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Lo de Manuel González Zarzuelo (Santander, 1963) es pasión por lo suyo. Primero, como bombero-conductor en Santander durante 34 años. Ayer se despidió de su profesión, iniciando así su jubilación. Pero Manuel no solo se ha manejado bien con el camión y la manguera. ... También con la pluma. Su interés por la historia le llevó a investigar y a escribir sobre el incendio que asoló Santander en 1941. Y, coincidiendo con el 80 aniversario del siniestro, publicó el libro 'Julián Sánchez García. Retrato de un olvidado' (Editorial Librucos), con la periodista Teresa Cobo, por aquel entonces subdirectora de El Diario Montañés, como autora del prólogo. Escribir sobre Sánchez García, bombero y única víctima mortal de aquella tragedia, fue para Manuel «hacer justicia». Y de justicia es también el descanso que ahora le toca disfrutar a él.
Lo primero, su historia. En 1989 estaba en Madrid, trabajando como repartidor, cuando su amigo Chano, bombero ya jubilado, le avisó de que en la capital cántabra se celebraban unas pruebas para formar parte del Cuerpo. Así acabó en una profesión que le «fascina». Y así hasta los sesenta años, como establece la ley. Deja un Cuerpo del que se siente «muy orgulloso». «En estos años -cuenta- ha evolucionado de una manera excepcional. Mis actuales compañeros han creado una plantilla implicada, formada, con muchos valores profesionales y personales. Veo un futuro muy prometedor y saludable». Preguntado sobre cómo se enfrenta a esta despedida, afirma sentirse «extraño». «Una sensación contrapuesta. Por un lado, júbilo, pero con un poco de vértigo por el cambio de fase, de vida, sintiéndome joven, sabiendo que a mis sesenta años aún me quedan cosas por hacer». Por ello, tiene claro que cuelga el traje de bombero, pero no el bolígrafo. «Seguiré escribiendo sobre la historia de Santander».
Porque después de su historia viene la de la ciudad. Y la de sus gentes. Lo hizo al recordar por escrito a Sánchez García, el bombero que viajó desde Madrid para sofocar el incendio santanderino y perdió la vida al caer proyectado sobre unos escombros. «Pero la memoria se había olvidado de él». Eso no le gusta.
De hecho, ya tiene pensada la siguiente trama: las calles de la ciudad, el callejero. «Me da rabia la poca seriedad con la que se las trata, tanto por parte de los ciudadanos como por el Ayuntamiento. Una calle se recuerda porque ha significado algo para la ciudad y parece que esto aquí se ha olvidado».
Por planes no va a ser. Seguirá activo como miembro del Centro de Estudios Montañeses y de la Real Asociación Machichaco. Y también estará pendiente para que las nuevas generaciones de bomberos «se preocupen por reconectar el pasado con el futuro». Ahí pone como ejemplo la escala que, cuando él era pequeño, salía cada año en la Cabalgata de Reyes. «Con el paso de los años, en lugar de dejarla arrinconada, hemos conseguido que sea un vehículo histórico y ha ido a varias concentraciones».
También le gustaría que se retomara la iniciativa (que en parte salió de él) 'Un café con historia', que puso en marcha el Ayuntamiento. Charlas en directo sobre la historia de la ciudad. «Estaría muy bien que volvieran y que se contara con la voz de los mayores, que tienen tanto que contar y que aportar».
Estos días toca balance. Lo mejor, «haber contribuido, ser parte de un colectivo». «Somos como un equipo de fútbol. Tiene que funcionar todo el equipo para ganar». Habla del «vínculo especial» con los compañeros. De un «gran ambiente». Guardias de 24 horas que unen mucho. Se emociona y eleva el tono al decirlo. Todo, en una tarea, la de bombero, que supone «emociones muy fuertes». «Hay que saber -dice- mantener la cabeza fría y serena, además de intentar no llevarte a casa los peores momentos. Esta profesión te enseña mucho de autocontrol».
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