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Juan Carlos Flores-Gispert
Jueves, 18 de febrero 2016, 17:25
En medio de la llamas de aquel 15 febrero de 1941 desapareció del entramado santanderino todo el pequeño comercio. Más de 500 establecimientos, cuentan los cronistas de la época, quedaron arrasados: negocios familiares, pequeños y medianos locales de todo tipo de mercaderías, desde las modestas ... mercerías a las elegantes joyerías y relojerías. Todo el comercio desapareció de un plumazo, el destacado y el sencillo, los bazares y los colmados. Los de abarrotes y los de brillantes.
En 17 de febrero de 1941 el alcalde, Emilio Pino, describe el panorama terrible de las calles destruidas y llega a decir que si no se reacciona rápido, «Santander puede perder la capitalidad de la provincia». Así que ordena la construcción de barracones en todos los espacios disponibles de la ciudad, donde se pudieran instalar los artesanos y comerciantes cuyos negocios fueron asolados por el fuego. La iniciativa municipal de defensa del pequeño comercio tenía una intención muy clara: que la ciudad no quedara desabastecida de mercancías pues, si bien la alimentación estaba asegurada (no sufrieron daños los mercados delEste y la Esperanza y los huertos de Cueto, Peñacastillo, Monte ySanRomán seguían surtiendo a la ciudad), todo el comercio establecido voló por los aires.
Fue Santiago Toca, en su volumen Santander en llamas quien hizo el relato pormenorizado de los comercios arrasados, incluso situándolos en sus calles. Entonces habló de más de 500 locales comerciales y pequeños negocios de todo tipo, además de hoteles, bares, restaurantes y pensiones destruidos, cifra que los posteriores historiadores y estudiosos del tema, como José Luis Casado Soto, han dado por buenos.
Fueron pasto de las llamas entre otros comercios que aún permanecen en la memoria de los santanderinos, Jaime Ribalaygua Carasa (tejidos en general), ManuelGarayo Muñoz (sastrería), Ramón Ruiz (efectos de viaje), Samot (óptica y fotografía),Sucesores de A. Blanco (tejidos),Mauricio Mendiolea (loza ycristal), UrbanoSalamanca Camazón (platería), Juan Fernández Setién (relojería), BenjamínCruz (fotografía), sucesores de Ubierna (ferretería) yPabloNocito (tejidos), todo ellos en la vieja calle de San Francisco.
En la calle de La Blanca estaban Pakar (calzados), Andrés Güezmes (perfumería), JoaquínCasuso Cieza (camisería), PabloHojas Bedoya (fotografía),Pedro Santamaría (mercería), Manuel Laínz Ribalaygua (mercería) y viuda de Rebolledo (plantas y flores). En la calle de Atarazanas, Pedro Casuso Cieza (confecciones) y las farmacias Zamanillo yErasun. En la Plaza Vieja se ubicaban Ceferino PicoCasuso (papelería) y PabloDuomarco (fotografía); en la calle de La Compañía, Pérez del Molino(droguería); en la calle de la Lealtad, Pedro Fernández Setién (platería); en la calle de El Arcillero, ELDIARIOMONTAÑÉS; en la calle de El Puente, SebastiánVarona Baldor (confitería) y Pedro Bahamonde (relojería). En Méndez Nuñez, Ladislao del Barrio (materiales de construcción) y en la calle Antonio de la Dehesa estaba Viuda de B. Torre (muebles). Y, así, hasta quinientos negocios.
Los comerciantes de Siempre
Uno de los casos más interesantes del comercio resurgido del fuego es el de la tienda de zapatillas Antigua de las Rojas. El pasado diciembre retornó a Calvo Sotelo,situándose en el edificio Equitativa. Fue desalojada de la acera de enfrente (donde hoy está Springfield), por el fuego en 1941. «Se alojó en los barracones de la plaza de Pombo, donde estuvo entre 1944 y 1956 y después pasó a un local en la calle de Cádiz número 1, de donde ha sido desalojado por el fin de las rentas antiguas». Hoy está al frente del negocio Sergio José Pereda Torcida (tercera generación de esta familia), que sucedió a su madre Josefa Torcida Revilla y ésta a su padre, Emilio Torcida Bustillo. También es un comercio de siempre la floristería Rebolledo. Ignacio Rebolledo, hoy al frente de la veterana empresa, cuenta que «los comercios de Santander antes del incendio eran familiares, pequeños. Había poca variedad de productos y tenía mucha importancia el cliente habitual, al que conocían los comerciantes y tenían mucha relación cercana».La tienda de su familia estaba en La Blanca y se instaló en un pabellón en los Jardines de Pereda.
