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Han pasado cinco años desde que un incendio arrasó el Museo de Arte de Santander (MAS) y, aunque tras el suceso se aseguró que la Biblioteca de Menéndez Pelayo -anexa al museo- no se había visto afectada por la intervención de los bomberos, un ... informe más reciente revela lo contrario. Este documento, elaborado por la empresa de patrimonio TSA en 2020 -encargada de trasladar y custodiar la colección-, apunta que el agua que sofocó el incendio tres años antes sí se filtró a la biblioteca, concretamente al despacho de Marcelino Menéndez Pelayo, donde estaban los libros más valiosos.
Pero no fueron los únicos afectados. El informe recoge que el estado general de conservación dentro de la biblioteca era deficiente por varias causas: la ausencia de un plan de conservación tanto del edificio como de los ejemplares, los daños colaterales de la extinción del incendio y las propias características de los libros, algunos de cientos de años de antigüedad. Además, antes del traslado al Archivo Provincial de la Biblioteca Central, donde se conservarán hasta que se rehabilite la de Menéndez Pelayo -las obras están actualmente paradas-, recibieron un tratamiento de anoxia para matar insectos presentes en la colección y, de paso, eliminar la humedad.
Aunque el estado de algunos ejemplares era preocupante y muchos requerían una restauración urgente, todos han podido recuperarse y ninguno corre peligro de desaparecer. Desde que están en el Archivo, la técnico de la Menéndez Pelayo junto a un restaurador se encargan de catalogar y reparar los libros. Aseguran que ahora están «mejor que en muchos años», pues el proceso de deterioro se ha frenado gracias al tratamiento de anoxia y a que actualmente están guardados con unas condiciones de temperatura, luz y humedad idóneas para su correcta conservación. Además, se están restaurando a mano, un proceso lento que se une a la dependencia de partidas presupuestarias que se aprueban con cuentagotas y que impide que las tareas avancen ininterrumpidamente.
De los más de 42.000 ejemplares que contiene la colección de Menéndez Pelayo -no hay una cifra concreta, pues muchos están aún sin catalogar-, TSA determinó que era necesario restaurar 684 porque su grado de alteración era muy superior al resto. De estos, 37 requerían actuar urgentemente para que su deterioro no fuera a más.
Cuando TSA recogió los libros, los calificó según distintas necesidades. Por una parte estaban los ejemplares más valiosos, del despacho de Menéndez Pelayo, a los que más había afectado el agua que sofocó el incendio. Como recoge el documento, «los paramentos -las cubiertas- fueron empapados con grandes cantidades de agua que se filtraron por las grietas, fisuras y poros hasta llegar a afectar gravemente a gran parte de estos ejemplares». A esto se suma la proliferación inmediata de microorganismos derivada de esa humedad. La combinación dio lugar a graves alteraciones y por eso actuar en ellos fue lo más prioritario. Los demás se dividieron entre aquellos que requerían intervención urgente porque estaban mal conservados y corrían peligro de empeorar y los que, aún requiriendo una restauración, no corría tanta prisa porque su situación era estable.
Entre las alteraciones generales localizadas en los fondos, TSA destaca que la más común es la suciedad. También había libros con malformaciones derivadas de la humedad, de las agresiones físicas externas, del almacenaje inadecuado o del mal uso. La carcoma eliminada con el tratamiento de anoxia también había deteriorado bastantes ejemplares, al igual que los insectos xilófagos y bibliófagos, que se alimentan principalmente de papel.
El concejal de Cultura, Javier Ceruti, y la directora general del área, Eva Fernández, confirman que el estado de algunos ejemplares era «realmente lamentable». Además, apuntan que la restauración llevará «mucho tiempo» porque, a parte de tratarse de un trabajo artesanal que debe realizarse página por página, la Biblioteca de Menéndez Pelayo solo tiene una técnico y un restaurador autónomo que además depende de la aprobación de partidas presupuestarias, lo que impide que trabaje de forma constante en la recuperación de estos fondos. La nota positiva que ponen tanto Ceruti como Fernández «es que ahora están mejor de lo que han estado en muchos años, el deterioro se ha parado y solo queda que la restauración siga avanzando».
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