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«En ningún momento quise matarla. Si la quiero matar en un minuto está muerta. Lo único que quería esa noche era seguir fumando (cocaína) ... tranquilamente». Guillermo Bruces, acusado de asesinar el 18 de febrero de 2022 a Adela Corral (69 años), la mujer que le acogió en su vivienda de Marqués de la Hermida, en Santander, ha roto su silencio este lunes en la primera sesión del juicio con jurado que se celebra frente a él en la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Cantabria.
Hasta el momento, el encausado, que tiene hasta once antecedentes penales la mayoría por violencia de género, había decidido acogerse a su derecho a no declarar y, a la hora de plantear el relato y la calificación de los hechos, las acusaciones se habían basado en los testimonios de los policías nacionales que acudieron a la vivienda donde se perpetró el crimen y al resto de pruebas que obran en la causa, entre ellas esa llamada de la víctima en la que alertó de que el acusado la tenía maniatada y la quería matar.
Tal y como ha adelantado su abogado defensor, lo que el jurado tendrá que determinar en este caso no es si el acusado mató o no a Adela Corral. «Eso está claro». Sino si hubo intención, como sostienen las acusaciones, y por tanto cometió un asesinato, o si no la hubo, lo que supondría un homicidio al que la defensa añade la concurrencia de eximente incompleta de alteración psíquica y/o la atenuante de drogadicción. Sobre esta base ha sustentado su declaración el acusado, que, según ha señalado, llevaba un mes y medio conviviendo con la víctima, por lo que pagaba un alquiler mensual de 180 euros más gastos. «Estaba viviendo con unas personas y no me sentía bien. Entonces un gitano me la presentó y me dijo que alquilaba una habitación. Yo me dedicaba a la venta de ropa desde hacía 15 años y podía ganar entre 500 y 1.500 euros al día».
Según ha relatado, aunque empezó a consumir cocaína con 18 años, «los 14 meses previos a los hechos tomaba todos los días, desde por la mañana hasta por la noche». «Desde que me levantaba ya fumaba cocaína». Esta circunstancia no era del agrado de su casera, que le solía reprochar que consumiera dentro de casa. «Me controlaba muy a menudo. Entraba en mi habitación y me pedía que no fumara ni bebiera. No le gustaba».
El día de los hechos, dice que, por la mañana, consumió «tres o cuatro gramos» que se le acabaron a las «dos o tres de la tarde». Entonces volvió a comprar «otros tres o cuatro gramos» que se le acabaron a las «nueve de la noche». «En ese momento me entró una ansiedad muy grande y solo pensaba en consumir. Quería ir a comprar más pero ella no me dejaba, hacía cosas raras, me decía que me iba a denunciar y echar de casa». La reacción del acusado fue coger una navaja que había encima de una mesa cortar unas sábanas y atarla de pies y manos. «Era la única forma que tenía de poder consumir».
Pasado un rato, sobre las doce de la noche, dice que llamó a su proveedor y bajó al portal a por más droga, «que cociné y consumí». «Pero ella estaba viva», ha puntualizado. Horas después, sobre las dos de la madrugada, fue cuando irrumpió la Policía Nacional en el domicilio (alertada por la víctima, que pudo pedir auxilio por teléfono pese a estar maniatada) y llamó a la puerta. «No abrí porque estaba asustado, mi mente estaba nula. Entonces fui a la habitación de la señora y cogí una almohada para que no gritara. Pero en ningún momento la quise asesinar o matar. Le dije que no gritara, porque si la Policía no oía nada se iba. Que la soltaría y que me iba. Ella me decía que tenía dinero en el banco, unos cuarenta y pico mil euros, y que me los daba, pero que no la matara. A lo que la contesté que no la iba a matar y que no quería el dinero, solo drogarme».
En este punto de la declaración, el fiscal ha preguntado al acusado sobre el momento en el que puso la almohada sobre la cara de la víctima para que no gritara. ¿Cuánto tiempo estuvo Adela en esa situación? «Unos veinte minutos. Habló y estuvo moviéndose durante todo ese tiempo». ¿No serían dos minutos?, planteó el representante de la Fiscalía. «Cuando la Policía tiró la puerta abajo ella estaba viva, movía los ojos. Dejó de hablar porque tenía menos latido». «No estaba pensando en matarla cuando le puse la almohada. Si la quiero matar, en un minuto está muerta», aseveró, al tiempo que se defendió señalando que «tampoco estaba en mis cabales, no sé si apreté más o menos con la almohada».
Cuando los policías accedieron a la vivienda, ha comentado que él se encontraba en el pasillo, al lado de su habitación y lo primero que dijo es: «Ya podéis llevarme», asumiendo lo que había pasado. «Pido perdón por lo sucedido a los familiares», ha añadido.
En su escrito provisional de conclusiones, el Ministerio Fiscal califica los hechos como un delito de asesinato sin concurrencia de circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal y por el que solicitó que se le impusiera al acusado la pena de 20 años de prisión con inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena y abono de costas, y a que indemnice a cada una de las hijas de la fallecida con 42.600 euros. Por su parte, la acusación particular reclama para el encausado la prisión permanente revisable y eleva la indemnización a los 110.760 euros.
El juicio continuará este martes con las testificales de cinco agentes de la Policía Nacional.
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Ana del Castillo
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