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María de las Cuevas
Sábado, 7 de mayo 2016, 22:04
Cuando El Corte Inglés aterrizó en la zona de Nueva Montaña, poco se parecía el paisaje de terrenos baldíos para uso industrial a la actual ciudad comercial que se ha levantado en el lugar con 2.998 residentes, colegio público, centro de salud desde 2013, ... centro cívico, iglesia, campo de fútbol, piscina, carril bici, conexión de autobuses y a media hora a pie del centro de Santander. Los grandes almacenes se inauguraron el 7 de mayo de 1999.
Los residentes que crecieron en el barrio, hoy jubilados, hijos y nietos de trabajadores de Nueva Montaña Quijano, recuerdan con nostalgia sus calles amables de casas bajitas «construidas en horizontal», que se demolieron para levantar «bloques verticales». La población se triplicó en una década, al tiempo que se dotaba al núcleo urbano de nuevos servicios y mejores comunicaciones y viales.
Entre 2000 y 2008 se construyeron 1.772 viviendas, de las que 563 son de protección oficial promovidas por Gesvicán. El crecimiento experimentado le sitúa en quinto puesto en tamaño de los barrios de Santander. Por delante están Peñacastillo con 9.302 residentes; Cueto con 7.989; Alisal con 4.797 y Primero de Mayo con 3.429 habitantes.
Cuando El Corte Inglés llegó a la zona, «conocíamos el desarrollo que iba a producirse. Como en otras ciudades y sus extrarradios, servimos de locomotora para un auge del desarrollo urbanístico e, incluso, para revalorizar la zona, que es lo que ha ocurrido», explica Alfonso Fuertes, Jefe de Relaciones Externas y Comunicación de El Corte Inglés de Asturias y Cantabria.
Por su parte, Carmelo Ortube, vicepresidente de la Asociación Virgen del Carmen-Nueva Montaña, indica que «los vecinos de siempre no reconocemos el barrio. Ha cambiado de horizontal a vertical, pero hay que quererlo tal y como es».
Manuel Quevedo, vocal representante de la asociación de vecinos del distrito, y jubilado de la factoría, llegó al barrio con seis años, «cuando no llegaba al grifo del agua», recuerda. Nieto e hijo de empleados de la plantilla de Nueva Montaña que «contribuyó a sacar la fábrica adelante», señala que, «es difícil de explicar mi amor por este barrio, es algo genético, son mis genes los que me dicen que lo quiera y lo defienda para que la convivencia en el respeto permanezca».
Aquel era un pueblo industrial creado para los trabajadores de la metalúrgica cántabra Nueva Montaña Quijano, fundada en 1899 por José María Quijano Fernández-Hontoria, que fue su primer presidente. En esos terrenos de marismas e invadidos por plumeros, se levantaron cinco barrios, unos para responsables de la factoría y otros para empleados de menor rango. Se vivía en casas bajas con hermosas zonas ajardinadas, bajo el paraguas protector de la factoría que empleaba a 1.200 trabajadores.
El barrio y su iglesia
La iglesia de Nueva Montaña se construyó en 2011, en sustitución de la querida iglesia del Carmen, que fue demolida a pesar de las lágrimas de los vecinos y las protestas para impedirlo. Pero nada pudo entorpecer el plan urbanístico ya proyectado.
La iglesia de los Salesianos está situada en medio de la parte vieja y la nueva, y los vecinos la consideran un nexo integrador de la población. «Como antes lo fue la fábrica, hoy el nexo aglutinante es la parroquia», señala Manuel García. «La factoría vivió por y para los habitantes, pero cuando comenzó la venta de terrenos, fue ordeñar una vaca para sanear la factoría, y dejó de estar ligada a la vida de Nueva Montaña», añade este vecino.
El primer barrio se construye en 1910, el Barrio de La Estación, donde residían los encargados de las fábricas, siendo el más próximo a las instalaciones. Después, fueron surgiendo cuatro más. En 1929, el Barrio de Bartolomé DArnís; en 1947 se levantó el Barrio de San Juan y el del Carmen y surgió la cooperativa del Barrio de Santiago El Mayor.
De estas casitas individuales se mantienen hoy 90. Las más antiguas que aguantan el paso del tiempo están en el Barrio de Santiago El Mayor. Las del Barrio de la Isla del Óleo fueron construidas entre 1981 y 1987. Estas casas contrastan con el resto de bloques de pisos.
Los antiguos residentes recuerdan la playuca, punto de reunión de las familias, junto al puerto de Raos. Los fines de semana de verano se juntaban para darse un baño en ese pequeño arenal, y compartían su tortilla de patata e incluso cocinaban en el sitio para todos, recuerda Quevedo.
Poco queda de este ambiente de «barrio-barrio», señala el párroco Alfonso Valcárcel, que creció en Nueva Montaña, adonde el destino le ha devuelto. «La Montaña antigua tenía un ambiente de sencillez, con una fábrica muy protectora que ofrecía ventajas como jardineros de la factoría que cuidaban los jardines particulares gratis, de ahí esas zonas verdes tan bonitas que teníamos».