Una semana después del fuego destructor, se inicia la construcción de los pabellones o barracones para el comercio, obras sencillas de una sola planta, con un almacén y un servicio higiénico en la trastienda. Los primeros se empiezan a erigir en la plaza recién bautizada como de José Antonio. No habían pasado dos semanas cuando el Ayuntamiento tenía en su poder 250 peticiones de apertura de comercios. Otro bloque de pabellones se levantó en la Plaza del Príncipe, y en la calle del Obispo Plaza García de alzaron seis tiendas de mayor tamaño. Se instalaron hileras de barracones alineados en la Primera Alameda y en la calle Burgos y también se levantaron estas instalaciones efímeras en el solar junto al Ayuntamiento, donde en tiempos estuvo la derribada iglesia y convento de San Francisco. Y también hubo barracones junto al Mercado del Este, en Jesús de Monasterio, en Amós de Escalante y en los Jardines de Pereda.
«En la plaza de José Antonio, hoy de Pombo ocuparon barracones las confiterías La Nacional yRamos, la papelería Pico, zapatillas Antigua de Las Rojas, la perfumería de Silva y el fotógrafo Claudio Gómez», explica el veterano fotógrafo ya jubilado ÁlvaroZubieta.Su negocio familiar permanece desde el año 1905 en el mismo local en la plaza de Pombo.
Funcionó la solidaridad entre comerciantes y, así, el quiosco de los floristas Lafuente (en los Jardines de Pereda) se dividió en dos, para compartirlo con la Joyería Muñiz, como recuerda Goyo Lafuente Palacio, en activo en esta céntrica floristería. Aún no se había construido el elegante pabellón de mármol gris veteado de esta familia de floristas, obra de 1951 del arquitecto Javier González de Riancho.
Cuando las calles fueron rehechas, los edificios construidos y el nuevo entramado de la ciudad renacido, hubo comerciantes que vieron en el nuevo centro de la ciudad, la oportunidad para instalarse. Volvieron los antiguos comerciantes y se instaló Las Floristas, en el número 2 de Rualasal. «Inauguramos el 19 de octubre de 1950. Solo estaban construidas los tres primeros números pares de la calle», explica Sergio BarrioSoto, cuarta generación al frente del negocio.
Según refiere José Luis Casado Soto en su libro El incendio de Santander, la reconstrucción de la ciudad fue una empresa compleja. Los responsables políticos tuvieron que adoptar decisiones trascendentes referidas a la propiedad de los solares, el relieve del terreno, el trazado de las calles, etc. El 15 de abril se promulgó la ley que creaba el cargo de Delegado Estatal del Gobierno para la Reconstrucción de Santander y en septiembre se autorizó al Ayuntamiento a expropiar las fincas de la zona siniestrada y a concertar un crédito. Las expropiaciones costaron 20 millones de pesetas.
«La reconstrucción del centro posterior al incendio acabó en una nueva estructura urbana de Santander, con áreas diferenciadas entre un centro de población acomodada y una periferia de trabajadores e industrias. El incenio se aprovechó para hacer una renovación urbana del centro, especializado en servicios y comercios de calidad», explica Isabel Sierra Alvarez, licenciada en Geografía, coordinadora de la Biblioteca de la Universidad de Cantabria y autora de la tesina Cambio social en el centro de Santander: 1940-1955.
Sierra Álvarez añade que «se produjo un desplazamiento de población trabajadora hacia los barrios. Antes de 1941, era un centro integrador de distintas actividades comerciales, artesanas, etc. Y era un centro integrador también de distintas clases sociales. Fue una renovación funcional y social del centro. Se revalorizó este área central, los solares, los comercios, etc. y se desalojó a la población trabajadora y con una tasa alta de envejecimiento. Los nuevos habitantes fueron más jóvenes y de clase media-alta».
