Paradigma cultural
Juan Antonio González Fuentes
Jueves, 22 de junio 2017, 19:22
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Juan Antonio González Fuentes
Jueves, 22 de junio 2017, 19:22
El 23 de junio de 2017 quedará registrado en la reciente historia de nuestra ciudad y región como la fecha en la que, con la inauguración del Centro Botín en el entorno de los Jardines de Pereda, quedó rotundamente escenificado un elocuente ... cambio de paradigma en lo que se refiere al peso y protagonismo que en el mundo de la acción cultural en Santander y Cantabria tienen hoy las actuaciones derivadas de la iniciativa privada y de la pública, o dicho de otra manera, las sostenidas por capital privado y las que se financian de una u otra forma a través de nuestros impuestos.
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No voy a retrotraerme mucho en el tiempo, me referiré tan solo al periodo que va desde la entrada en vigor del Estatuto de Autonomía de Cantabria en 1982, hasta las devastadoras consecuencias que la última crisis económica y financiera mundial ha producido en las distintas dinámicas de nuestra sociedad. Durante estas casi cuatro décadas de historia el peso de lo público en la puesta en marcha de iniciativas culturales en nuestra comunidad ha sido abrumador.
A lo largo de esta etapa fueron las administraciones públicas y las entidades dependientes o relacionadas directamente con lo público (pienso en la Universidad, Caja Cantabria, Autoridad Portuaria, Ateneo...), las que invirtieron en distintas programaciones culturales y formativas (ediciones, exposiciones, conciertos, cursos, bibliotecas...), las que pusieron en marcha políticas de intervención en defensa y cuidado del patrimonio, y, por último, las que crearon y desarrollaron nuevos organismos de carácter cultural como el Palacio de Festivales, la Fundación Gerardo Diego o la Filmoteca, o las que mantuvieron con vida instituciones históricas como el Museo de Bellas Artes, el FIS, el Museo de Prehistoria o la Biblioteca Menéndez Pelayo.
No es la ocasión de entrar a valorar la naturaleza, motivaciones y resultados de más de tres décadas de inversión y gestión pública en el comprometido terreno de la vida cultural en Cantabria. Imagino que un análisis pormenorizado y riguroso ofrecerá luces y sombras al respecto, pero insisto, esta sin duda no es la oportunidad de hacer balance ni yo estoy capacitado para semejante empresa.
Lo que sí quiero subrayar es que la crisis económica que se evidenció con tintes dramáticos en España a partir de 2008 ha supuesto un antes y un después en el terreno de la vida cultural cántabra dependiente de lo público, y que el paisaje resultante evidencia lo devastador que en dicho terreno ha resultado el periodo.
A mi juicio el nuevo paisaje resultante está caracterizado por una serie de elementos concatenados que al entrar en juego al mismo tiempo determinan el presente y, sin duda, el futuro a corto y medio de la vida cultural en Santander y en el resto de la región. Me refiero al irrelevante papel desempeñado durante este periodo por la Consejería de Cultura como motor impulsor de dirección, soluciones, ideas y propuestas en el terreno cultural; a la desaparición de Caja Cantabria del escenario como promotora de iniciativas culturales; al consuetudinario escaso protagonismo de nuestra universidad como agente director y propulsor de proyectos dirigidos al conjunto de la sociedad y participados por ella; y al surgimiento de un heterogéneo número de propuestas culturales, artísticas y educativas en el campo de la inicitaiva privada que, generalmente, comienzan a andar con muy escasos recursos propios y esperan casi siempre la llegada del maná de la ayuda pública en forma de subvención.
Lo que parece irrefutable de lo ocurrido en nuestra «sociedad cultural» a lo largo de esta última década marcada por la brutal crisis económica, es que el peso de lo público ha dado unos cuantos pasos atrás, y que ese espacio ha sido de alguna manera ocupado por una variopinta iniciativa privada que va desde algunas empresas consolidadas y con una larga trayectoria en la puesta en marcha de proyectos culturales, hasta microiniciativas autogestionadas con muy escaso músculo financiero que con modestia se han puesto en marcha anhelando para su supervivencia a medio y largo plazo algún tipo de subsidio público.
Es decir, las políticas culturales pensadas y dirigidas desde la administración (si alguna vez lo fueron, es decir, si alguna vez respondieron al diseño de un plan mejor o peor confeccionado), además de perder algún peso y espacio en el conjunto de nuestra «vida cultural», han perdido sobre todo relevancia social y mediática, y buena parte de la omnipresencia indiscutible de la que gozaron en el panorama cultural de nuestra región.
Y es en este contexto de «retroceso» de lo público en el peso de las iniciativas culturales donde irrumpe con fuerza muy poco discutible el nuevo Centro Botín, un proyecto de capital privado que parece venir a sustituir en el imaginario colectico a las administraciones públicas en el papel de liderazgo, de «guía y marcador de pautas y conductas» culturales.
El Centro Botín aparenta levantarse junto a la bahía de Santander como símbolo de un nuevo paradigma cultural en el que la gestión y el capital privado cobran nuevo protagonismo frente a la gestión y el capital público. ¿Es cierto lo aquí planteado? ¿Será positivo y beneficioso para todos si así sucediese? ¿El desarrollo de lo que podríamos denominar «cultura» en nuestra ciudad y región ha respondido alguna vez al desarrollo de un plan específico? ¿El nuevo Centro Botín sí responde a la existencia de un plan de desarrollo cultural y educativo por parte de los responsables de la Fundación? ¿De existir ese plan marcará de algún modo el devenir cultural de la ciudad y la región? ¿Están a gusto las administraciones públicas con su pérdida de protagonismo cultural? Dejo aquí planteadas estas cuestiones para el análisis y el debate sobre un futuro que hoy queda inaugurado y que espero sea fructífero apasionante.
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