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Nieves Bolado
Jueves, 18 de agosto 2016, 20:03
Llegó vestido de traje e impoluto cleriman blanco: «solo me lo pongo cuando visito autoridades o me encuentro con el Papa». Ha venido a Santander con un traje de baño que ha pedido prestado «y me lo pondré para bañarme en estas preciosas playas». Luce ... esa sonrisa que no pierde ni en los peores momentos y regala un llavero de su parroquia, San Antón, en Madrid, en Chueca, escondrijo y alivio de pobres y desheredados. Solo es el Padre Ángel pero ¿alguien sabe su apellido? Te da su número de teléfono para que «se lo des a alguien que conozcas y necesite ayuda». «¿Y usted lo coge?», «mire señora, ¿para qué sirve un teléfono móvil si no lo coges?», responde.
habla uno de los sin techo
Dice llamarse José María Hernández-Aguirre y Aymerich-Borbón, y asegura ser primo del Rey, descendiente del linaje Borbón, «primo de don Juan Carlos I». Sorprende verle en la fila de los sin techo, pero el Padre Ángel corrobora su historia fijada en el Gotha oficial pero apartada de la vida de los ricos, «porque mis hermanos me quitaron del medio». Está enfermo, pero asegura ser un hombre «feliz» aunque comparta una pequeña habitación con su nueva familia llegada de Latinoamérica y tan pobre como ahora él. Sabe que los Borbón veranearon en Santander, saluda con extremada educación y besa la mano de las mujeres que le presentan. «Hay muchos ricos ahora pobres», dice el Padre Ángel.
Ángel García Rodríguez (La Rebollada, Asturias, 1937) llegó ayer a Cantabria acompañado por una cohorte de desheredados. 23 para ser más exactos. Personas hombres y mujeres que sólo tienen como casa un banco de la iglesia de San Antón en Madrid, en el barrio de Chueca, donde conviven muchos homosexuales adinerados pero también mucha gente pobre que acude a esta parroquia on line, 24 horas al día abierta para todos, incluso para las mascotas, perros o gatos, a veces únicos acompañantes de los más pobres.
¿Y qué hacían en Santander? Al padre Ángel no se le escapa una. Y vio cómo el mediático presidente Revilla llega a todos los rincones. Y este cura sencillo, pobre, también mediático, sabía seguramente que aquí lo recibirían bien. Y así ha sido.
Pensó que sus gentes, esas que solo tienen su iglesia para dormir, los que por traducción se les llama sin techo, los homeless, tienen también derecho a darse un baño, a ver el mar, a saber cómo saben las vacaciones en una costa privilegiada.
Así que cogió el teléfono, llamó a Miguel Ángel Revilla, y le preguntó si les invitaría un par de días a probar esa fruta prohibida que para los pobres son las vacaciones al lado del mar. Y Revilla aceptó y los invitó. Y aquí se plantaron ayer por la mañana comandados por el Padre Ángel, ayudado por voluntarios como Gerardo, que van a donde «él nos diga, porque es un santo» dice este colaborador, un setentón que tiene casa y familia pero que ayuda en lo que puede y que trata de quitar importancia a lo que hace.
Pasaron la noche en la heterodoxa parroquia de San Antón, y ayer, de buena mañana perfectamente arreglados y aseados «ser pobre no es perder la dignidad», se plantaron en Santander. «Alguno cuando vio la ciudad y el mar, se quería tirar del autobús en marcha». «No solo Sánchez y Rajoy tienen derecho a dos días de vacaciones», reivindicaba sin perder la sonrisa el Padre Ángel.
Y tras él, deseando llegar a la playa, 23 historias tremendas, aleccionadoras, tristes y emuladoras. Como Laura, que nació en Ávila y está perdida por las calles de Madrid. Está embarazada, «espero un niño»; lleva colgados de su cuello dos rosarios y nunca había pisado una playa. Jamás había oído hablar de Revilla: «No sé quien es». Tiene 27 años y debe llevar en su inexistente mochila muchas historias poco brillantes.
Una historia muy distinta a la de Óscar, un cuarentón que de pequeño «veraneaba en Santander», lo que tras un perfil que quiere muy bajo reconoce que, para él, «hubo tiempos mejores». Vive en Madrid. ¿Su casa?, la parroquia de San Antón. Debió ser alguien que vivió bien pero ahora reconoce que está «en ruina total». Mantiene, como el resto, la dignidad que pretende que no sea hoyada por unas vacaciones regaladas.
Y es que el Padre Ángel reconoce que la suya es una parroquia «como pide el Papa Francisco», abierta todo el día, un lugar «caliente» «donde gays, lesbianas, prostitutas y otros hombres y mujeres de bien son bien recibidos», incluso las mascotas tienen cabida en esa parroquia de San Antón, no en vano es el patrón de los animales.
Y Revilla les recibió con todo el cariño posible: «Aquí he tenido mucha gente importante pero nadie como vosotros». Y les entregó una bolsa con una toalla de playa «de la que no se pega el arena», una camiseta del Jubileo 2017, «una primicia», y un libro suyo «aunque esperábamos una lata de anchoas en vez de un libro» decía Joao, un portugués, como el resto de esos españoles también pobre, pero cercano, alegre y a su manera, feliz.
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