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RAFA TORRE POO
Domingo, 28 de febrero 2021, 07:34
Supasión fueron los niños. Con ellos disfrutaba y mostraba su mejor versión, menos seria, más empática y relajada. Fue abuelo y bisabuelo joven por lo que pudo disfrutar desde bien pronto. Una ventaja que le permitió establecer una conexión especial con ellos. «Que no hubiese una injusticia con un menor de por medio... Entonces no pensaba, actuaba», afirma su hija Rosa María. Julio Ceballos Pérez falleció por culpa del covid el pasado 27 de enero a los 83 años. Su marcha dejó una honda pena en su mujer y sus hijos, pero especialmente en sus nietos y bisnietos. «Carmen, mi hija, su bisnieta mayor, lo ha notado muchísimo. Duerme cada noche agarrada a una foto suya», reconoce con amargura Rosa María.
Julio nació en Guarnizo y desde bien pequeño se entregó en cuerpo y alma al trabajo. Comenzó a navegar en un barco mercante. Cuando nació Rosa María, la menor de sus tres hijos -antes lo habían hecho Pedro y Olga-, decidió quedarse en tierra. Buscó el sustento familiar en Bodegas Lapuerta, Caramelos Raquel o Canfrisa. Eso sí, tenía una norma: los fines de semana descansaba. Era el tiempo que destina a disfrutar de la familia. Cuando su hija pequeña tenía once años, Julio abrió un bar en Santander, en la calle Fernando de los Ríos. Se llamaba El Mejillón. Allí estuvo hasta que se jubiló. Se casó con Ángeles Olga, que durante mucho tiempo tuvo una pescadería. Su familia era muy marinera.
Después de traer el pescado de la lonja, lo que más le gustaba a Julio era echar una partida al flor o al mus. Una costumbre que no se saltó ni cuando tuvo el bar abierto. Allí es donde sacaba su rol más divertido y bromista. «En Fernando de los Ríos aún recuerdan cuando se le ocurrió recrear una boda con la gente de la cuadrilla. Fue muy sonado», explica su hija. «De cura puso al difunto 'España' y a 'Campeón' le vistió de marinerito. El coche de la novia era un Ford Orión azul que tenía por entonces. De adorno en las puertas puso unos ramos de acelgas y una coliflor en el capó», añade entre risas mientras lo recuerda. «Se pasearon desde el bar, que estaba en el número 36 de Fernando de los Ríos, hasta la Peña La Gándara, donde se ofició la misa. Mi padre era muy cachondo, metido en juerga era uno más», reconoce.
Pero su cuadrilla más íntima la formaban José Luis Puras, 'Solo', 'Tiburón', Sevio y 'Campeón'. Él también tenía apodo. En Santander le llamaban 'El Pesca' y en Guarnizo 'Chiqui', aunque en el barrio San Pedro de la capital, en la época que repartió vino, le conocían como 'El Rojo'. «Eran todos unos figuras. Cuando me casé, que lo hice muy joven, se negó a comprarse un traje. Se lo dejó José Luis, el padre de Chus Puras, el piloto de rallies. Sólo lo utilizó para la ceremonia civil, luego subió a casa y se cambió de ropa. Se puso un pantalón de pinzas, una camisa y una chaqueta de ante, y así fue a la comida», explica Rosa María.
De los tres hijos, ella misma reconoce que fue «la más rebelde». Lo que le hizo en más de una ocasión chocar con su padre. «Me castigó mucho y, en ocasiones, fue muy duro, pero con el tiempo me di cuenta de que lo hizo simplemente por mi bien», afirma Rosa María. La visión que tiene ahora es bien distinta. «Sólo recuerdo lo bueno. Cuando nos llevaba a Villacarriedo, al restaurante Ruiloba, a Santoña, a San Sebastián, las juergas del bar... Me quedo con lo bueno», relata emocionada. «Lo mejor han sido esas miradas que me ha echado a última hora. Para mí, miradas pidiendo perdón, sin abrir la boca, a su manera, quizás por haber sido tan recto conmigo», continúa. «Tuve a mi primera hija con 18 años, pero sé que con el tiempo se ha sentido orgulloso de la familia que he formado», concluye.
Gracias a eso pudo disfrutar desde joven del placer de ser abuelo. Al vivir junto a ellos -su hijo Pedro y su hija Olga residen uno en La Penilla y otro en Liaño-, tuvo más contacto con los hijos de Rosa María. «De los nietos, su ojito derecho fue Yésica, mi hija. Y después, de los bisnietos, lo heredó su hija Carmen. Aunque a todos los quiso muchísimo, con los míos tuvo más roce por eso de la cercanía», cuenta Rosa María. Los últimos años fueron lo que más le alegraban la vida. Le encantaba verlos pasar por delante de casa, a la salida del colegio. Para todos tenía algo, unas chucherías, caramelos o bombones de chocolate, que arrojaba desde la ventana. «Lo mejor es que ha podido disfrutar de ellos muchos años, como yo», subraya su hija.
Rosa María pudo disfrutó de algunos privilegios antes del fallecimiento de su padre. Cenó con él y su madre en Nochebuena y comió el día de Navidad. Grandes placeres aún más cotizados en época de pandemia. Julio ya tenía achaques, así que pasaba el tiempo en su domicilio. De esta manera, padre e hija pudieron recuperar el tiempo perdido. «Falleció dado de mi mano y 'dormidín' mientras le acariciaba la cara y le daba besos», relata con ternura. Sus cenizas serán esparcidas en la finca de su hijo. «Hemos pensado, a todos les pareció bien, que con ellas plantaremos un árbol, así el ciclo continuara y una vida alimentará a otra, como él hizo con nosotros», sentencia Rosa María.
Antes de terminar, hace una petición al periodista, la única durante la charla. «Me gustaría que pusieses que Rosi le echa en falta y le quiere».
Correo electrónico de contactoSi ha perdido a un ser querido y quiere contar su historia, puede escribir al correo: homenaje@eldiariomontanes.es
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