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Cada otoño los salmones vuelven al río donde nacieron tras haberse hecho adultos peregrinando una larga travesía oceánica. Esta semana, los supervivientes de esa diáspora ... atlántica remontaban el Pas con el vibrante espectáculo épico de sus vigorosos saltos. Un ciclo imperturbable, volver al origen para reproducirse y morir, que inevitablemente evoca el tránsito vital de aquellos indianos cuyo anhelo siempre fue regresar a la patria de su infancia.
Hoy muchos jóvenes cántabros también maduran en el nostálgico invierno de un exilio laboral esperando la oportunidad de regresar al Cantábrico, que sosiega ausencias y distancias. Pero vuelven cada vez menos salmones, porque el mar y el río son cada vez lugares más hostiles. Por primera vez en una década alumbra esperanza un paro que baja del 10%. Faltan los que tiraron la toalla y se subieron al Ryanair.
Pero uno de cada cinco trabajadores cántabros es empleado público. Ya no nos arriesgamos a salir a mar abierto, al océano donde incertidumbres y tempestades cimbrean nuestras expectativas laborales y vitales. Casi la mitad de los jóvenes cántabros –uno de cada cuatro universitarios– quieren ser funcionarios. Renunciamos a odiseas y aventuras, ya no palpita en nosotros más iniciativa que alcanzar la seguridad laboral. Prédicas, coaches, cursillos y master de emprendimiento no han surtido efecto. Probablemente malgastamos dinero, tiempo y energía en provocar libres albedríos profesionales con unos resultados desoladoramente discretos. No colabora a consolidar vocaciones empresariales la lista de fracasadas y onerosas intervenciones de Sodercán, a la que se suma Fundinorte, donde habíamos depositado esperanzas de resurrección y dinero público.
No son meras aspiraciones personales, el mercado laboral confirma la tendencia. El 39% de los empleos generados en Cantabria han sido públicos. Este verano, pese al récord de ocupación turística, el sector servicios sólo generó cien empleos más. Muchos alevines de salmón ya se crían en el confort de la piscifactoría. Les echamos después al río de la vida y ellos conservan el instinto de emigrar hacia la aventura del océano. Nosotros, menos audaces, en tiempos de incertidumbre hacemos vocación de una renuncia. Nadamos a favor de corriente. Somos peces de agua dulce.
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