El arco de La Horadada
Leyendas de aquí. ·
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Leyendas de aquí. ·
Mito e indicios históricos compiten por el modo en que las cabezas de los Santos Mártires llegaron a SantanderAfinales del siglo III el emperador Diocleciano promovió la última gran persecución romana contra el Cristianismo. Más allá de las implicaciones políticas de la orden, la estrategia no tuvo el efecto esperado, sino que por el contrario contribuyó a crear nuevos mártires y consolidar la ... expansión de la nueva religión incluso dentro de los límites imperiales, hasta que décadas después Constantino autorizó todos los cultos y adopto el Cristianismo como propio. Lo convirtió así en la religión del Imperio. Quien lo convirtió en oficial fue Teodosio. Si embargo, para aquel momento ya era tarde para muchos.
Además de las masacres, la inestabilidad política y las intrigas que las provocaron y las sucedieron, las persecuciones tuvieron infinidad de consecuencias en todo el territorio romano y alumbraron, de paso, la leyenda urbana más antigua que conoce Cantabria, vestida con el paso de los siglos de folklore y tradición: la de San Emeterio y San Celedonio. Los santos mártires de la ciudad. Y, más en concreto, sobre el modo en que llegaron a la entonces pequeña villa.
Ellos, y no Santiago, son los patrones de Santander. Sus reliquias se custodian en la Catedral y los escudos de la ciudad y autonómico simbolizan sus rostros como una de las señas de identidad montañesa. Lo de Santiago y las fiestas de Santander viene del siglo XIX y las verbenas que organizaba un tabernero de Miranda llamado así: Santiago. Pero eso es otra historia y además ya se la conté en su momento.
La historia de San Emeterio y San Celedonio es conocida. Dos soldados romanos, probablemente hermanos y quizá licenciados, que fueron decapitados en Calahorra, en una campa junto al río Cidacos, por profesar la religión cristiana. De ahí que sean los patronos de la ciudad riojana. ¿Y por qué también de Santander?
La leyenda, de sobra conocida, narra que la canasta con sus cabezas fue arrojada al Cidacos para llegar al Ebro, desembocar al Mediterráneo y dar la vuelta a la Península Ibérica hasta llegar al Cantábrico y enfilar la Bahía de Santander. Allí chocó con la Isla de la Horadada, que abrió un arco en sus entrañas para dejar paso a la cesta, intacta, como las reliquias, pese a las largas jornadas a la intemperie y sometida a mareas y temporales. Ya el la bahía, llegó mansamente al Cerro de Somorrostro, entonces línea costera, donde las encontró la población de lo que después sería Santander. Intactas y perfectamente depositadas en la canasta pese a su larga travesía. Preservadas por una intervención divina.
Versiones hay para todos los gustos, porque también existe otro relato que asegura que las cabezas llegaron a la bahía en una barca de piedra. Sí, de piedra, pero visto el contexto ni siquiera es lo más insólito de la historia.
Hasta aquí el mito. Sin embargo –cuidado, se avecina un spoiler–, el arco natural que formaban las rocas en la isla a la que da nombre no lo provocaron las reliquias de los santos, sino la erosión del mar. Existe incluso bastante consenso en el modo en el que las reliquias debieron llegar a Santander. Todo apunta a que fue durante la invasión musulmana de la península, cuando se multitud de restos y objetos sagrados se trasladaron al norte para protegerlos de posibles profanaciones, ya fuera en la huida de zonas conquistadas o en las zonas fronterizas.
Así fue como, probablemente, llegaron las cabezas a Santander, donde se han custodiado durante siglos. Llegaron a estar incluso desaparecidas hasta su redescubrimiento en la actual cripta del Cristo, y bajo su advocación se construyó el monasterio de Somorrostro, después abadía y finalmente catedral de Santander. Incluso José María de Pereda recuperó en 'Sotileza' el mito de que una gruta unía unas catacumbas de la Catedral con la Plaza del Cuadro, leyenda popular que también recuperó José Simón Cabarga.
Sin embargo, la tradición popular siempre habló de la cesta –o de la barca de piedra– con las cabezas de los mártires horadando la base de la isla antes de alcanzar tierra firme. Un relato ya casi olvidado y que será más difícil de preservar desde que a principios de siglo comenzará otra persecución: la de las rocas emblemáticas de Santander. En 2005 una galerna terminó con aquel arco tan característico en la bocana de la bahía solo cinco años antes de que otro temporal echara abajo el Puente del Diablo, en Cueto, otro símbolo de la ciudad. De pronto, los elementos parecían haberse conjurado para terminar con parte del paisaje afectivo santanderino. Si yo fuera la roca de El Camello, estaría preocupado.
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