Borrar
Los doctores de la Grúa de Piedra

Los doctores de la Grúa de Piedra

Las piezas de la simbólica máquina del Puerto están siendo restauradas en una nave del polígono El Molladar, en Cartes

Álvaro Machín

Domingo, 2 de abril 2017, 08:20

En una de las coronas del mecanismo el que va dentro de la cabina falta una parte. Un pedazo de una de esas grandes ruedas dentadas. Así, desmontado, salta a la vista. Pero cuando el puzzle esté completo será un detalle que pasará desapercibido. Uno más. Hay otros tres trozos que estaban partidos. Los encontraron en el suelo y han vuelto a colocarlos en su sitio. Como nuevos. Pero ese no. No apareció y, a diferencia de otras piezas, no han elaborado en el taller una réplica exacta del original. Lo dejarán así, vacío. Para que recuerde el paso del tiempo y el deterioro, porque también forman parte de la historia de una máquina que, en Santander, es mucho más que eso. El hueco en la corona es sólo una curiosidad en el paseo entre las tripas de una Grúa de Piedra casi irreconocible sin óxido y sin roña. Desmontada. Parece otra. Está en una nave del polígono El Molladar, en Cartes. Poniéndose al día antes de volver a su sitio en pleno Muelle de la capital con un aspecto que trata de calcar el que Sheldon y Gerdtzen le dieron en su día. Allá por 1896.

Al entrar en las instalaciones de PiCal la división del Grupo Calcom (responsable dela obra) especializada en tratamiento de superficies, pintura ondustrial o ingeniería contra el óxido, entre otras, lo primero que salta a la vista es la pluma. A mano izquierda, desde la puerta. Uno duda un segundo. Qué es cada cosa. Primero porque hay que identificar las partes de la Grúa de Piedra por separado. Y, segundo, porque, aunque aún está pendiente el acabado, la recuperación de colores y la limpieza le dan un aspecto muy distinto al de las últimas décadas. Esa sensación es evidente al girar la cabeza hacia el otro lado. A pocos metros del gran brazo están los contrapesos que sacaron del mar esta misma semana. Los que se derrumabron en febrero de 2016. Es como un anuncio de antes y después (cuentan en el taller que tienen fotos de las piezas con ese juego para enseñar el trabajo que han hecho). Del marrón viejo al gris metálico.

Luego viene todo seguido a cada paso. Los tableros eléctricos, los otros contrapesos (ya limpios y pintados), las rejas de los ventanales, la estructura exterior de la cabina... Hasta llegar a lo más llamativo, el mecanismo. «Ahora no tiene nada que ver con lo que se vio», apunta Óscar Jiménez, el ingeniero técnico que hace el seguimiento de la obra en Calcom. Se refiere a las fotos que publicó este periódico. Las del interior, sucio. Lleno de excrementos de palomas, óxido y abandono. «Después de quitar todo eso nos ha sorprendido encontrar que la Grúa, en general, estaba en buen estado», apunta Francisco Rebollo, autor de la Memoria Técnica en la que se basa todo el trabajo y director del proyecto.

Dice «en general» porque les ha tocado también reconstruir y renovar. Justo ahí, en el mecanismo, los bajos estaban comidos, reducidos en grosor y en fuerza. «Desguazados». Han puesto remaches, los apoyos, refuerzos... También las tiras que sujetaban los contrapesos. «Esas son nuevas». Nuevas con matices, porque todo lo que han tenido que rehacer se ha copiado «al milímetro» de lo que había. Esa parte del trabajo se ha realizado en otra nave de la empresa, en Los Corrales. «En peso, el 95% de lo que había, sirve. Es un trabajo de chinos revisar cada esquina, cada pequeña pieza. Pero la idea era conservar todo lo posible lo original y reponer sólo lo que no era posible mantener». En la cabina, por ejemplo, «la piel» (el cerramiento) será nuevo, pero la estructura es la original. El jueves ya tenían colocados los rastrales de madera y hablaban de colocarla en breve sobre la maquinaria.

Paso a paso

Fases del trabajo. A la nave de Cartes fueron llegando las piezas que medio Santander vio que se llevaban del Muelle (y las que estuvieron durante meses en el Barrio Pesquero). Descargar, desmontar... A la limpieza inicial que se hizo sobre el terreno se le suma la que hacen aquí. Los materiales se sometieron a un chorreado, una especie de lijado con arena a presión que deja las superficies como nuevas. Montan una cabina aislada en las propias instalaciones y los operarios llevan unos equipos que, a la vista, son parecidos a los de un submarinista. Buzo, careta, oxígeno...

Con ese chorreado listo resulta más fácil ver el estado real de los objetos.Lo que aún vale y lo que no. Así que fue en esta parte del proceso en la que tocó ir reponiendo partes, trozos... Después viene la imprimación, preparar las superficies para ser pintadas. Se han aplicado diferentes capas «de alta calidad». Queda, en buena parte del conjunto, únicamente «el acabado». «La pintura definitiva y montarlo todo antes de trasladarlo hasta allí. Limpiar, reparar, pintar y montar», resumen los expertos. El color del interior de la Grúa se diferenciará un tanto del resto a través de varias gamas de grises. En cualquier caso, no será muy distinto de lo que ya está a la vista en el taller.

Con detalles con valor, como la placa original en la que aparecen los nombres. «Sheldon Gerdtzen y Morgan Ingenieros. Gijón Bilbao». O como el hecho de que hayan puesto especial interés en cerrar las posibles entradas para evitar que las palomas vuelvan a colarse y provoquen «una agresión que es mayor incluso que la del mar». El efecto del salitre se nota. De hecho, ahora les toca «descontaminar con agua dulce» (a presión) los contrapesos recuperados del fondo de la Bahía.

Un trabajo especial

En total, entre los operarios dedicados a las labores de calderería y los de pintura, unas diez personas han trabajado estos días en la restauración de la Grúa encargada por la Autoridad Portuaria (que será la que pague la factura). «Como desmontar las piezas de un reloj y volver a montarlas». Con el añadido de lo que se está haciendo en la base de piedra (en la que eliminarán las huellas de intervenciones que se han ejecutado con el paso de los años) y lo que resta respecto a la iluminación (habrá una luz interior parecida a que se ve en una habitación a través de una ventana y dos puntos exteriores).

«Es un trabajo especial. Diferente a otros. Divertido», apunta Jiménez. Rebollo no esconde que siempre ha tenido cariño al símbolo, antes incluso de ocuparse del proyecto. «Y ahora, además, me he dado cuenta de que está presente en todas partes. En azucarillos, en fotos antiguas en muchos bares de la ciudad...». Una responsabilidad. «¿Y gustará?», les preguntan antes de dar por terminada la visita a la nave. «Al que le gustaba antes seguro que le seguirá gustando. Si les gustaba lo que quedaba de ella, ahora...».

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Los doctores de la Grúa de Piedra