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Este año las marzas llaman a la primavera con más fervor ahora que, en otro invierno extrañamente frío, la nieve ha llegado al mar Cantábrico ... después de tres décadas. Una efímera alfombra blanca que parece anunciar una primavera distinta, alterada. Despiertan los pensionistas, se rebelan las mujeres. Brotan sus reivindicaciones con la misma efervescencia que las flores. Como cada estación, ya suena el acostumbrado murmullo de las margaritas chocando contra el cielo, nuestro suelo, hasta alumbrar el campo con sus pétalos de camino a las nubes. Después de un largo invierno, metáfora de resignación y silencio, la luz prende una alborotada primavera. Algo parece sacudir a la ciudad de su aletargado estigma invernal desde que se empezaron a levantar algunos muros. El telón intangible de la franja MetroTUS y el colosal dique que altera la bahía. Salvemos la Magdalena de nosotros mismos. Unas barreras que han empezado a quebrar la fortaleza de conformismo ciudadano que con arbitraria comodidad han manejado nuestros gobernantes. Quizá después de la reiterada anestesia infográfica a la que nos han sometido, de las desdichas urbanísticas y ocurrencias a discreción, ni siquiera pueden percibir que la terapia ha dejado de funcionar.
Que hemos perdido la fe, si es que alguna vez algún credo venció a la simple indiferencia. Los muros hay que derrumbarlos. Siempre son una derrota cuando se construyen para poner puertas al mar, la avalancha de inmigrantes, la pobreza, el racismo o los prejuicios. Cayó el muro de Berlín. Se derrumbaron las murallas de Jericó. Los israelitas conquistaron la tierra prometida tras vagar por el desierto durante cuarenta años. Los mismos que llevamos en Santander sin que la alternancia política haya refrescado nuestra institución municipal. Cuanto más avanza el muro de la Magdalena más crece la distancia entre los ciudadanos y quienes le inspiran. Cada piedra que suma parece desmoronar un prolongado y plácido trayecto, un tiempo que caduca. Se derrite el invierno. Cabalga la primavera. Suenan las trompetas. Ya han abierto una grieta por donde entra la luz.
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