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El bombero rescatado del olvido

El bombero rescatado del olvido

Los manuscritos del Archivo Histórico de Madrid y el testimonio de su hija Goyita recuperan para Santander la memoria de Julián Sánchez, la única víctima mortal del incendio de 1941

Teresa Cobo

Santander

Martes, 4 de julio 2017

Poco se sabía en Santander de la única víctima mortal del incendio de 1941. Que era un bombero de Madrid. Que se llamaba Julián Sánchez García. No mucho más. El testimonio de su hija Goyita y unos manuscritos rescatados del Archivo Histórico de Bomberos de Madrid han permitido recuperar la memoria de aquel «héroe», un hombre «recio», «luchador», «recto», que murió a los 38 años. El celo investigador del bombero Manuel González Zarzuelo ha abierto además una ventana a la infancia «extremadamente dura» del portalanzas fallecido diez días después del accidente que sufrió durante la extinción de un fuego que dejó a Santander sin su centro antiguo y a más de diez mil personas sin hogar.

Goyita Sánchez sostiene un retrato de su padre, Julián Sánchez. Roberto Ruiz | Pablo Bermúdez

Quién se lo iba a decir a Goyita Sánchez Escribano. Cuando González Zarzuelo logró localizarla en Madrid, la hija de Julián acogió con sorpresa que Santander fuera a rendir homenaje a su padre después de décadas de olvido. En 2016 la ciudad celebró el 75 aniversario del incendio. Los enseres personales del portalanzas han estado expuestos más de un año en el Museo de Bomberos de Santander. Su viuda los guardó durante toda su vida y su hija, que los cedió temporalmente y ahora los recupera, heredó esa custodia. El Museo de Bomberos de Madrid también quiere mostrar el casco y el hacha del «compañero caído».

«Me pareció justo»

Goyita tenía 3 años cuando murió Julián. «Para mí siempre fue un héroe. Así me lo inculcó mi madre, que estaba muy enamorada de él. El homenaje de Santander me pareció justo y saludable, y agradecí el detalle, no ya por mi padre, lo digo por tantos bomberos que arriesgan su vida para salvar la de otros y no son tan reconocidos como debieran», afirma esta mujer que aún se emociona y llora al hablar de él, aunque hayan transcurrido 76 años desde que lo enterraron.

El bombero de Santander González Zarzuelo ha investigado a fondo en la biografía del padre de Goyita. Julián nace en el pueblo zamorano de Toro. Cuando tiene año y medio, pierde a su madre, María, que fallece nueve días después de dar a luz a su hermano Félix. El viudo, Bernabé, contrata a un ama de llaves para que cuide de sus hijos. En ausencia del padre, que es peón caminero y apenas para en el hogar, Dolores trata a los críos «con extrema dureza». Julián y Félix dejan los estudios para cuidar unas fincas de la familia, y a menudo duermen a la intemperie en la estepa castellana. Los niños pasan hambre. En casa sisan los extremos del chorizo con disimulo para que Dolores, que todo se lo raciona, no lo note, y en el campo cazan pequeños animalillos con los que alimentarse. Cuando crecen, dan el salto de la agricultura a la construcción. Julián llegará a ser peón de albañil. Cumplida la mili, decide ir a Madrid a opositar y consigue ingresar en el Cuerpo de Bomberos en 1928.

Julián Sánchez, junto a su esposa, Gregoria Escribano, el día de su boda. Imagen cedida por la familia

Cuando todavía es un aprendiz de 25 años, Julián interviene en el incendio del Teatro Novedades, en el que mueren 90 personas y más de 200 resultan heridas. Recibe una mención de honor por su entrega. En Madrid conoce a Gregoria Escribano Plaza. Se casan en 1932, y en 1933 nace su primera hija, María del Rosario, que muere de sarampión a los 18 meses. En 1934, Julián sale despedido del pescante del coche bomba y sufre un fuerte traumatismo en la cabeza que lo mantiene diez días hospitalizado. En 1935, Gregoria da a luz a su segundo hijo, Julián. El matrimonio, que comenzaba a reponerse de tanta adversidad, no tarda en descubrir que el niño padece una discapacidad psíquica severa. En 1937, la pareja recibe feliz a su tercera hija. Julián se empeña en llamar a la niña Gregoria, y ese es «el único reproche» que ella hace a su padre 76 años después. Responde mejor por «Goyita».

Lo que revelan los legajos

El resto de la historia se conserva en carpetas y ficheros del archivo de los bomberos de Madrid. Durante la Guerra Civil, Julián Sánchez atiende con el resto de sus compañeros peligrosas salidas bajo los bombardeos aéreos y entre edificios que amenazan ruina. Sobrevive. Son tantas las bajas, algunas por fusilamiento, que Julián pasa de ser el bombero 144 a ser el 64. Ese es el número con el que viaja a Santander y el que lo acompaña hasta la muerte.

