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Pudo ser un festín o algún tipo de celebración aprovechando un ejemplar varado en la costa –los restos «se contextualizan en un espacio repleto de conchas marinas junto a carbones y cerámica medieval»–. Sin embargo, lo más fácil es pensar que el hallazgo confirmaría cierta ... actividad vinculada a la caza de ballenas en Santander. Porque lo que sí está confirmado es que los restos encontrados en la calle Los Azogues, junto a la Catedral, son de ballena. En concreto, un disco intervertebral y un trozo de costilla de un ejemplar de este mamífero marino que, según parece, debió sobrepasar los 16 metros de longitud.
El descubrimiento es uno más de los arqueólogos Lino Mantecón Callejo y Javier Marcos Martínez en los trabajos cercanos al templo. Los restos han aparecido en los estratos más profundos del yacimiento, cerca de la muralla. «La importancia de los hallazgos va en aumento», apunta el concejal César Díaz. Porque estas dos piezas dan para un buen capítulo de la historia santanderina medieval.
Que eran de ballena lo confirmó Gerardo García Castrillo, director del Museo Marítimo y experto en cetáceos. A partir de ahí, los arqueólogos decidieron recoger unas muestras del nivel de los vestigios y enviarlas a un laboratorio americano para su datación. Resultado: una fecha de mediados del siglo XII a mediados del XIII (la fecha del carbono 14 de un carbón hallado junto al fragmento de hueso de ballena permitió hacer el cálculo).
El resto es tirar de historia. Las fuentes escritas medievales –indican desde el Ayuntamiento– testimonian el desarrollo de la actividad pesquera y, en concreto, la caza de la ballena durante los siglos medievales en las costas del Cantábrico. Se conoce que fue, de hecho, una de las principales pesquerías. En el cartulario de Santa María del Puerto de Santoña, por ejemplo, ya se hace referencia aello en fechas tan tempranas como el 1190. Era una actividad de navegación de cabotaje (sin apartarse de la costa). Había vigías para el avistamiento cuando emigraban del Mar del Norte y había atalayas para ello. Una vez oteadas salían a su encuentro en pinazas (embarcación de remo y de velas, pequeña, estrecha y ligera) con diez o quince remeros y un arponero. Tras clavar el arpón y luchar contra el animal, lo remolcaban hasta la costa para el descuartizado y troceado. Muchas veces, explican, se construían hornos para derretir la grasa y extraer el aceite.
Normalmente, –sigue la explicación del Consistorio– los lugares de abadengo en el Cantábrico eran los que tenían derechos sobre estas pesquerías (casi siempre reservándose una parte del animal). Y, aunque las citas de la época medieval referidas en concreto a la caza en la villa de Santander no son muy elocuentes, para principios del siglo XVII se tiene constancia de una factoría o 'casa de ballenas' en el Sardinero (posiblemente al final de la Segunda Playa, donde luego se edificó el fortín de San Francisco o de las Ballenas).
Sea industria, festín o celebración, es otro avance en el 'proyecto arqueológico en la calle Los Azogues (Cerro de Somorrostro-Catedral de Santander): Exploración de los orígenes y evolución de una villa costera del cantábrico y el arco atlántico', dirigido por Mantecón Callejo y Marcos Martínez. «Y no es descartable el hallazgo de otros vestigios vinculados con la remota relación entre las comunidades humanas de la villa de Santander y la ballena», apunta Díaz.
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