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Álvaro Machín
Lunes, 10 de agosto 2015, 12:21
Hay un niño que mira la escena desde una esquina. Camiseta blanca y pantalones cortos. Entre trompetas, pelucas aristocráticas y no muy lejos del pescador arrodillado que ayuda a sostener el documento. Lo curioso es que ese papel estirado que pintó Calderón en mitad del cuadro que preside los Plenos del Ayuntamiento es, en realidad, mucho más pequeño. El cuadro está encima de la silla de caoba con el escudo de la ciudad labrado en la que se sienta el alcalde. Las banderas, el retrato del Rey... El documento, el de verdad, se guarda bajo llave. Y resulta curioso tener entre las manos el cuadernillo de tapas de terciopelo y caligrafía perfecta que recoge la concesión del título de ciudad a Santander en el año 1755. Firmado por Fernando VI, que se limitó a estampar un Yo, el Rey sobre el papel para darle rigor al asunto. Y sí, es más pequeño que el que pintó Calderón en una de las obras de arte que hay en el Consistorio. Bastante más. En el edificio se han camuflado las curiosidades entre el ir y venir de políticos, vecinos, decisiones y papeles. En forma de cuadros, muebles, esculturas y objetos con valor artístico o protocolario. Por haber, hay hasta una talla de madera del Sagrado Corazón de Jesús. De buen tamaño y justo al lado de los aseos de la segunda planta. Se sabe que fue bendecida por el obispo Eguino y Trecu. O sea, que está allí desde antes de 1961. Pero nadie sabe explicar con exactitud cómo llegó realmente hasta ese punto. Es una de las historias de un pequeño museo llamado Ayuntamiento.
Por seguir el orden de la curiosidad, junto al Salón de Plenos está colgada una placa que recuerda que Don Juan de Borbón fue nombrado alcalde honorario. Detalles históricos que, con los años y el desuso, van cayendo en el olvido. Como otras dos placas que sellaron el hermanamiento con San Luis de Potosí (en México). Alcalde de honor y ciudad hermana... Medio Santander no lo sabe. Las del hermanamiento están en una vitrina acristalada del Salón Azul junto a tinteros de plata, emblemas, cruces... Hay un viejo cojín granate con el escudo bordado y un gran tomo de la Constitución abierto por el artículo 13. «Los extranjeros gozarán en España de las libertades públicas...». Allí están las enseñas del protocolo municipal. Las banderas y el león de la Milicia Nacional de los liberales, la del Ejército, dos pendones Reales de Proclamación, una de España rojigualda oficial en su día (tiene el escudo del águila)... También el bastón de mando con el que los alcaldes toman posesión. Con la empuñadura de oro y un escudo de la ciudad.
Objetos y cuadros
En días como ese toma de posesión toca descolgar y trasladar al Paraninfo los tres enormes reposteros (paños decorados con motivos) agarrados a la barandilla del segundo piso que se deslizan hasta el primero. Protocolarios, como los dos trajes de macero en un par de vitrinas. Casaca, calzas, sombrero... También la bandera de combate del buque Cantabria, enmarcada tras la donación por parte de la Escuela Naval Militar en la entrada del Salón de Recepciones, lleno de fotos de la colección Thomas de un Santander antiguo. La fábrica de cervezas, el puente de Vargas, los antiguos muy antiguos Campos de Sport...
Y justo esa idea de la ciudad de otro tiempo está muy presente en el gran tesoro artístico que hay en el Ayuntamiento. Los cuadros son la joya. La extensa colección de acuarelas de Celestino Cuevas bajo el título Nostalgias recorre toda una planta. Extraidas de fotos de época intervenidas. Desde el café en el Suizo a principios de siglo al teatro Principal de 1908 o la calle del Puente. Cuevas firma otra obra llamativa: una enorme imagen inspirada en el grabado que apareció en una revista británica con motivo de la colocación de la primera piedra del ferrocarril Santander-Alar del Rey.
La batalla de Vargas de Vallespín, el Adonis de Van Schoor... Firmas (todas están registradas en los archivos del MAS). El azul Santander está en la moqueta, la tela que tapiza las sillas, las cortinas y hasta las lágrimas de la lámpara del XIX del despacho del alcalde. Azul hasta la bandera. También en las obras de Gutiérrez Solana, Grúber, Cosío, Enrique Gran, Quirós, Riancho, Alvear... Las rúbricas están en esa habitación principal del Consistorio y en dos pequeñas salas que hay antes de acceder al espacio en el que está la mesa, clásica, antigua, de estilo imperio.
Pero la firma de Calderón es la que más reluce en el edificio. Por ser la más vista. Porque entrar al Ayuntamiento es darse de morros con San Emeterio y San Celedonio escoltando el Santander inspirado en el Grabado de Braun y Hogenberg, la primera estampa de una ciudad que por entonces andaba por los trescientos vecinos (hay una réplica del grabado original en la segunda altura). También por guardar la mayor curiosidad. «Usando callicida Mon Plus Ultra desaparecen las durezas», puede leerse en un cuadro sobre el Rastro con una cigarrera en primer plano delante del producto milagroso. Y hasta por ser la más monumental en dos murales al óleo que, por evidentes, pasan desapercibidos. En el mismísimo vestíbulo, junto a la puerta (y a una piedra con incripción histórica). Uno a cada lado. Impresionantes. Un día de pesca y barcos en la Bahía. Por delante sí que ha pasado la ciudad entera. Siempre con prisa, con papeles en la mano y la vista distraída...
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