A Julián Sánchez ni siquiera le tocaba acudir en auxilio de Santander en 1941. El compañero que debió ir en su lugar no estaba localizable, y cuando le avisan a él dice que sí. Los 25 bomberos de Madrid llegan a Santander a las nueve y media de la mañana del 17 de febrero después de un penoso viaje de once horas y media. Atraviesan la madrugada en medio de un temporal de espanto. Sin dormir, acometen las tareas de extinción. Julián Sánchez es destinado con Mariano del Hoyo a la zona de Atarazanas. Él es el portalanzas, encargado del surtidor, y su compañero actúa de ayudante, con la orden de «avisar de posibles desprendimientos de cascotes».

De izquierda a derecha, Eugenio Pingarrón, Mariano del Hoyo y Agustín Rubio. Archivo Histórico de Bomberos de Madrid

Los otros protagonistas

  • Eugenio Pingarrón Era un jefe de zona con mucha experiencia, y coordinó el trabajo de los bomberos de Madrid desplazados a Santander. Fue uno de los dos jefes de bomberos de Madrid que sobrevivieron a la Guerra Civil. Los otros cuatro murieron fusilados.

  • Mariano del Hoyo Actuó en el incendio de Santander como ayudante de Julián Sánchez, que era el portalanzas. Durante el breve tiempo que dejó su puesto para ir a tomar algo, ocurrió el accidente que le costó la vida a su compañero y que a él le valió una sanción.

  • Agustín Rubio Guiaba el autobomba Benz que llegó a Santander. A su regreso a Madrid fue premiado con 250 pesetas «por conducir bajo un fuerte temporal un vehículo no carrozado» y por «el celo y el cuidado en el manejo de la bomba, gracias a lo que se obtuvo de ella un gran rendimiento».

Ya próximas las tres de la tarde, la situación parece controlada. Julián se retira a comer algo y a beber un vaso de vino. Deja otro pagado para el compañero, tan exhausto como él, antes de volver a su puesto. Mariano acepta ese trago sin sospechar que va a ser el más amargo de su vida. El portalanzas queda solo, en medio de la vía pública, en un punto aparentemente seguro y en un momento de calma. Pero un edificio que está a su espalda, el número 15 de la calle San Francisco, colapsa hacia el interior. Los fragmentos de fachada que salen proyectados golpean al bombero en el costado izquierdo y lo derriban.

«Exteriormente no presentaba lesión alguna», se precisa sobre el lesionado en las diligencias de averiguación de 1941. Por esos documentos se sabe que en la Casa de Salud Valdecilla califican su estado de leve, que él insiste en regresar a las tareas de extinción pese a los dolores, que el jefe de zona Eugenio Pingarrón se lo impide, que pasa la noche en el autotanque Ford sin querer ir a la zona de descanso del ayuntamiento, que empeora y queda ingresado en Valdecilla, donde fallece diez días después por la hemorragia interna derivada de una «rotura de bazo-pulmón». A su regreso a Madrid, Mariano del Hoyo es suspendido diez días de empleo y sueldo y degradado del cargo de jefe de dotación porque «incumplió la orden recibida de sus superiores al abandonar a su compañero, no pudiendo por tanto prevenirle del peligro a sus espaldas» ni prestarle «el auxilio necesario».

Quince años le costó a su viuda percibir la pensión por muerte «en acto de servicio»

Los bomberos de Madrid trabajaron durante 53 horas casi ininterrumpidas. Salvo por la muerte de Julián, los mandos quedaron satisfechos de su labor. «Lo hicieron bien. Demostraron experiencia y abnegación. El viaje en sí ya tuvo que ser tremendo. Era gente con capacidad de sufrimiento de la que cada vez se encuentra menos, entregados absolutamente a su profesión», resume Juan Redondo, responsable del Museo y Archivo Histórico de Bomberos de Madrid.

«Mi madre tuvo que trabajar y luchar como nadie. Le quedó una paguita mínima, una nada, como si mi padre hubiera muerto en una mesa de oficina. No sabes, porque eso lo anduve yo con ella a medida que cumplía años, lo que tuvimos que pelear para que el Ayuntamiento de Madrid reconociera que había muerto en acto de servicio. No lo conseguimos hasta 1956. Mi padre dio la vida por las personas. No sólo él, la mayoría de los bomberos merece más reconocimiento. Entran a lo más difícil, a un fuego, a una inundación, sin saber si van a salir. Son héroes», concluye Goyita.

El número 15 de la calle San Francisco, donde Julián Sánchez sufrió el accidente que más tarde le causó la muerte. Archivo DM

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