militares y de la prensa santanderina, que cada poco tiempo veía a Cobanes traer a la capital cántabra legiones de prisioneros carlistas para luego volver a desaparecer como por arte de magia.
Fiel al también legendario general Baldomero Espartero, célebre militar, presidente del Consejo de ministros y jefe de Estado como regente durante la minoría de edad de Isabel II, las artimañas de Cobanes para la guerrilla serían fundamentales en la mítica batalla de la localidad cántabra de Ramales y que decidió el triunfo liberal en la Primera Guerra Carlista, que desde entonces pasaría a ostentar el nombre de Ramales de la Victoria. El general Espartero recibiría por aquella gesta el título de Duque de la Victoria, mientras que al pasiego Cobanes le fue otorgada la Cruz de Caballería de la Real Orden Americana de Isabel la Católica. Parcialmente retirado en su villa de San Roque de Riomiera y con una cómoda carrera política y militar, nuestro paladín pasiego volvería con cincuenta años y por su prestigio a ser requerido para la Guerra de África en 1859, aunque lamentablemente para él inmerso en un ejercito disciplinado, no como guerrillero libre que fue en sus montañas, siendo herido de muerte al principio de la contienda y falleciendo un 23 de diciembre de aquel mismo año en el hospital del Rebellín de Ceuta.
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