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Juan Carlos Flores-Gispert
Lunes, 22 de agosto 2016, 12:10
Por el día, la plaza de Cañadío es un recinto tranquilo, con sus farolas artísticas obra del escultor José Quintana, con los bancos bien orientados para contemplar desde la Iglesia la cuesta de 'las cadenas', y sin tráfico, frecuentada por transeúntes y niños que ... juegan. Por la tarde es zona de terrazas tranquilas, ordenadas y sin coches que molesten. Juegan los niños al balón y recuerda algo de aquel barrio que fue en el que hubo pastelerías, ultramarinos, talleres, tiendas y hasta una imprenta. El primer pub llegó en el año 1981. Dio animación a la plaza y atrajo un público más joven. Después todo cambió. El público llegó de forma masiva, la plaza fue peatonalizada y los niños de las farolas del viejo puente que unía las dos aceras del hoy Calvo Sotelo fueron testigos de alegría juvenil nocturna, sin escándalos.
Sigue Cañadío siendo zona de terrazas por la tarde y noche de invierno. Pero, en verano, todo cambia. Una jauría de chavales y treinteañeros que practican el botellón se adueña de la plaza, la escalinata y el pórtico de la veterana iglesia. Hasta se han celebrado fiestas con bengalas y cánticos como de una gran hinchada de fútbol en un macrobotellón durante la pasada Semana Grande, que asustó a los vecinos y a los hosteleros. Esperan soluciones y actuaciones de las autoridades civiles y policiales y, mientras tanto, añoran aquel barrio que fue, con sus tiendas y su tranquilidad dieciochesca. Según cálculos de la Asociación de Vecinos Pombo-Cañadío-Ensanche, en la noche-madrugada del día 23 al 24 de julio pasado se reunieron en la plaza y calles de entrada a Cañadío 9.300 personas, más que asistentes a la actuación de Alejandro Sanz en la campa de la península de La Magdalena, unos 8.000.
Una marisma con cañizos
En el siglo XVIII, este espacio por el que hoy preguntan todos los que vienen a Santander y quieren juerga nocturna, «era una marisma en la que emergían cañas silvestres. De ahí su nombre de 'cañadío', a la que se acercaban los vecinos de Santander a cazar aves, pues era grande la cuantía de palmípedos que anidaban en el humedal», recuerda el presidente del Centro de Estudios Montañeses, el historiador Francisco Gutiérrez Díaz, que frecuenta la zona, de día y de noche, como casi todos nosotros. En la calle de Moctezuma estuvo la sede de EL DIARIO MONTAÑÉS (administración, redacción, dirección, rotativas y almacén) entre los años 1942 y 1990.
Hay veteranos que recuerdan toda la vida de la plaza de Cañadío, como el periodista Jesús Martínez Teja, nacido en la calle de Pizarro y que vive en la de Santa Lucía, o el fotógrafo Antonio San Emeterio 'Sane', durante años confitero en el obrador de la pastelería Frypsia, que estuvo en Cañadío de 1943 a 2006.
Hoy, todo en Cañadío y aledaños son bares. Pero antes de 1981 era diferente. En la esquina de la cuesta de 'las cadenas' y la calle de Emilia Pardo Bazán se encontraba el Garaje Sancho y donde hoy está la discoteca Loft antes estuvo el bar-restaurante Fradejas y, antes, la Cristalería Soriano. El pub Blues, en el arranque de la calle de Gómez Oreña, fue antaño un taller de reparación de radiadores de coches. El negocio lo llevaba un ciudadano a los que todos conocían como 'Paco penalty', porque era árbitro de fútbol. La compañía era de Bilbao.
El restaurante Cañadío, fundado en 1981, se instaló en lo que fue un almacén. En su puerta, Gómez Oreña 15, una placa recuerda que «en esta casa nació Pancho Cossío». Fue descubierta por el alcalde Manuel Huerta el 16 de enero de 1990.
