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Este céntrico barrio de Santander es de origen pesquero, pero con el tiempo se haría conocido por su ambiente nocturno durante los años 80 y 90, con locales donde se mezclaba gente de todos los estilos. «En los años dorados había bares de punk, ... rockabilly o heavy. Lo llamativo era la buena convivencia con esta variedad de estilos», destaca Jandrín, que nació aquí hace 47 años, hijo de Jandro, fundador del bar y restaurante La Cántabra en 1946.
Jandrín, que siguió los pasos de su padre y amplió con La Tienduca y La Pepa, describe este enclave como «bohemio y diverso, donde hay gente con pasta y gente sin nada».
La popularidad de aquellos años le pasó factura al lugar. «Lo sufrió y lo pagó siendo un desierto durante años; todavía hoy existe un abandono de este barrio que salta a la vista», señala Jesús Garay, presidente de la asociación de vecinos.
El Río de la Pila mantiene un aspecto parecido al de entonces, sin nuevas viviendas, conserva las mismas casas, pintadas en distintos colores, que se han ido reformando. También subsisten parte de sus bares históricos y la tienda Puri, «una de las pocas tiendas de ultramarinos que deben quedar por Santander», destaca Garay, que valora especialmente «el buen trato y la convivencia entre vecinos, cercana y amable, y la buena relación con la hostelería, que se preocupan de no molestar al vecindario».
La gran reforma de Río de la Pila llegó en 2008 con el funicular y la semipeatonalización de la parte alta de la calle, «pero ¿qué pasa con la otra mitad de la calle?», reclama Garay. «Queremos que se extienda la semipeatonalización, no afectaría al tráfico, y que se coloquen bancos y arbolado».
Sobre el funicular, todos en el barrio aprecian el servicio que da, «cuando funciona, porque falla mucho», dicen, y piden que se coloque un cartel al inicio de la calle que indique cuándo está fuera de servicio para no hacer a la gente mayor andar hasta arriba en vano.
Desde lo alto del puente de la calle San Sebastián se observa una vista completa del barrio con sus casas, la bahía al fondo y unas cuantas parcelas, en la mano de la derecha, llenas de zarzas y plumeros. «Un incendio y salimos todos ardiendo, ya que los bomberos no pueden acceder a esta zona de maleza», alerta Garay.
Entre las calles San Celedonio y Tantín existe un solar en ruinas desde hace años. Los vecinos reclaman una solución porque se ha convertido en «un foco de ratas». En cambio, la solución que llegó desde el Ayuntamiento: «en vez de derruirlo y adecentar la parcela, lo que hicieron fue redecorar el muro y pintarlo y al terminar, vino la alcaldesa a inaugurarlo», se quejan varios vecinos con asombro.
La presencia de ratas en el barrio es el problema que más preocupa. «No creo que sea caro ponerle solución», plantea la asociación de vecinos. Y para más sorna, «nos han colocado un vinilo gigante de ratas, espeluznante, en la subida del funicular, como si no tuviéramos ya pocas. Las ratas es uno de los mayores problemas del barrio», añade Jandrín.
Jesús GarayPte. asociación de vecinos
Chuska ÁlvarezVecina
Chuska Álvarez es una vecina de esta zona de toda la vida. Propietaria del restaurante Yerbabuena, situado en las escaleras de la calle San Antonio, junto a Los Aguayos, donde está el Colegio de Arquitectos. Por esta zona del barrio «hay un problema de alumbrado, con muy poca iluminación. Han puesto tres nuevos focos, lo que sigue siendo insuficiente, y no han retirado los focos antiguos, que están descolgados, apunto de caerse».
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