Una de romanos en la ciudad por los Santos Mártires

El año 300 después de Cristo fue bisiesto y la persecución en contra de los cristianos, feroz. Mártires de aquella batalla por la fe, cayeron los hermanos Emeterio y Celedonio, oriundos de Calahorra (La Rioja). Militaban en las legiones romanas, que abandonaron para profesar públicamente su fe en Cristo. Por este motivo fueron llevados ante un tribunal que, por confesar su creencia, les envío a la cárcel. Eran tiempos de Diocleciano, en torno a ese emblemático año 300. Un 3 de marzo les condujeron a las afueras de Calahorra y, junto al río Cidacos, afluente del Ebro, sufrieron el martirio y fueron decapitados. Allí sus restos quedaron sepultados hasta que en la Alta Edad Media sus reliquias fueron traídas a Cantabria para protegerlas de las incursiones árabes. Y aquí están, en Santander.

Esta ciudad les hizo sus santos patronos, y ahora que las temáticas en mercaderías se ajustan a cada época que vive cada ciudad en fiestas, ha ambientado una de sus principales arterias tratando de recrear con cronología estética cómo eran aquellos tiempos.

Pero sólo estética porque la santanderina Alameda de Oviedo se ha vestido de romanos y hasta el martes mezclará tiempos, lugar y venta que de todo hay en un mercadillo, un batiburrillo que anima una vez más esta frondosa vía de la ciudad, enclave estupendo, y con buena presencia para eventos de este tipo.

Decían ayer los comerciantes unos vestidos de nerones, otros de romanos con casco y penacho, y otros con pantalones vaqueros que a ellos, lo que mejor les viene es el nublado. «Si hace sol, la gente se va a la playa, y si llueve, no salen a la pasear. Así que las nubes es lo que nos viene bien», explicada un remedo de senador romano que vende ungüentos y otros bálsamos de Fierabrás para curar todo tipo de dolencias y males del cuerpo y la mente.

Subir y bajar por la alameda se puede convertir en una apuesta por saber qué está en venta que pueda asimilarse a los tiempos romanos. Desde luego no lo serán los mejillones en escabeche, que a 9 euros las cuatro latas, ofertaban dos remedos de Nerón que además daban tapa de degustación que el público, a la hora del aperitivo, agradecía.

Y quizás como desagravio al martirio de los santos riojanos, en un puesto se mercan crucifijos y belenes anunciados como de Jerusalén, muy cerca de un puesto que debajo del toldo con cenefa romana que ofertaba ayer al público trajes de sevillana dicen los hispalenses que los mal llamados faralaes para niñas, a 15 euros.

Un universo de cartón piedra que animó la mañana santanderina en la que la niebla retrasó el paseo. Arriba y abajo, lámparas de metal, minerales y piedras milagrosas, capaces de poner freno a todos los males habidos y por haber. Y los casi omnipresentes e inevitables vendedores de pulpo, costillas y empanadas que tenían el tenderete aún semivacío a media mañana y que ya por la tarde se pobló de merendadores campestres en plena urbe.

Cinco borriquillos en un improvisado establo esperaban a que los niños fueses sus jinetes. Ahí sí se distinguía quién era del país y quién forastero. Los pequeños cántabros miraban a los animalillos como parte de un paisaje conocido, mientras que otros parecían haber descubierto que los burritos existen, más allá del algodón de Platero.

Los santanderinos no olvidan que los Santos Mártires son suyos, por muy riojanos que nacieran y murieran, y para festejarlos han hecho feriado el martes, día 30 de agosto.