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El virrey Abascal, óleo de Pedro Díaz museo de arte de la universidad de san carlos
El virrey del acertijo
Esencia pasiega

El virrey del acertijo

José Fernando Abascal, virrey del Perú oriundo de la villa pasiega de San Roque de Riomiera, dejó su cargo al descifrar el sutil enigma que le dejó el clero en tres saquitos

jose javier gómez arroyo

Vega de Pas

Miércoles, 11 de noviembre 2020

La figura del virrey representaba la cabeza de una institución jurídica habitual en el gobierno y administración española en los territorios de ultramar, gobernando en nombre del rey y con los mismos poderes y prerrogativas que este tenía atribuidos, pues la distancia entre los múltiples territorios del Imperio español hacía imposible que los monarcas pudieran controlarlo todo. Este título lo ostentó por primera vez el almirante Cristóbal Colón, quien tomó posesión de las Indias en nombre de los Reyes Católicos y sucediéndole en los siglos posteriores una larga lista de virreyes, entre los cuales, cómo no, hubo también uno de sangre pasiega y que, fiel a su raza, brilló por su temple y eficacia en la gestión de su alto cargo.

José Fernando Abascal y Sousa, aunque nacido en Oviedo (Asturias) en 1743, heredó la valentía y sagacidad de su abuelo Domingo Martínez de Abascal Lavín y el control de los cuartos por parte de su abuela Ana Sainz de Trueba, ambos de San Roque de Riomiera, la villa de los pasiegos más audaces e ingeniosos de la estirpe, cosa que así fue en la personalidad de este gobernante y cuyo pasado estuvo marcado por la penuria y el sacrificio. Hidalgo segundón de gallarda figura, como así describió el escritor peruano Ricardo Palma a nuestro protagonista en el siglo XIX, Abascal comenzó trabajando en una hostería cerca de la Plaza del Sol en Madrid, donde conoció a un reputado militar que le animó a ingresar en la vida castrense y estamento en el que rápido fue ascendiendo en el escalafón, al tiempo que estudiaba matemáticas y latín en la Universidad de Oviedo. Empleado en comisiones importantes durante el reinado de Carlos IV, tanto en el ramo de la economía como en la estrategia militar, Abascal fue enviado a la isla de Cuba en 1796 y poco después nombrado Gobernador, Comandante General y presidente de la Real Audiencia de Guadalajara en la Nueva España, hasta alcanzar su designación como virrey del Río de la Plata en 1804, cargo que no pudo ocupar al ser preso por los ingleses. Aquel mismo año fue igualmente nombrado virrey del Perú y, tomando posesión a los dos años, se volcó en la creación de escuelas-taller, la Escuela de Pintura de Lima, el cementerio de la misma capital, el Jardín Botánico, el Colegio de Abogados o el Colegio de San Fernando, uno de los mejores de América Latina para el estudio de la medicina, procurando siempre mantener buena relación con la elite social peruana y con el clero, con lo que todo en él fue eficacia y talento a la hora de crear proyectos y llegar a ser nombrado también marqués de la Concordia Española del Perú y vizconde de Casa Abascal en 1812. Pero las cosas en Europa se torcieron con la política expansionista de Napoleón Bonaparte y todo se fue al traste al reconocerse en la Constitución de Bayona la autonomía de las provincias americanas bajo dominio español, surgiendo con ello los movimientos de emancipación en las distintas colonias.

Narraba también el escritor Ricardo Palma que el clero se había declarado igualmente su enemigo y que, sobornando a la servidumbre de palacio para entrar en su despacho, le invitó de una manera ingeniosa a salir de América y así, este virrey de sangre pasiega, encontró un buen día sobre su mesa tres saquitos con tres diferentes especies. El primero contenía una porción de sal, quizá el condimento perfecto para el adobo culinario del segundo talego y que en su interior estaba repleto de ricas habas cultivadas en el país andino, aunque lo que realmente ya le mosqueó fue el tercer fardo, que embolsaba un puñado de cal y nada acorde con la gastronomía. José Fernando, al analizar el contenido de los tres costales, descifró raudo el acertijo y presentó la dimisión de su cargo. De regreso a España para consagrar la mayor parte de su fortuna a las viudas y huérfanos de sus compatriotas asturianos muertos en la Guerra de la Independencia, falleció en Madrid el 31 de julio de 1821 y dejando para el recuerdo su valentía militar, una honrada administración y sobradas dotes de gobernante; y es que... complicada ya su permanencia en Perú debió ver el virrey Abascal, pues el místico y sutil mensaje de los tres saquitos significaba para su carrera política un punto y final más que evidente al comprobar la orden que envolvían: sal-habas-cal.

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