El último en abrir, hace un mes, ha sido el bar Lanchoa, de Iván Oliveri, cuarta generación de italianos de Sciacia (Sicilia), que llegaron a Cantabria para la elaboración de la anchoa.Todo se cuenta en amplios paneles informativos y educativos en sus paredes. Este local acogió hace años una imprenta, después una tienda de confección de señora y más tarde funcionó como almacén.
La historia de Cañadío es tan rica y larga como la de la propia ciudad. Hasta esta céntrica plaza llegaba el mar antes de los rellenos del siglo XIX para hacer el Ensanche de la ciudad. Así que, en este enclave, hubo un astillero de ribera donde se construían fragatas para la fábrica de cervezas (1796) del conde de Campogiro (dueño también de la finca de La Remonta) que exportaba sus productos en barcos con nombres tan románticos hoy en día como El cervecero de Cañadío. La casa de La Conveniente fue levantaba por Francisco de Sayús hacia 1800. En 1853 se iniciaron las obras de la iglesia de Santa Lucía y, cuarenta años después, Atilano Rodríguez levantó el elegante inmueble donde hoy se ubican los locales hosteleros Blues y Cañadío, esquina con Moctezuma. En 1887 se abrió la calle de López Dóriga y en 1903 la calle de la Media Luna se dedicó al que fue párroco de Santa Lucía, Pedro Gómez Oreña. En López Dóriga (popularmente 'cuesta de la cadenas') está el palacete de estilo morisco, construido en 1888 por el arquitecto Atilano Rodríguez para residencia y consulta médica del doctor Joaquín Cortiguera. En los años 40 del siglo XX la plaza volvió a ser reformada y se instalaron en ella las dos artísticas farolas que habían sobrevivido del desaparecido Puente de Vargas, ambas obras del escultor José Quintana (1909). La última remodelación de la plaza y su peatonalización datan del año 1997.
Todo esto lo ha estudiado y escrito el presidente del Centro de Estudios Montañeses, Paco Gutiérrez. La sede de esta institución también está en la zona de Cañadío, en la calle de Gómez Oreña. Y, a pocos metros, las sedes de la Fundación Botín y el Ateneo de Santander, al principio y el final de la calle Pedrueca. Ahí esta la veterana chocolatería Aliva (desde 1960), que atiende a los noctámbulos a quienes les alcanza el alba y necesitan algo caliente.
El pub Bogart (inaugurado en 1999) ocupa el espacio del restaurante El Limonar, que con anterioridad fue un almacén, y la peluquería de señoras de Ana Simón-Altuna. Y la iglesia evangélica se instaló en el local que fue la tienda de comestibles de Angelines y la carnicería de Del Río, que luego se trasladó a Rualasal. El local del pub La Calle (se abrió en 1985) y el local cerrado junto a él, que hoy es un almacén de trastos viejos de un vecino del barrio, formaban el comercio Ciclos San Miguel.
La Conveniente siempre fue local dedicado al vino, pero antes de convertirse en n exitoso local de cenas en él se vendía vino a granel. «La gente venía con garrafones y se servía a particulares y a establecimientos de Santander», recuerda Teja. Frente a las instalaciones de ElDiario, en la calle de Moctezuma, estaba el garaje donde se guardaba el taxi número 1 de Santander, propiedad de Leoncio Mayo.
Las actuales escaleras que conectan Gómez Oreña con la plaza no existían hace veinte años. Eran un paredón que contenía el desnivel contra el que los chavales del barrio lanzaban sus balones. «En Gómez Oreña vivieron los hermanos González Echegaray, famosos historiadores, y hasta hace un año doña Carmen Simón-Altuna Lavín, que murió con casi cien años. Ella sí que nos podía haber contado toda la evolución de barrio. Vivió aquí hasta que falleció. Su piso está ahora a la venta», explica Teja.
En la acera de enfrente de la plaza, se abrieron en 1981 de manera consecutiva los pubes El Ventilador y, al poco tiempo, El Canela. Hace dos meses se sumó el pub Cañalío, pared con pared. Y el año pasado, el bar-restaurante y terraza Art. Todos esos locales, y los posteriores en la calle de Daoiz y Velarde, eran almacenes dedicados a los coloniales.
