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J.R.Saiz Viadero
Lunes, 22 de febrero 2016, 07:17
Hasta diez y ocho fueron las heridas causadas con arma blanca a Ciriaca Baldoví por su marido Francisco Ovalle, a consecuencia de las cuales ella falleció en Santander el día 12 de octubre de 1910.
Ciriaca quedó viuda de un carabinero y vivía con su ... hija de los emolumentos que percibía como portera del inmueble donde se hallaba situado el Café Cántabro, redondeando sus ingresos dando de comer a algunos comerciantes de las cercanías de su domicilio.
Como la soledad no es buena consejera para una madre con una hija joven a su cargo, Ciriaca contrajo nuevamente matrimonio con el guardia municipal Francisco Ovalle, hombre de carácter vehemente, agresivo y también dado a la embriaguez, con quien muy pronto comenzaron las discusiones en el seno del hogar, disputas que se extendían a la hija hasta el extremo de que, después de una bronca monumental, la mujer decidió pedir amparo al juzgado, con la circunstancia de que hubo de salir de su propio hogar, dejándolo en poder de su marido pese a que todas las pertenencias eran de su propiedad, incluido el ajuar de su hija. Ante tal situación extrema, y atendiendo a las protestas de arrepentimiento efectuadas por su marido manifestando el deseo de cambiar sus hábitos y llevar la paz al matrimonio, ambos volvieron a unirse.
Pero Ovalle ya había presentado la dimisión de su puesto laboral, con el fin de impedir que le fuera embargado el sueldo por el depósito judicial de su mujer para alimentar a ésta. La alcaldía santanderina, pese a la reciente reconciliación conyugal, no accedió a retrotraer la dimisión presentada y procedió a declarar el cese definitivo de un guardia que no contaba con un historial muy recomendable, sino que más bien respondía al modelo que había hecho circular el dicho popular: «Eres más vago que la chaqueta de un guardia». Así que muy poco tiempo duró la felicidad prometida.
El exguardia, además, tenía en su poder algunas armas que su mujer le escondía al descuido, pero él volvía a hacerse con ellas, entre otras un cuchillo o un puñal. En una de las constantes discusiones, Ovalle infirió varios golpes a su hijastra, por lo cual hubo de intervenir nuevamente la autoridad, siendo arrestado en su domicilio y, como consecuencia, él pretendió denunciar ante los medios de comunicación lo que consideraba un «allanamiento de morada».
"Detenme tú"
Volvió, pues, Ciriaca al Juzgado para solicitar nuevamente el depósito, alegando en este caso la existencia de un riesgo grave para la vida tanto de ella como de su hija, ya que no era posible controlar la tenencia de armas en poder de su marido ni tampoco superar su vicio del alcoholismo. Solicitó entonces la demanda de divorcio, añadiendo esta vez la ociosidad manifiesta de Francisco.
Por aquel entonces Ciriaca prestaba sus servicios en la vaquería Trevilla, propiedad de Manuel Oria, establecida en la calle Velasco, calle céntrica de la ciudad después modificada su denominación por la de Hernán Cortés. En diversas ocasiones su marido había acudido al lugar de trabajo para recriminarle las cuestiones más peregrinas, lo que también hizo el día de autos, seguramente como consecuencia de que ya había sido avisado del pleito entablado y que tenía que presentarse ese mismo día para dejar definitivamente zanjada la separación matrimonial.
Pidió dos vasos de leche para él y su acompañante, que le fueron servidos por su mujer, y posteriormente se dirigió hacia la trastienda de la vaquería, desde donde en seguida escucharon débiles gritos de auxilio otros dos empleados que se encontraban en su día de asueto, quienes una vez penetraron en el interior vieron a Ovalle encima de su mujer dándole golpes y portando un cuchillo de grandes dimensiones ensangrentado.
En mismo ese momento entraba en la vaquería la hija de Ciriaca, con la que él se encaró diciendo:
-No temas, a ti no te mato; ya maté a tu madre.
Acto seguido, inició un itinerario por las calles adyacentes en medio de la expectación de un vecindario que contemplaba su salida mientras trataba de contener la hemorragia de la herida producida con el cuchillo, a la vez que daba gritos de «Sí, yo la maté, yo», entrando luego en un establecimiento de bebidas próximo a la vaquería, donde pidió un cuartillo de vino, lo tomó y se marchó por la calle de Velasco y la plaza de la Libertad -ahora de Pombo- hasta llegar a los Arcos de Botín, intentando entrar en el establecimiento de Patricio Gómez, pero ante la presencia del cabo municipal Epifanio Arce cambió de opinión y, dirigiéndose a él, le dijo:
-Si otro ha de detenerme, toma, detenme tú. Acabo de matar a mi mujer.
El cabo le condujo en primer lugar a la Casa de Socorro y, después de ser atendido de sus heridas leves, le trasladó a la Prevención, quedando a la espera de presentarse ante el juez de guardia, quien no apreció en él estado de embriaguez, sino más bien unos deseos ya satisfechos de venganza hacia la víctima, ordenando el ingreso en la cárcel de Santa María Egipciaca.
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