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Tan profundo respiró Tomás Pérez al salir este miércoles del portal del barrio de Castilla-Hermida que deformó la mascarilla: «Esto es un gran alivio. Estábamos deseando pasear porque ha sido una cárcel», sentenció. «Lo hemos pasado muy mal. Yo he sufrido mucho ... de cabeza porque mi situación particular es especialmente mala».
Cuando Salud Pública ordenó el confinamiento de los 97 vecinos del bloque 4 de Nicolás Salmerón el pasado día 27 de junio, él regresaba al piso de su hermana con la compra de comida. No tuvo tiempo de nada y se vio obligado a quedarse allí encerrado, «y por suerte, porque la pobre tiene 94 años y está enferma. No sé qué hubiera sido de ella si no llego a pasar esto con ella», lamenta con los ojos vidriosos.
Estos diez días de encierro, de incertidumbre y de miedo a haber sido contagiado en un edificio donde se han llegado a alumbrar hasta 16 positivos por coronavirus, han sido eternos para muchos residentes, esencialmente gente mayor y con enfermedades previas. Este miércoles Salud Pública levantó el confinamiento a quienes por tercera vez consecutiva resultaron negativos en los 106 test PCR realizados el martes. En total, 83 de los vecinos quedaron libres del encierro obligado y fueron desfilando por el portal con carros de la compra, con el perro amarrado a una correa o sencillamente para pasear. «Lo hemos pasado muy mal. Ha sido muy agobiante pero al menos podemos ahora recuperar un poco la vida normal», aseguró Pilar Fraile.
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Fue una decisión tomada tras comprobar los resultados del tercer test realizado el martes a todos los residentes; 106 pruebas que han tomado muestras de sangre a los 97 residentes en el inmueble y a los otros nueve que pese a tener su residencia habitual en el edificio, no se encontraban viviendo allí cuando se decretó el encierro obligatorio. Se mantiene en sus casas los 13 cuyo PCR ha resultado positivo, a quienes se hará también un seguimiento epidemiológico establecido en los protocolos, según aseguró Paloma Navas, directora general de Salud Pública. Otra mujer de 89 años, que también se contagió en el bloque, permanece ingresada en el hospital Valdecilla por precaución:«Es una persona mayor y es mejor tenerla vigilada», aclaró la Consejería de Sanidad hace unos días.
Se desconoce aún lo que durará el confinamiento de quienes continúan dando positivo en las pruebas, pero todo apunta a que no podrán abandonar sus hogares hasta que negativicen el virus.
El cumplimiento de las normas queda ahora en manos de los propios vecinos, dado que la pareja de la Policía Nacional que durante estos días de confinamiento había estado velando porque se cumplieran las restricciones, ya no estaba ayer. En todo caso sería complicado controlar un portal por el que entraron y salieron decenas de vecinos a lo largo de toda la mañana. La buena noticia a algunos los llegó a primera hora.
«Nos llamaron a las ocho y media de la mañana, creo que fuimos de los primeros a los que avisaron. Fue la médica de cabecera diciéndonos que habíamos dado negativo en los test por tercera vez y que a partir de hoy nos dejaban salir a la calle aunque con las medidas de seguridad de siempre, mascarillas y demás», cuenta Gladys. A ella volver a entrar en casa le genera palpitaciones.
«He tenido ansiedad porque tengo varios menores a mi cargo en el piso y temía por ellos. He estado medicada y es que el encierro se han hecho muy largo y duro». El mundo se ha ralentizado en las cabezas de quienes han estado confinados estos diez días. Permanecer encerrados mientras afuera el mundo seguía su curso ha sido muy duro para todos, según confiesan. «Teníamos muchos planes y todo se frustró cuando nos dijeron que no podíamos salir. Ahora tendremos que retomarlos todos y dar gracias porque estamos con salud», afirma.
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Reflexionar sobre la situación ha sido la perdición de otros. «Lo pasaba mal cuando me ponía a pensar que algunos pagamos justos por pecadores», sostiene Julián López. «Que unos pocos lo hayan hecho mal no puede obligarnos a encerrarnos a los que lo estamos haciendo bien;aunque en el fondo es sólo una forma de pensar, porque fríamente entiendes que este confinamiento es lo más sensato que se podía hacer hasta comprobar cuántos no nos habíamos contagiado».
Ahora tiene especial cuidado a la hora de entrar y salir de casa. Procura no tocar nada en las zonas comunes del edificio. «Es donde nos dicen que se pudo propagar el virus, por el ascensor, las barandillas, los pomos de las puertas, las manecillas, etc».
Son pequeñas precauciones para recuperar la normalidad en sus vidas. Una normalidad que para algunos ha tardado en llegar, y que es fundamental para mantener la cordura.
«Ha sido lo más parecido a un infierno», sentenció Fernando Ortiz, el joven que ayer salió del piso con su pareja para desconectar después de diez días «de autentica locura». «Yo teletrabajo y paso muchas horas delante del ordenador. Lo tengo a tres pasos exactos del sofá del salón. Pues he estado muchos días en que todo el recorrido que hacía eran esos tres pasos. Ha sido horrible», confiesa.
A ellos les avisaron de la buena nueva a las 10.30 horas. «En cuanto nos dijeron que podíamos salir, nos hemos preparado y aquí estamos, de nuevo por la calle. Ya era hora». Dicen que pasearán, que irán de compras y que estarán horas y horas en la playa. Harán todo aquello que ha podido hacer el resto durante estos diez días de encierro. Pero siempre con precaución, porque esta experiencia parece haber ayudado a tomar conciencia de la situación a mayores y jóvenes en el bloque cuatro de Nicolás Salmerón.
«Ves por la televisión esas fiestas que se están montando en las playas de toda España, o la gente reunida por las noches tomando copas, y no lo entiendes. Es una auténtica canallada, porque luego pasan cosas como esta y así estamos», argumenta Tomás Pérez.
«Deberían ser más estrictos con las multas, el dinero es lo único que le escuece de verdad a la gente porque no podemos estar jugándonosla y que estén pasando cosas como la que nos ha pasado a nosotros. Porque además está en juego la vida de mucha gente, como la de mi hermana, que con lo débil que está, si llega a coger el virus, no quiero pensar lo que hubiera pasado porque además nadie se ha preocupado de verdad de cómo estábamos. Ni Servicios Sociales ni nadie», lamenta. Y acto seguido se despide. No puede hablar más porque se emociona. Regresa a casa donde seguirá cuidando de ella.
La sospecha de Salud Pública fue desde los inicios que el coronavirus se fue expandiendo por el edificio por el contacto de todos los vecinos con el mobiliario de las zonas comunes: manecillas, pomos de puertas, barandillas, etc. Por eso se ha reducido a la mínima expresión ese peligro:«Nos han dicho que no vayamos por las escaleras, que usemos sólo el ascensor, que se desinfecta varias veces y así es más seguro», confesó ayer un vecino. El operario de Sercant que durante esta crisis ha higienizado el edificio enfundado en un traje protector lo hizo ayer por última vez. A partir de ahora será el servicio de limpieza ordinario el que continúe con la labor.
El brote
José Carlos Rojo
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