Otras calles, otras tiendas
En Daoiz y Velarde está hoy el bar Casa Ajero, donde antes estuvo el bar Iguña, en el que se exhibe sin excesivo cuidado y respeto por parte de los dueños del local una excelente obra de arte: un mural de grandes dimensiones del pintor Roberto Orallo. «En el outlet de ropa de enfrente hubo una tienda dedicada al arte cristiano, y muy cerca, donde está el pub La columna, se ubicaba la tienda de pinturas Antolín. Donde está hoy la tienda de calzados Patty, de la familia Ayllón, antes estaba instalado el concesionario de bombonas de butano», recuerda 'Sane'. Como miembro de una familia de pescadores, recuerda que en los bajos de la calle de Pancho Cossío se localizaba el almacén del barco bacaladero Ypesa I. Muy cerca estaban también todos los locales de la empresa de automóviles Autogomas, de la familia Criado, ya en la acera de Hernán Cortés, en la Plaza de Pombo.
Destacó en la plaza de Cañadío y en el barrio la pastelería Frypsia. Los locales que hoy ocupan el bar Art y el pub Cañalío estuvieron ocupados por la confitería y el obrador de este negocio. Enfrente, donde estuvieron una sucursal del banco Santander, una agencia de publicidad y Fradejas fueron antes los almacenes de Frypsia. «No dábamos abasto a servir a la mayoría de establecimientos de Santander. El mazapán era una de las especialidades y los pasteles Nury, Frypsia y Ruso, las pastas de té, el hojaldre y la nata montada. Nuestras tartas eran indispensables en los banquetes de boda. Fuimos pioneros en fabricar pan de molde. Frypsia tenía 52 trabajadores, de los que quince estábamos en el obrador, que se abrió en Cañadío en 1943», rememora Sane.
Entre Pombo y Santa Lucía
Poco queda de aquel comercio veterano que llenaba la plaza de Cañadío y sus alrededores, salvo la cercana Farmacia de Breñosa (desde el año 1874) y la tienda de fotografía de la familia Zubieta (desde 1905). Ambas forman parte de la Plaza de Pombo. Está tan cerca la calle de Santa Lucía que es irremediable hablar de ella y de su tradicional comercio, tan distinto al actual. Donde hoyse encuentra Eiger Sport estaba la imprenta Cervantina y en el restaurante Agua Salada, el recordado Bar La estrella. El tramo de calle Santa Lucía entre Moctezuma y 'las cadenas' era conocido popularmente como 'mirones'. Allí estaban el ultramarinos de Teodoro, la peluquería de Minguín, la tienda de electricidad La moderna, la carnicería de Tomás, los ultramarinos Sarito y los muebles Moymar (que antes fue una mercería). Y enfrente, en Santa Lucía 31, se ubicaba el taller de Citroën, local ocupado hoy por un supermercado.
La Filatelia Cantabria lleva ahí 45 años instalada, con los hermanos Javier y Fernando Montes de Neira al frente. Antes, este local estuvo ocupado por la peluquería de Alexandra. Aquí también se localizaba La clave de Sol y el afinador de pianos. Y permanece la tienda de confección La Muñeca, de Javier García Alcolea, desde el año 1965. También estuvieron en este bloque Cocinas Moisés y la mueblería Lantero. Este gran inmueble de pisos de vecinos y comercios se levanta en la finca de la panadería La Constancia, con sus verjas que la separaban de la calle. La fábrica fue derribada en el año 1963 y se construyó el bloque actual. Es una calle de artistas. En este inmueble vive la escritora y poeta Marisa del Campo y, repartidos por la calle, tuvieron su residencia cuatro pintores reconocidos: María Blanchard, Eduardo Gruber, Julio de Pablo y Enrique Gran.
Y para cerrar este capítulo de la vida del barrio, los hermanos Montes de Neira apuntan: «No se olvide de poner que en el arranque de esta calle estuvo el Teatro Pereda, obra de Eloy Martínez del Valle, que fue derribado hace cincuenta años».
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