«Vivíamos como curas sin serlo y éramos todos uno», añade Manuel García Ruiz, otro de los residentes veteranos, con más de 50 años de permanencia en el pueblo.
Frente a estos apuntes nostálgicos, existe la versión de los nuevos vecinos de la Nueva Montaña moderna, quienes consideran que gracias a ellos se ha rejuvenecido la población y se ha conseguido mantener una elevada calidad de vida a pesar del crecimiento.
«Todavía se sigue haciendo mucha vida en la calle, hay cantidad de niños en los parques, una buena integración de los vecinos y alta participación en las fiestas de Santiago y del Carmen, con un trato familiar, que no es propio de las nuevas ciudades dormitorio, y que nos llega de herencia de los que vivieron antes», apunta la presidenta de la Asociación de Vecinos Virgen del Carmen de Nueva Montaña, María Eugenia Fernández.
Todavía se interpone una tenue línea roja entre los de siempre y los nuevos, e incluso llegaron a formar dos asociaciones de vecinos para el mismo barrio: una representaba a este nuevo perfil de familias jóvenes con niños que llegaban por primera vez a instalarse en la zona y la otra asociación integraba a los veteranos, trabajadores de la fábrica en su mayoría.
Esta peculiar escisión entre asociaciones no se prolongó más de dos años. Pronto entendieron que la unión hace la fuerza y que lo mejor era «sumar la memoria de los mayores a las ganas de los jóvenes», apunta una vecina muy activa en la asociación, Patricia Fernández, residente desde hace 10 años.
Antes de la operación urbanística, en el barrio reinaba la familiaridad y las puertas no se cerraban con llave. Si bien el panorama ha cambiado, «estamos muy contentos aquí, tenemos dos grandes parques, vida de barrio y seguridad. No es como vivir en el centro de Santander; aquí, mis hijos van en bici a todas partes. Hay mucha gente que querría vivir en este lugar», añade Patricia. «No somos de aquí, pero mis hijos han nacido aquí», sentencia.
La concejala de Barrios del Ayuntamiento de Santnder, Carmen Ruiz, destaca que su percepción es la de «un barrio de nuestra ciudad que ha crecido muy bien, donde da gusto vivir, con vecinos muy participativos e implicados en las actividades del barrio y con una convivencia magnífica y un alto grado de satisfacción».
"Pelotazo catalán"
En el repaso histórico de la vida de Nueva Montaña no se puede pasar por alto la lucha de sus residentes expropiados por el nuevo plan urbanístico proyectado en los 90. Conseguir su realojo se dilató en el tiempo más de una década. «Hasta 2008 estos vecinos afectados no firmaron la titularidad de una vivienda en propiedad. Algunos no lo han visto, han fallecido antes», lamenta Ramón Carrancio, presidente de la Federación de Vecinos y representante de la Junta, que destaca haber «peleado en 22 pleitos contra los gabinetes más fuertes del país».
Nueva Montaña fue absorbida por el grupo Celsa, propiedad de la familia catalana Rubiralta. En 1992, se recalificaron 541.000 metros cuadrados de terrenos en la zona, cuya venta se destinó a sanear el pasivo y asegurar el mantenimiento de las actividades de la acería. «Fue un pelotazo catalán. Llegaron las vacas flacas y con el cambio de titularidad de la fábrica comenzaron nuestros problemas», indica Carrancio, quien describe esta intrahistoria de los vecinos como «teñida de lágrimas e incertidumbre» y lamenta la decisión política tomada entonces: «El desarrollo urbanístico se hizo sin tener en cuenta los aspectos sociales, se olvidaron de que allí no vivían animales, sino personas». Carrancio opina que la medida afectó negativamente a la región: «De 1.200 personas que empleaban, hoy quedan 400 y sin industria una región no avanza».
Este pueblo se componía de la iglesia, que había sido construida en 1952, un casino y club de recreo, la estación de FEVE y sus cinco barrios, el primero construido en 1910. No existía nada más, solo la instalación de la metalúrgica. Se fueron creando casas para fidelizar a los trabajadores, de forma que si ocurría algo en la factoría estaban cerca.
El barrio Bartolomé DArnís fue derribado para construir la nueva iglesia parroquial, que fue inaugurada en 2011 en una parcela de 1.010 metros cuadrados cedida por el Ayuntamiento.
La crónica del derribo de la antigua iglesia del Carmen fue narrada por este periódico, ya que la tristeza invadía a los vecinos del barrio que se habían casado en ella, bautizado a hijos y celebrado funerales. Demasiados recuerdos para sobrellevar el derribo. Pero la parroquia actual ha suplido de buena manera la anterior, realiza una activa obra social y aglutina a gran número de feligreses.
La iglesia y su párroco tienen un papel importante en el barrio, movilizando a la sociedad a participar en actividades, talleres, convivencias y comidas solidarias para recaudar dinero para las familias necesitadas de Nueva Montaña. La iglesia da asistencia a 70 familias en situación precaria, sin agua, luz y gas.
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