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No fue fácil ganarse la confianza de las madres del Barrio Pesquero. El centro privado de Educación Infantil Marqués de Valterra abrió sus puertas un 20 de abril de 1963 con siete niños, pero el buen hacer de su directora, la hermana mercedaria de la caridad sor Águeda, en tándem con sor Juana María, lo convirtió en un lugar de referencia, con 90 chiquillos. Más aún, pasó a ser «como si dejases a tus hijos en casa de la abuela», explican los vecinos, antiguos alumnos que hoy son padres de otros nuevos.
Esa 'abuela' estaba encarnaba por la figura de sor Águeda, a quien Guillermo Simón Altuna le encomendó la dirección de la guardería, y que falleció el pasado 26 de mayo en su Vitoria natal. Hoy sábado, a las seis de la tarde, la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen celebrará una misa homenaje para destacar la labor de quien fue «el alma de la guardería del Pesquero» y convirtió ese lugar en mucho más que «un almacén donde dejar niños». «Fue una casa donde se cuidaba, alimentaba y curaba a los niños del barrio», explica la actual directora del centro, María José Aberastugui.
La guardería se funda en el contexto de un barrio necesitado, de casas viejas, donde los niños a medio vestir se metían en los charcos en días de frío y lluvia, mientras sus madres cosían redes o ayudaban en las bodegas y sus padres salían a pescar. Las hermanas empezaron una labor «puerta a puerta» para convencer de las ventajas de dejarlas al cuidado de sus hijos. «Estarán mucho mejor. Calientes, alimentados y protegidos en la guardería», insistían. Si bien, el recelo hizo que los chiquillos fueran llegando por goteo.
«No hay un niño del Pesquero de las pasadas generaciones a quien sor Águeda no haya pinchado y curado brechas o golpes» que se hacían correteando por las calles. Los vecinos del Pesquero -el barrio de Alberto Pico- alaban de la monja «el interés que mostró por su gente, por escucharles y conocer el contexto familiar de cada niño y cada padre». Además, «ayudaba de una forma discreta, sin que los demás supieran la caridad que hacía y así evitaba rencillas entre unos y otros».
«Era una mujer muy menuda y chiquitita, que contrastaba con su fortaleza interior, lo claro que tenía las ideas y su mano izquierda», destaca Aberastugui, que señala que en el centro de Educación Infantil se sigue trabajando «como ella nos enseñó, a su estilo». «Fue una directora ejemplar que de un duro sacaba diez pesetas ¿Cómo lo hacía? No lo sabemos». A pesar de las necesidades económicas que padecieron en la guardería, «siempre comimos súper rico». «Sor Águeda se metía en la cocina, desmigaba el pollo, se ocupaba de la compra y cuando había que ir a dejarse ver a la lonja, se iba y los pescadores les regalaban una merluza».
«Se fue como vivió, despacito y pasando desapercibida, sin molestar. A pesar de que otros nombres quedarán en el futuro del barrio, ella fue la que sostuvo esta guardería», asegura Amaia Carracedo, que trabaja como educadora en el centro de Educación Infantil, donde también ella se crió recibiendo -como todos los niños- «un cariño enorme». «Las hermanas cosían los baberos ellas mismas, los lavaban y planchaban. Lo mismo hacían con las sábanas de las cunas, las fundas de cada silla y también cuidaban el jardín, sus geranios florecían cada primavera. Todo lo hacían ellas mismas, con total dedicación porque la guardería era como su casa».
«Sor Juana murió con las botas puestas y sor Águeda, prácticamente igual, ya que hasta sus 88 años seguía dando algún biberón. Había niños que solo tomaban las frutas con ellas, tenían mucha mano con los pequeños», asegura Amaia. En la actualidad, las personas al frente aprendieron todo de ellas y continúan desempeñando la misma labor en la guardería, «que no es un trabajo más», recalcan.
El Centro de Educación Infantil Marqués de Valterra es una institución sin ánimo de lucro que se mantiene con las cuotas mensuales, un elevado número de becas que concede el Ayuntamiento a las familias para favorecer la conciliación y de la Fundación Botín, que colabora desde hace años con el centro.
Sor Águeda falleció el 26 de mayo a los 92 años en Vitoria, en el Convento de las hermanas mercedarias de la caridad, comunidad a la que perteneció. Un mes antes, su dificultad para comunicarse no le impidió preguntar por «su gente» del Barrio Pesquero. A este lugar se entregó por completo desde el Centro de Educación Infantil, que sustentó y que convirtió en un referente. Su apenas 1,50 de estatura envolvió a una gran mujer, capaz de gestionar situaciones difíciles con aplomo y sin enfrentamientos.
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