Secciones
Servicios
Destacamos
Aeropuerto de Parayas, antes de que se llamara Seve Ballesteros y de que se construyeran unos fingers que, como los hierros 4, apenas se utilizan. De pronto una maleta abandonada enciende todas las alarmas y activa el protocolo antiterrorista. Lleva mucho tiempo abandonada; nadie responde ... de ella. La Polícía actúa de inmediato. Acordona la zona, desaloja rápidamente la terminal y avisa a los artificieros. Se suspenden los vuelos. Crece la tensión. Toca jugarse el tipo, revisar el equipaje y cruzar los dedos para que sea una falsa alarma o, en el mejor de los casos, sea sencillo de desactivar y todo quede en una intervención con éxito.
Por fortuna, así es. Se trata sencillamente de un equipaje abandonado por un miembro del Comité Nacional de Árbitros, que durante años estuvo haciendo sus jornadas técnicas y concentraciones de pretemporada en Santander, alojado en el Hotel Santemar y con trabajo sobre el campo y las pertinentes fotografías para la nueva temporada en los Campos de Sport. Algún colegiado, o tal vez parte del equipo auxiliar, había olvidado parte del equipaje en Parayas.
Que la mochila o maletín era inofensivo ya se había comprobado, y después una llamada preguntando por el equipaje extraviado despejó el resto de las dudas. Todas menos una, porque el contenido puso en alerta a la Policía por otro motivo muy diferente: la gran cantidad de dinero en efectivo que contenía.
La historia se contó como cierta y en buena parte lo es. Pero ni el aeropuerto se cerró, ni había dinero ni, por supuesto, explosivos. Simplemente, el equipaje llamó la atención de la Policía, que lo revisó para decartar cualquier amenaza.
El asunto es que aquella historia se fundió después con otra que también ocurrió y que combinadas gestaron el relato ficticio que hizo fortuna. Ocurrió el 6 de diciembre de 2005, cuando una mujer llamó al diario Gara avisando poco antes de mediodía de que se habían colocado varias granadas –o un lanzagranadas, nunca quedó muy claro– en el aeropuerto santanderino. Harían explosión entre las doce y las dos de la tarde. A diferencia de lo que había ocurrido antes, esta vez la voz de alerta fue más sonora. Los antecedentes invitaban a tomarse el asunto muy en serio.
Tres vuelos que debían aterrizar a Santander fueron desviados a Sondika y Biarritz, otros dos ni siquiera llegaron a despegar desde sus lugares de origen y las personas que se encontraban en la terminal fueron desalojadas junto al personal de Aena, la mayor parte de ellas para hacer tiempo en el Centro Comercial Valle Real. Mientras, se rastreaba el aeródromo en busca de los artefactos explosivos. Nunca aparecieron, porque por fortuna fue una falsa alarma y paulatinamente se fue recuperando la tranquilidad hasta que hacia las tres de la tarde se pudieron reabrir el aeropuerto y el tráfico aéreo. Después, la confusión o la mala memoria fundieron ambos episodios e hicieron el resto: el capítulo de una maleta o mochila bomba que nunca lo fue y sembró el caos en la zona de desembarque.
La prudencia con la que actuaron en aquella ocasión las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado estaba más que justificada. No solo por la amenaza llegada a Gara de voz de una persona que decía hablar en nombre de ETA, sino por lo que había ocurrido menos de un año y medio antes, el 27 de julio de 2003. En aquella ocasión un aviso similar llegó al mismo diario a las 15.50 horas alertando sobre la colocación de un coche bomba que iba a explotar a las cinco de la tarde. El rápido desalojo y la pronta localización del vehículo impidieron que hubiera víctimas, porque con extrema puntualidad el coche estalló a la hora anunciada, causando daños en más de medio centenar de vehículos.
Otra anécdota más llamativa e incluso graciosa, aunque en el momento ninguna gracia le hizo a casi nadie, fue lo que ocurrió en otro aeropuerto, el Charles de Gaulle, con un grupo de estudiantes de Cantabria en viaje de fin de curso. Una de ellas no tuvo mejor idea de escribir en su Air Drop: '¿Preparados para morir?' como broma a un par de amigas. Con lo que no contaban era con que el mensaje les iba a llegar también al resto del pasaje con iPhone y a un miembro de la tripulación, que alertado avisó al comandante y él, a la Gendarmería. El vuelo estuvo horas detenido hasta que se aclaró el desbarajuste y pudo despegar, no sin antes desalojar a todo el grupo, que abandonó la aeronave entre alguna risa nerviosa de las ideólogas y los insultos de parte del pasaje. Aunque no hubo detenciones, no se les permitió volar, tuvieron que pasar otra noche en París y no pudieron regresar a Santander hasta el día siguiente.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.