«La ciudad se empezó a organizar de distinta forma, se utilizó la reorganización del centro para diferenciar la zona central, comercial, de servicios, acomodada, y por otro lado, la zona periférica artesana, industrial y trabajadora.
En los días del fuego, en el centro de Santander «se localizaban comercios de todo tipo, incluso los de elevada potencia económica que necesitaban la proximidad de otros servicios complementarios. Sin embargo, los bancos y agencias de seguros no habían elegido aún el centro histórico para asentar sus sedes, sino que, ya desde el siglo XIX orientaron sus preferencias hacia el Ensanche. Los comercios de ultramarinos y tabernas eran numerosas y, asimismo, la presencia de pequeños talleres artesanos y fábricas en pleno centro de la ciudad era uno de los hechos más notables y expresivos de la situación anterior al incendio». Lo cuentan Angela De Meer, Isabel Sierra y Mercedes Cesteros en su trabajo Incendio, transformaciones urbanas. Santander 1941-1955. Revista Ciudad y territorio 62. 1984.
Tras la reconstrucción, explican, «se acentuó el carácter de exclusividad que ofrecían en el centro los servicios especializados y el comercio de calidad. En el nuevo centro se realizó una concentración comercial de las ramas más rentables y se instalan en superficies relativamente amplias. La presencia de hoteles céntricos de primera categoría se reafirmó, así como la concentración de organismos de la Administración y de sedes culturales. La expansión de la banca afectó intensamente al área renovada, que, ahora sí, ofrecía las características de calidad adecuadas. Por contra, el sector que más sufrió fue el de los ultramarinos, cuya presencia disminuye considerablemente por el carácter más elegante del nuevo centro ciudadano.
La estructura comercial pasó a ser más especializada en comercios grandes y de lujo, como joyerías, perfumerías, confección y grandes almacenes, ópticas y librerías. Comercios de bastante superficie y bastante capital, que podían pagar los altos alquileres de la época, consecuentes con el alto valor que había adquirido el suelo tras el incendio. Puesto que el comercio necesita servicios próximos, la estructura comercial del centro posterior al incendio también aparecía poblada de bancos, agencias de seguros, gestorías, despachos de abogados, etc.
Las imágenes más espectaculares del Santander calcinado son de Samot. Su tienda se quemó y sus archivos también. Tuvo tiempo de salir y tomar imágenes. Pero su establecimiento quedó destruido. Samot tuvo su origen en el estudio fotográfico de Tomás (que leído al revés le da nombre) y Alejandro Quintana en 1931 en la calle de La Blanca, en lo que hoy sería la esquina de Lealtad con San Francisco. «El comercio fue arrasado por el fuego y se instaló primero en un barracón junto al Ayuntamiento y más tarde en el local que aún hoy ocupa en la calle de San Francisco». Al frente del negocio está Guillermo Quintana, tercera generación Samot. Guarda con celo la colección fotográfica del incendio «pero no tenemos ni una de nuestra tienda de entonces. La fotografía no estaba muy desarrollada y, además, el fuego se llevó por delante también nuestros archivos y nuestro material, como el del resto de comerciantes del centro».
¿Cómo era el comercio que se perdió en el incendio? Javier Güezmes, tercera generación al frente de la perfumería del mismo nombre, lo conoce por lo oído a sus mayores. «Los comercios estaban en locales pequeños, como era habitual en aquella época. No se habían inventado ni las grandes superficies ni los grandes almacenes, ni siquiera había grandes locales.En aquel entramado de pequeñas calles, los locales eran también pequeños. Santander estaba poblado de cientos de aquellos pequeños comercios que desaparecieron con el incendio», explica quien hoy es el presidente de la Agrupación de Comerciantes del Centro de Santander. «De aquellos pequeños comercios vivían dos o tres familias, entre propietarios y empleados» acaba. El local de Güezmes en la céntrica calle de La Blanca fue arrasado por el fuego, pasó a un barracón en la Plaza de Pombo y regresó después a San Francisco.
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